Patriarcado neoliberal

LUCÍA LAGUNES HUERTA

El día de ayer, Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Contra las mujeres, nuevamente la sociedad fue testiga de dos lecturas de la realidad.

Una que cree que la violencia contra las mujeres nació con el neoliberalismo; y la que ha estudiado y sabe que la violencia contra las mujeres existe desde que el mundo es mundo y que la desigualdad de poderes vitales entre mujeres y hombres, la discriminación, el machismo y la misoginia, son el alimento de un sistema que hizo de la violencia el instrumento de sometimiento y avasalle contra las humanas.

Dos visiones que buscan convivir en el gobierno pero que no pueden llegar al mismo lugar, porque quien cree que la violencia feminicida nació con el neoliberalismo es el presidente de este país y la autoridad máxima, que además está convencido en su lectura del mundo, que cuando acabe con el neoliberalismo se acabarán todos los males que aquejan a nuestro país, incluido por supuesto la violencia de género.

Ayer todas las mujeres del gabinete que intervinieron hablaron desde la visión que reconoce que la violencia contra las mujeres es producto de la desigualdad de poder entre mujeres y hombres y no de la pérdida de valores y de la desintegración familiar, en abstracto.

Porque los valores que han prevalecido históricamente son los de la discriminación contra las mujeres. Y pese a ello, el presidente no las escucha.

La violencia feminicida no se gesta con el neoliberalismo. El patriarcado neoliberal agudiza las desigualdades entre mujeres y hombres y profundiza las violencias en nuestra contra.

Este sistema es tan viejo como la humanidad misma, y ha caminado con el paso del tiempo. Sus expresiones son acordes a su época, ha transitado en carreta, tren, automóvil, avión e internet, y siempre se camuflajea de moderno; pero en esencia es el mismo: el de la supremacía masculina.

Por eso esta naturalizado y arraigado en nuestra sociedad, por eso cuesta identificarlo porque nacimos en él, crecimos en él, la educación que recibimos es para servirle y reproducirlo, y hasta ahora no conocemos otro más que este, pero vaya que nos hace falta dejarlo y construir la propuesta de las feministas de igualdad y autonomía de las mujeres.

Ciertamente el machismo mata, destruye la vida de las mujeres y limita el desarrollo de nuestro país, como lo señaló la secretaria de Gobernación Olga Sánchez Cordero. Lamentablemente esta no es la convicción de quien dirige este país.

Y hoy se comprueba al presentar su “Guía ética para la transformación de México”, donde se mantiene una visión religiosa y no necesariamente de Derechos Humanos.

La propuesta es sencilla, se llama igualdad, equivalencia humana, equifonía para que la voz de las mujeres sea escuchada y equipotencia, para que los poderes vitales de las mujeres afloren en esplendor.

Por ello hay que erradicar la violencia contra las mujeres, porque sin ello, lo otro no surge. Porque la violencia aterra, limita, oprime, desvaloriza y mata.

Para las humanas que lo develan y lo buscan erradicar no hay mediación posible, no puede, como no lo hubo entre el esclavo y su amo. Las humanas no pueden pactar con su opresor.

Para construir la igualdad se necesitan recursos y lo que se tiene presupuestado para el 2021, donde los efectos de la pandemia se agudizarán, no son necesariamente lo que se necesita para construir esa igualdad.

Aquí es donde las buenas intenciones de las funcionarias que buscan erradicar la violencia contra las mujeres y construir la igualdad se estrellan, porque les va quedando poco margen de actuación, al no compartir el análisis de la desigualdad de las mujeres y la violencia con su jefe, al no tener todos los recursos que necesitan, ni todo el respaldo político que se requiere.

Para hacer historia y transformar al país las mexicanas deben estar al centro de la estrategia de gobierno, si no, en esta materia, será igual que los otros gobiernos que tanto desprecia.