No son cifras, la pobreza tiene nombre

“No son cifras, tienen nombre”, ha sido un auténtico grito de guerra de las organizaciones sociales que se han movilizado en los meses recientes contra la estrategia errática del gobierno federal en materia de seguridad.

Los datos deshumanizan los problemas. Más, cuando eso ocurre en una sociedad que cumple con la máxima de Peter Sloderijk: “Cuanto más carente de alternativas aparezca una sociedad moderna tanto más se permitirá el cinismo”, como nos lo recordara Arnaldo Córdova en su artículo “El cinismo del poder” (La Jornada, 22/XI/2009).

Y así como las víctimas de la violencia son condenadas al olvido bajo conceptos como los “daños colaterales” y el “ajuste de cuentas”, las víctimas de la pobreza también son reducidas, después de un acucioso trabajo académico del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval), a un asunto de números y datos.

“Había más en 1995”, dijo el responsable de la tragedia de la Guardería ABC, Juan Molinar Horcasitas. “Creció la pobreza, pero pudo haber sido peor”, “Hoy menos mexicanos tienen carencias sociales”, apuntó Felipe Calderón.

Esas, y otras frases absurdas dibujan a una clase dirigente que no solamente es incapaz de brindar resultados desde el servicio público. Son cínicos, granujas y lo suficientemente despiadados como para referirse con esa sangre fría a la miseria que padecen seres humanos de carne y hueso.

El estudio sobre “medición de pobreza”, cuyos resultados hizo públicos el viernes pasado el Coneval, contiene información tan contundente para demostrar el fracaso absoluto del Estado mexicano que cualquier negación, aunque sea tímida, de esa conclusión, suena hueca, absurda y cobarde.

La conclusión surge a partir de un concepto fundamental en los análisis del Coneval, y que está apartado de las mediciones multidimensionales de la pobreza. Es el concepto de “bienestar”.

Para el medir el “bienestar”, en el Coneval construyeron una canasta básica, de “bienestar mínimo”  y una canasta ampliada. En la “básica”, se incluyen fundamentalmente alimentos como: maíz, trigo, arroz, cereales, medio kilogramo mensual de carne, leche, quesos, huevo, fruta y leguminosas. Para que usted dimensione, esta canasta tiene un valor mensual de mil pesos en áreas urbanas y 700 pesos en áreas rurales.

La canasta “ampliada”  (que en realidad es absolutamente básica), añade pequeños montos para necesidades como transporte público, limpieza de la casa, educación, vestido y salud. Cantidades ínfimas (cinco pesos diarios para transporte, siete para educación, cinco para vestido) que suman, en total, un valor mensual de dos mil 168 pesos en áreas urbanas y mil 362 en áreas rurales.

Pues bien, los datos del Coneval reflejan que para 2010 más de un millón de zacatecanos (el 67 por ciento de la población) estaba por debajo de esta línea del bienestar. O lo que es lo mismo: sólo uno de cada tres zacatecanos vive con dignidad (el porcentaje nacional de personas que viven en dichas condiciones es de 47 por ciento).

En dos años, la población por debajo de la línea del bienestar en nuestro estado pasó del 56% al 67% (un incremento relativo del 20% en sólo dos años), que significa un grado de afectación drástica en el entorno socioeconómico para 170 mil personas.

Ciento setenta mil zacatecanos que pasaron de tener, hace dos años, lo mínimo indispensable para vivir con dignidad, a no tenerlo. Una auténtica tragedia.

Ese debe ser el dato fundamental con el que asistamos al debate del próximo Presupuesto de Egresos en Zacatecas. ¿Cómo re-diseñar nuestro gobierno y sus programas sociales para que el millón de zacatecanos por debajo de la línea del bienestar sea beneficiado?

Eso no se logrará  aumentando el presupuesto del Poder Legislativo, ni manteniendo los sueldos de la burocracia estatal, ni con más dinero para la Comisión Estatal de Derechos Humanos o la CEAIP.

Tampoco se soluciona ampliando los recursos de los programas existentes del DIF, que no han demostrado ser re-distributivos. Y no ayudarán los encarecidos Programas Municipales de Obra de los municipios, explicados únicamente por la corrupción, ante el abanico de posibilidades que la mezcla de recursos les otorga.

Para eso se tiene que re-inventar el gobierno y la clase política debe abandonar el cinismo que hoy nos caracteriza. No se trata de reciclar consignas ni lugares comunes como “el campo no aguanta más”. No. Se trata de diseñar instrumentos de recaudación y gasto que vuelvan al gobierno efectivo en la re-distribución del ingreso y de la riqueza.

Y para eso, es necesario que dejemos de abordar el debate sobre la pobreza y el bienestar como si se tratara de una discusión más de datos y cifras. El millón de zacatecanos que no vive con dignidad tiene nombre, nos quede claro o no.

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