México sin política de género o política de género sin dirección

SARA LOVERA

Al final del siglo XX, luego de 4 conferencias internacionales de la mujer, con una agenda en la mano, las mujeres funcionarias de muchos países, partidos políticos y gobiernos, miles y miles de feministas en el mundo avanzamos en la creación de instituciones que en la administración pública pudieran llevar a cabo la política de género. No fue un capricho, ni bandera de ningún o ninguna política o partido.

México en el año 1995 llegaba tarde a concretar acciones institucionales que por alguna razón habían quedado a la zaga, a pesar de que nuestro país fue pionero en construir un andamiaje para que las mujeres accediéramos a derechos y a posiciones de toma de decisiones. En 1923 tuvimos una primera legisladora; en el siglo XX, en pleno porfiriato una escuela de artes y oficios para mujeres; en 1916 hicimos un primer Congreso Feminista y en 1922 logramos un primer avance legislativo para liberalizar el aborto. En Yucatán las mujeres podrían abortar por razones económicas.

Si una vanguardia en muchos sentidos, el movimiento feminista mexicano logró crear medios de comunicación propios, para difundir derechos, muy temprano, en el siglo XIX y en los años 70 el espléndido programa de Radio Universidad que hizo Alaíde Foppa y muy rápido la revista emblemática, reconocida como fundamental, en toda América Latina, la revista Fem.

Luego nos rebasaron. No fue hasta 1989 que tuvimos las agencias de delitos sexuales y las primeras leyes condenatorias de varias formas de violencia, Argentina, por acordarme, nos llevaba ventaja. Llegamos tarde y no fue hasta 1995 que se creó la primera Comisión Nacional de la Mujer, que presidió la historiadora Dulce María Sauri. Por eso fue fundamental crear un órgano que vigilara, promoviera y ejecutara una política de género resultado de los acuerdos de la IV Conferencia Mundial de la Mujer, celebrada en China en 1995.

Para muchas mujeres este momento fue el más importante y el único que conocen. No saben que en los años 40 se pidió la creación de una Secretaría de la Mujer, y no tienen idea de que en 1964 tuvimos a una primera mujer en el gabinete de Adolfo López Mateos, que además de mujer era feminista y estaba peleando por el voto universal desde los años 30.

En fin, todo para significar qué importante es tener un órgano, una institución para operar la política de género, nacional, con independencia y capacidad para desarrollar propuestas, tener interlocución efectiva con todos los poderes y empujar con dichos y acciones el cumplimiento de la ley.

El nacimiento del Instituto Nacional de las Mujeres en diciembre del año dos mil, precisamente cuando la derecha oficial llegó al poder, era el resultado de años de lucha, de las feministas y sus aliadas en distintos poderes, aliadas  de varios partidos políticos, que apoyaron el sentido y la perspectiva que significaba una institución  descentralizada y autónoma en el manejo de sus recursos, los mismos que asignaba la Cámara de Diputados para el desarrollo de la  política de género y en programas precisos para generar esa política en todo el país. Para actuar como gobierno en todos los sectores y como República.

Por eso es una lástima que esa institución se haya convertido en la presente administración en una oficina administrativa, comparsa de la Secretaria de Gobernación, sin propuesta, sin programa, sin perspectiva y sin acciones o políticas. Hoy resulta, que su tarea, es derivar sus responsabilidades a los gobiernos de los estados. Su rectoría no existe.  En mayo de 2020 aún no tenemos un Programa Nacional de Igualdad; en los últimos 4 meses el Inmujeres no tiene claramente un presupuesto para su tarea; no promueve ni encabeza la política de género, que está en Palacio Nacional, en boca del presidente cuanto es necesaria.

Es comparsa porque Inmujeres no tiene que operar o hacer nada, según su ley, pero aparece cada vez que es necesario anunciando medidas de emergencia para disminuir la violencia o dice que participa en la operación de los refugios para mujeres, o aplaude que la Secretaría de Salud vaya a poner como servicios indispensables y prioritarios los destinados a atender los partos, los abortos y los derechos sexuales y reproductivos. Pero no vigila, no da seguimiento y, por ejemplo, no sabe que no existe hoy, a la mitad de la contingencia, un solo establecimiento para atender solamente partos “naturales” y sencillos. No tiene interlocución con el movimiento feminista, y si acaso un chat con sus consejeras.

Pero Inmujeres no está en la política nacional de género. No hay una sola acción visible, todo este año, la elaboración de una publicación, -ya que una de sus tareas centrales es la difusión-, digo esa publicación que se hacía desde el 2003, conocida como Todas, ha desaparecido, no se ha hecho, no está ni virtualmente publicada. Tampoco ha hecho en todo 2020 ningún proyecto, nada. Sólo transfirió los recursos de lo que se llama Fondo para la Transversalidad destinado a los gobiernos de los estados, que por cierto baja a la realidad, la Secretaría de Hacienda.

No se ve a Inmujeres construyendo políticas, como es su deber, ni conviniendo con los gobiernos de los estados, al contrario, pensando que deben actuar esos gobiernos, ahora sin dinero, donde la visión de género para encarar la pandemia y la crisis es sustantiva; ni se le ve vigilando las desviaciones de recursos para las mujeres que se irán por el desagüe en cuanto se den las prioridades presidenciales al presupuesto federal.

En Inmujeres nadie se altera. NO hay convenios, salvo la publicación de una guía, seguro ya hecha hace años, para tratar los casos de violencia familiar. Es más, como oficina administrativa, no sé si sea la encargada de dar certificados a las empresas que tienen una visión de género, pero no veo a Inmujeres negociando con el sector privado, como era antes, para que en esta crisis las mujeres no pierdan sus empleos.

Tampoco interviene en el discurso de la crisis orientando la visión de género y deja pasar como si nada, que se ataque a las enfermeras y médicas, sin protestar, otra de sus acciones. Ni se la ve conviniendo con las acciones de las universidades, los protocolos para enfrentar la violencia en casa, cosa en la que han actuado con prontitud, y eficacia más de un gobierno estatal como los casos de Chihuahua, Michoacán, Jalisco o Ciudad de México. Inmujeres ni abre el pico, como se dice, nada.

No tenemos pues una dirección en la política de género, ni tenemos un programa, ni tenemos una directriz clara. No sería grave si no estuviéramos involucradas. Fuimos las feministas las que creamos el Inmujeres, por eso tiene dos consejos ciudadanos, ahora marginales o marginados. No sería grave si no fuera que pensamos que, con una dirección nacional de género, en conjunto, con las fuerzas civiles, los grupos feministas, de mujeres, de municipalistas, podríamos enfrentar mejor el cúmulo de problemas en puerta: desocupación, marginación de muchas mujeres indígenas y campesinas, urbanas pobres; cambio de luces culturales; gobiernos desfondados y empresas quebradas. Una dirección real, de política de género, haría la diferencia, habría posibilidades de convenios, alianzas, acciones públicas y privadas, en conjunto. Sería otra cosa. No lo es. Es una lástima para nuestra historia y un poco de envidia por lo que sucede en otros países, instancias, e instituciones, que cuentan con una política nacional de género. Veremos.