jueves, junio 12, 2025
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El Dedo en la Llaga | A la caza de migrantes: redadas y deportaciones a la sombra del autoritarismo

RAFAEL CANDELAS SALINAS

Las imágenes son cada vez más frecuentes y perturbadoras, agentes armados agrediendo a personas en las calles de algunas ciudades de Estados Unidos, interrogatorios improvisados en fábricas, restaurantes, redadas en centros de trabajo, y migrantes —la mayoría mexicanos y centroamericanos— arrancados de su rutina diaria para ser deportados sin juicio, sin notificación previa, sin el mínimo respeto a sus derechos mientras sus familiares -a veces con bebés en brazos- gritan y lloran infructuosamente mientras se llevan al esposo, al padre, a la mamá, a la hija o el hijo deportado. Familias separadas, vidas arruinadas.

Donald Trump ha reactivado su política de mano dura contra los migrantes. Pero esta vez no se trata solo de retórica ni de muros simbólicos. Estamos ante una ofensiva sistemática que ha recrudecido en los últimos días, particularmente en California, pero que se extiende como mancha de aceite por otras partes de Estados Unidos. La estrategia es clara, sembrar miedo, imponer un Estado de excepción sobre millones de personas cuya única falta ha sido atreverse a buscar una vida mejor en los Estados Unidos, igual que lo hizo su madre Mary Anne MacLeod, que llegó a la unión americana desde Escocia en 1930 para trabajar como empleada doméstica antes de casarse con Fred Trump; y su abuelo paterno Friedrich Trump, que emigró desde Alemania en 1985, sin que a la fecha se encuentren registros históricos de haber regularizado completamente su estatus migratorio.

Pudiéramos pensar que ese pasado migrante favorecería el trato del presidente hacia los migrantes, pero es todo lo contrario, su pasado lo atormenta, su constante necesidad de proyectar fuerza, éxito y superioridad podría estar relacionada con un rechazo inconsciente hacia los aspectos de su historia que considera vulnerables o incompatibles con la imagen que quiere concebir.

Lo que estamos viendo no son simples operativos de control migratorio como los que tradicionalmente se hacen y a los que nuestros compatriotas están acostumbrados, lo que hoy vemos y ya lo habíamos advertido en este mismo espacio, son redadas selectivas que violentan flagrantemente los derechos humanos. Personas detenidas por su color de piel, por su acento, por “pareceres migrantes”. Deportaciones exprés, sin debido proceso, sin acceso a abogados, sin posibilidad de defenderse. Ya se han documentado incluso errores grotescos, donde ciudadanos estadounidenses han sido deportados por equivocación, víctimas del racismo institucional que alimenta esta maquinaria de persecución.

La gravedad del momento amerita una alarma nacional e internacional. Trump está utilizando a la Guardia Nacional, al ICE, a los Marines, a toda la fuerza del Estado como instrumentos de represión, no solo contra quienes están en situación irregular o contra criminales -como había dicho- sino contra toda una comunidad migrante que, con su trabajo ha sostenido la economía de Estados Unidos durante décadas. En lugar de reconocer su aporte, los criminaliza, los persigue y los expulsa como si fueran enemigos del Estado.

A los migrantes se les está tratando como delincuentes, algo que nunca vimos, por ejemplo, cuando el propio Trump, siendo presidente en su primer periodo, impulsó a sus seguidores para que hicieran disturbios y se manifestaran, lo que culminó en uno de los episodios más vergonzosos en la historia de Estados Unidos: el asalto al Capitolio. Lo que todos vimos en la televisión y las redes sociales fue actos vandálicos en los que quienes ahí participaron cometieron varios delitos, esos sí son delincuentes, dañaron el inmueble, dañaron también varios bienes muebles, amenazaron a legisladores e incluso al entonces vicepresidente Mike Pence, golpearon gente, pero para ellos Trump solo ha tenido palabras de apoyo, de aliento y ahora que es presidente, hasta los ha cobijado con la amnistía, es decir, uso su poder y sus facultades como presidente de los Estados Unidos de América para perdonar y liberar a algunos de esos delincuentes, sólo por ser sus simpatizantes. ¡Qué barbaridad!

Pero la resistencia también crece. En California, la tensión escaló a un nuevo nivel tras el despliegue de la Guardia Nacional sin el consentimiento del gobierno californiano. El gobernador Gavin Newsomfue muy claro al señalar que no permitirá que su estado se convierta en un campo de persecución, calificó la medida ordenada por Trump como “ilegal” y “provocadora”, ha pedido la retirada de la Guardia Nacional y ha defendido a los migrantes como parte fundamental de la riqueza californiana. Y tiene razón, los migrantes trabajan, pagan impuestos, consumen, generan empleos y sostienen sectores clave como la agricultura, la construcción, el transporte, la limpieza y los servicios. Sin ellos, California no sería la quinta economía del mundo.

Mientras tanto, el gobierno mexicano se maneja con tibieza, como no queriendo decir algo que vaya a incomodar a Mr. Trump, la presidenta Sheinbaum ha pedido a los migrantes que se conduzcan con civilidad, que actúen pacíficamente y no caigan en provocaciones, no sea que se vaya a molestar.

México siempre ha sido pasivo-reactivo ante las acciones del vecino del norte, no es nuevo, lo vemos a diario en el tema de los aranceles, con el impuesto a las remesas y hasta en el trato indigno que se da a los mexicanos que van a solicitar, pedir o rogar por una visa, mientras nuestros vecinos pueden entrar a nuestro país “como pedro por su casa”, sin visa, sin mayor trámite y pasar de todo sin que nadie les diga nada, y conste que todo es todo. Por eso creo que en el caso que nos ocupa, no basta con declaraciones tibias ni con discursos vacíos. Se requiere una estrategia diplomática robusta, articulada desde nuestras embajadas y consulados, que defienda a nuestros connacionales con todos los recursos legales disponibles. México debe entender que la migración no se reduce a los jornaleros indocumentados; también hay miles de profesionistas, estudiantes, inversionistas y trabajadores con visas temporales que hoy viven con temor y bajo el mismo riesgo.

La defensa de nuestros migrantes no debe ser selectiva ni de ocasión. Debe ser firme, integral y sostenida. Hoy más que nunca, es indispensable un gobierno mexicano que no solo observe, sino que actúe; que no solo reaccione, sino que anticipe. La vida, la dignidad y los derechos de millones de mexicanos en Estados Unidos están en juego.

Esta no es solo una política migratoria. Es una cacería de seres humanos, una violación sistemática del derecho internacional, una señal inequívoca del autoritarismo en ascenso. Y si el mundo no alza la voz, si México no defiende a su gente, estaremos siendo cómplices de una de las páginas más oscuras de este siglo.

Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.

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