AURELIO GAITÁN
“Por ningún motivo vamos a dejar solo a Fresnillo”, sentenció el gobernador David Monreal Ávila al anunciar el Plan Estratégico de Seguridad para la Feria 2025. Lo hizo con tono solemne, casi como si se tratara de un juramento. Y es que pocas ciudades cargan con tanto peso simbólico y dolor estadístico como la capital minera de Zacatecas.
La memoria es corta, pero no tanto: 2024 fue el único año en la última década en que las fiestas fundacionales se celebraron sin homicidios. El “Año de la Paz”, como se bautizó oficialmente, dio una tregua inesperada a un municipio marcado por la violencia. Hoy, el gobierno apuesta por repetir la fórmula, con un despliegue inédito de efectivos y tecnología de vigilancia.
El dispositivo contempla 395 elementos distribuidos en tres anillos de seguridad. Guardia Nacional, Policía Estatal, Ejército y fuerzas municipales se reparten el territorio, desde las inmediaciones del recinto ferial hasta los accesos carreteros a Durango, Jalisco y Coahuila. A ello se suman drones, torres de videovigilancia, arcos de seguridad y una comandancia central con ministerio público, médicos y celdas preventivas.
Es un blindaje digno de un evento internacional. La pregunta inevitable es: ¿por qué se necesita tanto aparato de seguridad para una feria popular? La respuesta es incómoda: porque Fresnillo no ha podido, ni con todos los discursos de pacificación, sacudirse el estigma de ser tierra de miedo.
Hace apenas cuatro años estaba entre las 50 ciudades más violentas del mundo. Hoy, el gobierno presume que salió no sólo de esa lista, sino también de las 100 más inseguras. Cierto: los homicidios dolosos han disminuido, y delitos como secuestro o extorsión muestran una tendencia a la baja. Pero la percepción ciudadana sigue rezagada: en cada encuesta del INEGI, Fresnillo figura como una de las ciudades con mayor sensación de inseguridad.
El anuncio gubernamental no logra borrar un dato fundamental: la policía municipal apenas suma 130 elementos. En 2024 eran 70, y el crecimiento parece alentador. Pero comparado con los estándares internacionales, el déficit es abismal. La ONU recomienda 423 policías para un municipio de este tamaño; la Ley de Seguridad Pública nacional establece que deberían ser al menos 360. La realidad: faltan más de 200.
El gobernador repite que se ha logrado avanzar en la “pacificación”. El secretario de Seguridad Pública, Arturo Medina Mayoral, advierte que el operativo es extraordinario, diseñado para un evento que atrae miles de asistentes. Ambos coinciden en subrayar el mensaje político: Fresnillo no está solo. Pero la pregunta se abre paso: ¿y qué pasa el día después de la feria, cuando se apaguen las luces, los juegos mecánicos y la música de banda?
Un detalle revelador acompañó la presentación: estuvo presente Javier Torres Rodríguez, alcalde priista de Fresnillo. En un estado donde la línea entre política y seguridad suele ser difusa, la foto no pasó desapercibida. Son escasos los eventos en que se invita a presidentes municipales que no militan en Morena. Aquí sí se hizo, quizá porque el blindaje requiere más que símbolos partidistas.
El gesto político importa. Fresnillo, con su historia minera y su carga de violencia, se ha convertido en un espejo incómodo para el resto de Zacatecas. La coordinación institucional, aunque obligada, sigue siendo la asignatura pendiente.
El operativo incluye, por primera vez, el protocolo Diana Doble para atender la seguridad de las mujeres en el recinto. También habrá filtros de seguridad reforzados, cámaras enlazadas a un centro de mando y horarios estrictos para bares y centros nocturnos. Se vende la idea de que la feria puede convertirse en un espacio familiar, cultural y social en paz.
Quizá lo logren. En 2024 ya se demostró que es posible celebrar sin sangre. Pero la feria es apenas un episodio de quince días. Lo verdaderamente difícil será extender esa lógica al resto del calendario.
Una paz frágil.
Hoy, las cifras oficiales dibujan un escenario menos sombrío. La disminución de homicidios es un logro innegable. Pero la paz sigue siendo frágil, sostenida en despliegues extraordinarios y operativos temporales. En barrios y comunidades, donde no llegan drones ni arcos de seguridad, el miedo todavía gobierna.
Fresnillo necesita más que blindajes momentáneos. Requiere policías suficientes, instituciones sólidas, oportunidades económicas y un cambio profundo en la relación entre autoridad y ciudadanía. De lo contrario, cada feria blindada será apenas un respiro en medio de una guerra que nadie reconoce como terminada.
El gobernador pide confianza. La gente pide resultados duraderos. Entre el discurso y la realidad todavía se abre un abismo. Y en Fresnillo, ese abismo se mide en vidas.
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Columnista especialista en municipios, justicia y poder.
aureliogaitan58@gmail.com
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