martes, septiembre 23, 2025
HomeOpiniónJorge Rada LuévanoLa pasarela de los ausentes

La pasarela de los ausentes

JORGE RADA LUÉVANO

Zacatecas tiene nueva pasarela. No es de moda, aunque los trajes y las sonrisas ensayadas lo parezcan. Es la pasarela de los suspirantes a la gubernatura. Cada uno desfila con más entusiasmo que legitimidad, más padrinos que pueblo, más marketing que memoria.

¿Dónde estaban cuando se vaciaban los hospitales de medicinas? ¿Quién de ellos acompañó a los pensionados del Issstezac en tribunales? ¿Quién alzó la voz cuando nos endeudaron con contratos opacos, fideicomisos fantasmas y viaductos de utilería? No hay huella. No hay cicatriz. Solo fotos en colonias y discursos reciclados.

En Zacatecas la política parece más un árbol genealógico que un proyecto de gobierno. Hermanos, cuñados, primos y compadres se han turnado el poder durante tres décadas, simulando rivalidades que al final se resuelven en pactos de familia. Basta recordar lo que revelaron los medios nacionales con los audios de Alito Moreno y Ricardo Monreal, donde apareció el nombre de Claudia Anaya en negociaciones que redujeron a Zacatecas a simple moneda de cambio. Ella se defendió diciendo que “no sabía”, pero en política esa frase equivale a lo que todos entienden: una mentira con guantes de seda. El resultado es el mismo: un estado rehén de los mismos apellidos que fingen pelearse mientras se reparten el poder como una herencia.

Diversos datos, investigaciones e informes revelan que desde el sexenio de Ricardo Monreal comenzaron a gestarse daños irreparables para la administración pública de Zacatecas. Se dispendiaron recursos en pagos de aguinaldos que el Estado no podía sostener a largo plazo, se otorgaron plazas sin planeación, concesiones de taxis y rutas a discreción, y se manejó de manera irregular el Issstezac, hipotecando su viabilidad. Aquellas decisiones, que en su momento se vistieron de “apoyos” y “modernización”, se transformaron en lastres perpetuos que arrastramos hasta hoy. Con el paso de los años se ha revelado el verdadero rostro de ese estilo de gobernar: perpetuar a hermanos, familiares, amigos y empresarios favoritos —todos conocidos en Zacatecas— en un sistema político diseñado más para repartirse beneficios que para resolver los problemas del pueblo.

También están los candidatos que llegaron por pura coyuntura: no porque representaran una opción real, sino porque en ese momento no había nada mejor. Ganaron por descarte, no por convicción ciudadana. Pero ese tipo de victorias no otorgan legitimidad; son apenas treguas forzadas. Tarde o temprano se revela el disfraz, y aparece lo mismo de siempre: improvisación, simulación y abandono. Los zacatecanos hemos sido obligados durante décadas a elegir al “menos peor”, como si resignarse fuera un acto de madurez política. Lo cierto es que nunca hemos votado de buena gana, sino con la fatiga del que sabe que, gane quien gane, el guion ya está escrito.

Pocas vergüenzas políticas pesan tanto como la escena actual: un hermano del gobernador y su cuñada disputándose el gobierno de Zacatecas como si fuera una herencia intestada. Es la versión local de las monarquías decadentes, donde los pleitos de alcoba definían el destino de los reinos. Recordemos a los Borbones, más preocupados por el banquete y la intriga familiar que por la miseria de sus pueblos. Aquí no hay diferencia: mientras la inseguridad desangra colonias y carreteras, la política se reduce a un pleito doméstico por ver qué rama del árbol genealógico se queda con la llave de Palacio de Gobierno.

En Zacatecas, la política también se ha convertido en una escuela de cuadros: generaciones enteras formadas bajo el ala de un mismo tutor, aprendiendo sus métodos de operación, su manera de negociar, y hasta sus silencios. Así, los pupilos reproducen las mismas prácticas que dicen criticar, heredan las fórmulas y perpetúan la lógica de la simulación. Es un linaje político que no se transmite por apellido, sino por estilo: pactar en lo oscuro, hablar en lo alto y gobernar en lo mínimo. El resultado es que, aun cambiando los rostros, el guion sigue siendo el mismo, y Zacatecas continúa atrapado en una pedagogía del poder que nunca se graduó hacia el verdadero servicio público.

Curiosa paradoja también la de quienes enarbolan la bandera contra el nepotismo y la corrupción, pero aparecen acompañados en el Congreso por suplentes que resultan ser familia cercana. Predican pureza, pero practican lo mismo que condenan. Es el juego de la simulación: se proclama transparencia mientras se acomoda a los de casa en la nómina, convirtiendo a las instituciones en salas de espejos donde el reflejo cambia de nombre, pero el contorno permanece.

Nietzsche lo resumió con su desdén por el rebaño: “líderes” que no crean nada nuevo, sino que se arrastran en la repetición de lo mismo. Y como advertía Cioran, condenados a una sucesión de verdugos elegidos con docilidad. La legitimidad no se hereda con el apellido ni se alquila con encuestas pagadas. Se gana en la calle, en las causas, en la defensa de la gente. Y ahí, nuestros suspirantes tienen el expediente vacío.

Zacatecas no necesita candidatos de utilería. Necesita estadistas con cicatrices de verdad: hombres y mujeres que no se escondan detrás de padrinos ni promesas huecas, sino que puedan mirar a los ojos a un pueblo cansado y decir: “Aquí estuve, aquí luché, aquí me la jugué con ustedes.”

Mientras tanto, la pasarela sigue. Ruidosa, inútil, decadente. Como una fiesta donde nadie se pregunta quién va a pagar la cuenta… porque al final, ya sabemos, siempre la paga Zacatecas. Y quizá la verdadera tragedia no esté en los actores de este teatro repetido, sino en que el público siga aplaudiendo.

Sobre la Firma

Jurista incómodo, pluma de resistencia civil
jorgeradaluevano@live.com.mx
BIO completa

Últimas Noticias