ANGÉLICA COLÍN MERCADO
Confiar en la educación pública no basta: hay que demostrar por qué vale la pena. Visibilizar logros, reconocer desafíos y comunicar decisiones de forma clara y oportuna es fundamental para fortalecer el vínculo entre universidad y sociedad. La transparencia no debe verse solo como un requisito legal, sino como una herramienta viva que genera diálogo, compromiso y mejora constante.
La confianza se construye desde la apertura, pero se consolida con la coherencia. Por ello, es fundamental que los órganos de gobierno universitario sean representativos, pluralistas y cuenten con mecanismos claros de deliberación y toma de decisiones. Esto no solo fortalece la gobernanza institucional, sino que permite que estudiantes, docentes, personal administrativo y sociedad civil se involucren activamente en el rumbo que toma la educación pública.
Asimismo, los procesos de rendición de cuentas deben traducirse en acciones concretas de mejora. No basta con publicar informes financieros o indicadores de desempeño: es necesario que dicha información se utilice para identificar áreas de oportunidad, corregir desviaciones y celebrar buenas prácticas. De esta manera, la transparencia se convierte en una herramienta pedagógica que enseña a todos los actores universitarios que el ejercicio del poder debe ir acompañado de responsabilidad, ética y sensibilidad social.
Finalmente, el fortalecimiento de la educación pública a través de la transparencia también demanda una narrativa institucional que valore y promueva el sentido de pertenencia. Las universidades deben comunicar con claridad su impacto en el desarrollo regional, científico, cultural y humano. Solo así será posible que la ciudadanía reconozca en ellas no solo a centros de formación profesional, sino a verdaderos motores de transformación social.
Por tanto, la transparencia no es un fin en sí mismo, sino una vía para consolidar universidades más democráticas, pertinentes y legítimas ante los ojos de quienes las sostienen y las necesitan: la sociedad.
