RAFAEL CANDELAS SALINAS
Las palabras del Señor Obispo de Zacatecas no son un exabrupto ni una ocurrencia lanzada al aire. No provienen de la improvisación ni del arrebato, como suele ocurrir con otros actores públicos. Provienen de alguien que, nos guste o no, es líder de opinión, cabeza de una institución con presencia histórica y cotidiana en todo el estado, y referente moral para un sector amplísimo de la población.
Pensar que el Obispo se expresa con ligereza sería subestimarlo —y subestimar a la Iglesia misma—. Sus declaraciones, con toda probabilidad, están construidas a partir de lo que escucha de sus feligreses, de lo que le transmiten los sacerdotes de la diócesis que todos los días conviven con la realidad social, económica y humana de Zacatecas. Un obispo mal informado sería una anomalía; uno bien informado, una obligación.
Por eso, sus dichos no deben tomarse a la ligera ni mucho menos minimizarse. Al contrario, cualquier persona que se precie de hacer política debería escucharlos con atención, con madurez y con responsabilidad. Entender que ahí se expresa el sentir de miles de ciudadanos que, además, no son un grupo menor, representan a una porción importante de la población del estado.
Entiendo que escuchar críticas nunca es cómodo, y menos aún cuando provienen de alguien que quizá no comparte religión, ideología o simpatías políticas. Pero la sensibilidad política no debe tener color ni credo. Quienes ocupan cargos de dirigencia partidista o de gobierno están obligados a comprender y respetar la pluralidad ideológica que existe en Zacatecas. El peor error es descalificar de antemano una opinión por el simple hecho de no coincidir con ella.
También entiendo que, en estos tiempos, el principal criterio para contratar o promover funcionarios parece ser aquel viejo “mandamiento amloista” no escrito: “10% de capacidad y 90% de lealtad”. Pero no hay que abusar. De perdido, háganle la lucha. Un 20–80 se vería un poco menos mal.
Lo lamentable es que hoy desde el poder se satanice, se persiga o se descalifique a quien piensa distinto. Pero es todavía peor que no se tenga la mínima prudencia para opinar a bote pronto con tal de defender lo indefendible. Porque lo que dijo el Obispo no es ajeno a la conversación social, es lo que se escucha en reuniones familiares, en los cafés, en la calle, en cualquier espacio donde se hable honestamente de la situación actual.
Tampoco contradice los sondeos de opinión ni la evaluación pública que, desde octubre de 2021, mantiene al gobernador de Zacatecas en el lugar 32 del ranking nacional. Y hay que decirlo con claridad, este tipo de declaraciones —hechas por otros “en su defensa”— no le ayudan en absolutamente nada.
Falta un año y nueve meses para que concluya el sexenio y no se percibe un interés real por modificar el rumbo, por más que se proclame en espectaculares repartidos por todo el estado, impulsados por su segundo de a bordo, que insiste en la necesidad de un “rumbo renovado”. No queda claro si ese mensaje fue consentido por el gobernador, pero difícilmente puede leerse como algo positivo para la actual administración. Más bien parece un grito desesperado por corregir lo que no se quiso corregir a tiempo.
En conclusión, coincido con el Señor Obispo. No comparto la idea de quienes creen que limitando la crítica y descalificando sin argumentos le hacen un favor al gobernador. Quizá los 21 meses restantes no alcancen para convertirse en el mejor gobernador de la historia, pero sí podrían ser suficientes para dejar el sótano del ranking.
Ojalá se haga de un buen equipo que le ayude, al menos, a cerrar con dignidad su sexenio.
Nos leemos el próximo miércoles con más del Dedo en la Llaga.
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Jurista, exlegislador y columnista sin concesiones.
rafaelcandelas77@hotmail.com
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