martes, noviembre 4, 2025
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Cultura Impar | Por qué en México cumplir parece sospechoso

JOSÉ MANUEL RUEDA SMITHERS

Esa sospechosa virtud de cumplir
Cuando trabajar bien se vuelve blanco de ataque.
Conocí un colega flojo
Que un día como hoy encontró trabajo
No me lo van a creer
Prefirió hacerse el muerto

Poema A los flojos del mundo, de Nelson Sosa

Van unos años en los que en este país -aunque eso NO sea exclusivo- hay un curioso fenómeno: las instituciones que trabajan bien suelen ser las más atacadas. No las que simulan, no las que improvisan, sino las que se atreven a hacer su tarea con disciplina. Basta con que una dependencia cumpla su función, que entregue resultados o que diga “no” a un capricho, para que aparezcan los juicios sumarios en redes y los linchamientos disfrazados de crítica ciudadana.

Es casi un deporte nacional. Si una oficina pública limpia el desastre que otros dejaron, se sospecha de su motivo; si una funcionaria aplica la ley sin mirar a quién, se le acusa de tener agenda oculta; si un proyecto comienza a dar frutos, alguien corre a explicar que “seguro hay gato encerrado”. Porque en el fondo, para muchos, que algo funcione rompe el orden natural de las cosas.

Y es que la eficacia institucional tiene un defecto grave: exhibe a los que viven del caos.

Cuando una entidad empieza a ordenar los procesos, a transparentar los gastos o a exigir resultados, o incluso a defender a quienes no son atendidos, hay quienes pierden su zona de confort. Son los mismos que antes reclamaban “que alguien haga algo”, pero que, cuando alguien lo hace, se sienten amenazados. No porque el trabajo esté mal hecho, sino porque ya no pueden manipular los tiempos, los favores o los presupuestos.

Lo curioso es que estos ataques rara vez nacen del ciudadano común. Surgen, más bien, de pequeños círculos que perdieron algo: influencia, visibilidad o dinero. Y como la molestia no se puede admitir en voz alta, se recubre con palabras nobles: “transparencia”, “rendición de cuentas”, “voz del pueblo”. El disfraz es tan fino que hasta parece indignación legítima. Y engañan a muchos.

De nuevo acudiendo a la psicología social, esto se explica con dos mecanismos tan viejos como el ego humano.

Primero, la proyección: quien se sabe incapaz o negligente, descarga su frustración sobre quien sí hace las cosas. Es más fácil señalar que imitar.

Y segundo, la disonancia cognitiva: quien ha vivido convencido de que todas las instituciones son corruptas, no soporta encontrarse con una que no lo sea. Rompe su narrativa personal. Entonces, para no cambiar su forma de pensar, se convence de que “algo raro hay”.
No hay mayor amenaza para el pesimista que el buen ejemplo.

Desde la comunicación, la respuesta no está en la pelea. Defenderse de cada rumor es darle oxígeno al ruido. Las instituciones sólidas no gritan: muestran. Exponen resultados, historias, cifras y rostros. Ponen luz donde otros apuestan a la sombra. Porque el mejor antídoto contra la calumnia es la evidencia tranquila. A pesar de los ataques en las redes, que conste.

Quizá haya que aceptar, con ironía resignada, que trabajar bien en México es un acto de rebeldía. Que cumplir con el deber se convirtió en gesto subversivo.

Y que, mientras la costumbre sea sospechar del que cumple, la honestidad seguirá siendo un espectáculo raro, como esos eclipses que todos miran con asombro pero pocos entienden.

Al final, el mérito institucional no necesita aplausos, sino continuidad.

Porque en un país donde cumplir parece sospechoso, trabajar bien es la forma más elegante de resistencia.
Seguir así, solo deja cosas buenas.

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Columnista crítico, académico, servidor y periodista.
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