SARA LOVERA
La presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo dijo este 1 de septiembre, al rendir cuentas de sus primeros once meses de gobierno que su llegada dio una extraordinaria fuerza a niñas, jóvenes y adultas, dando un giro a su slogan “llegamos todas” para explicar que esa “fuerza extraordinaria mueve conciencias, abre caminos y rompe barreras que por siglos parecían imposibles de derribar”.
Tiene razón, pero olvida que ella llegó, no por los votos y la 4T, sino como resultado de la transformación cultural emprendida con tozudes y la persistencia del movimiento feminista que arrancó en el siglo XIX en México, una construcción lenta, sin descanso, de efectos variopintos.
Su primer informe de gobierno, con detalladas cifras y acciones, tal como sus antecesores, lamentablemente no nos rindió cuentas a nosotras. Ni a los más de 300 colectivos de búsqueda, ni a las madres del feminicidio, ni sobre presupuestos -que no los hay- para la política de género. Comparativamente si las hubo para otros rubros.
Cierto y no es menor que la presidenta mostrara su propio estilo de gobierno. Austera, sin altisonancias. Lamentablemente omitió el conflicto que vive como primera mujer presidenta de México, rodeada de personajes indeseables. Ni mandó un mensaje a sus correligionarios para que eso cese.
De las mujeres no se habló casi nada. En muy pocas palabras aludió a su objetivo de promover la igualdad, del reconocimiento y desarrollo con justicia para las mujeres. Redujo sus cuentas a la creación de la Secretaría de las Mujeres, a la distribución de 25 millones de cartillas de derechos y, dijo, son para garantizar que todas y todos sepamos que las mujeres tienen derecho a vivir libres de violencia y acceder a la educación, a la salud, a la propiedad, a la vivienda y que “podemos ser lo que queramos ser”, lenguaje individualista y neoliberal.
Los comentarios machistas calificaron su informe como tibio, sin sustancia política, carente de lenguaje rijoso, a nosotras nos dejó insatisfechas. Eludió la tragedia de miles de familias por la desaparición forzada y redujo la violencia de género, en el apartado de seguridad, a que bajaron 34 por ciento los feminicidios.
Nos ilustró sobre la línea nacional 079*1 de apoyo a mujeres, línea que funciona hace 10 años; sobre la instalación de 678 centros LIBRE para todos los municipios, realmente montados en una infraestructura que comenzó en 1997 en el gobierno del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, que para 2005, fueron centrales para el Programa de Apoyo a las Instancias de Mujeres en las Entidades Federativas, nacieron en todo el país los centros de mujeres, que se llaman Centros Naranja o Puntos Violeta. Había oficialmente más de dos mil, cuando terminó el gobierno de Enrique Peña Nieto.
Centros donde se formularon políticas públicas y protocolos para prevenir y atender la violencia contra las mujeres, pero el PAIMEF ella lo despareció; habló de los centros para el desarrollo infantil, vieja política para las mujeres trabajadoras, habló como si la historia no existiera; recordó los cambios constitucionales para la igualdad sustantiva, en el artículo Cuarto Constitucional, donde igualdad a hombres y mujeres existe desde 1974. Estoy de acuerdo que nada de ello cambió la condición de opresión y violencia contra las mujeres. ¿Ahora sí?
Lo cierto es que no hubo rendición de cuentas sobre la política de género, porque no hay nada nuevo. El gobierno sólo cambió las palabras para sumar a las mujeres –no a todas– al proyecto del partido en el poder, al que ella está obligada, un proyecto de carácter populista/autocrático, concentrador de poder y que niega las libertades. Un proyecto político del que están excluidas las activistas, las pensadoras y las críticas feministas. Veremos.
Sobre la Firma
Periodista crítica, editora y activista feminista.
BIO completa