ADRIANA GONZÁLEZ VEYNA
Este 28 de octubre, Zacatecas rindió homenaje a San Judas Tadeo, patrono de las causas perdidas. Pero la capital amaneció con protestas, paros y peregrinaciones: no solo veladoras encendidas en fe colectiva, sino con protestas que reclaman una justicia cotidiana, esa que parece imposible de alcanzar. De la esperanza colectiva —el santo que obra milagros— al fracaso institucional —el gobierno que, los deshace por completo. La Presidencia Municipal, tomada por la Asociación de Manos Artesanas; Ciudad Administrativa, bloqueada por el Frente Popular de Lucha de Zacatecas (FPLZ); el Campus Siglo XXI y Campus II de la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ), sumido en un paro que parece no terminar.
Tres frentes que, en un solo día, revelan la precariedad que nos ata a todos los zacatecanos: del artesano cuya tradición se ahoga en el desorden, al padre que pelea por un espacio digno para sus hijos, hasta el estudiante que ve perderse sus clases en medio de una crisis perpetua. No es casualidad; es el reflejo de un estado donde lo “imposible” se ha vuelto rutina.
Hablemos claro, sin rodeos. Las artesanas, custodias de nuestra filigrana y talavera —esos emblemas que elevan a Zacatecas en el mapa cultural del mundo—, claman por un freno al ambulantaje desbocado que inunda el Centro Histórico, declarado Patrimonio de la Humanidad. Este descontrol no solo espanta a los visitantes que podrían sostener economías locales: precariza a quienes viven de un oficio ancestral, con apoyos insuficientes en medio de alianzas oficiales que no se cumplen.
Aquí palpita una crítica estructural: en un estado donde la informalidad devora gran parte de la vida económica, el ambulantaje no es el enemigo, sino el síntoma de una pobreza que empuja a familias enteras a la calle. Nadie elige vender en la banqueta por gusto; lo hace porque faltan empleos dignos y mercados formales. El gobierno no los persigue ni los ignora: los necesita regular con empatía, no con desalojos. Un reglamento que ordene, reubique y formalice beneficiaría por igual a artesanos y vendedores, convirtiendo el Centro Histórico en un corredor vivo donde todos ganen.
En las afueras, el FPLZ —con sus lazos a movimientos campesinos y figuras políticas— mantiene el bloqueo en las instalaciones de Ciudad Administrativa por recortes salariales, exclusiones presupuestales y amenazas a sus Cendis y prepas comunitarias, que cubren vacíos en zonas donde el sistema oficial brilla por su ausencia. Denuncian irregularidades que llenan huecos ignorados por el Estado, atendiendo a familias marginadas. Bajo la austeridad que se pregona desde lo alto, niños y jóvenes quedan a la deriva, sin atención ni clases. ¿Diálogo genuino o maniobra para diluir reclamos? La “transformación” prometida habla de inclusión, pero en la práctica entrega demoras y parches que agravan la brecha en un Zacatecas de recursos escasos.
Y en la UAZ, el paro por movimientos unilaterales en la nómina paraliza a miles de estudiantes, especialmente en áreas clave como el de la Salud. En un estado marcado por la deserción y la fuga de talentos jóvenes, la máxima casa de estudios debería ser un faro de oportunidades, no un campo de batalla heredado de viejos escándalos.
Un solo nudo aprieta tres gargantas: precariedad económica, abandono educativo y control administrativo en un modelo fallido. Políticamente, las mesas eternas diluyen la urgencia de las demandas; socialmente, mientras ofrendamos a San Judas Tadeo con velas y plegarias, los marginados entregan su dignidad en las calles, bloqueo tras bloqueo.
Zacatecas entero se ve reflejado: artesano, padre, estudiante o ciudadano común, todos padecemos esta indiferencia.
Ya basta de gobernanza que se sirve a sí misma: necesitamos la que sirve al pueblo.
Sobre la Firma
Periodista y abogada.
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