viernes, diciembre 26, 2025
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Después de Navidad: la familia, los valores y lo que no se puede fingir

JULIETA DEL RÍO VENEGAS

La Navidad ha pasado. Las mesas se recogieron, los abrazos se guardaron en la memoria y, con suerte, quedó algo más que regalos: tiempo compartido, silencios necesarios y conversaciones que pocas veces caben en la rutina diaria. El 26 de diciembre es un buen momento para detenernos y preguntarnos qué queda cuando se apagan las luces y termina el ruido.

La unión familiar no es una fotografía perfecta ni una publicación cuidadosamente editada. Es presencia, es responsabilidad, es acompañar incluso cuando no hay aplausos. La familia, en cualquiera de sus formas, es el primer espacio donde se aprenden los valores que después se reflejan (o se traicionan) en la vida pública. Ahí se aprende a decir la verdad, a respetar, a no usar al otro como medio para un fin.

En estos días vemos cómo algunos actores políticos se apresuran a subir imágenes con mensajes de paz, amor y buenos deseos. Sonrísas navideñas que contrastan con acciones de abuso, la mentira, el oportunismo o la indiferencia frente al dolor ajeno. No se trata de negar el derecho a celebrar, sino de recordar que los valores no se improvisan una vez al año ni se editan con filtros.

La congruencia no es un adorno de temporada. Se construye todos los días, en lo público y en lo privado. Quien utiliza la Navidad como botín político, como estrategia de cercanía artificial, vacía de sentido una fecha que debería invitarnos a la reflexión y al compromiso. No todo se vale. No todo se compra. No todo se puede fingir.

La vida personal no es un asunto menor cuando se ejerce poder. Las decisiones que afectan a millones de personas se toman desde convicciones profundas, desde principios que se forman en casa y se sostienen con hechos. Por eso importa cómo se vive, cómo se trata a los demás, cómo se responde ante la responsabilidad y el error.

Después de Navidad, quizá el mejor deseo no sea prosperidad ni éxito, sino coherencia. Que lo que decimos coincida con lo que hacemos. Que los valores no se queden en discursos ni en publicaciones oportunistas. Que entendamos que el servicio público no es una extensión del ego, sino una tarea que exige ética, humanidad y respeto.

La familia, los valores y la verdad no son símbolos decorativos. Son cimientos. Y cuando faltan, por más luces que se enciendan, la realidad siempre termina por mostrarse.

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