Nunca pensé en el miedo o la persecución

SARA LOVERA

Un día como hoy, el 19 de noviembre, hace 50 años, pise por primera vez la redacción de un diario. Ahí inicié la aventura de vivir. La profesión o el oficio de periodista, el ejercicio de reportera contumaz me ha dado las mejores experiencias de mi existencia, los más gratos momentos, sin pensar o experimentar el miedo y la persecución.

Esta profesión, fundada en lo que más me gusta, en contar los hechos, consiguió, además,   desarrollar mí conciencia, mi memoria y mi perspectiva social y política. Hoy, como dice Desinformemos, hay tal exceso de información, que no se alcanza a distinguir lo importante, trascendente, necesario de lo que no es. Hoy casi no podemos traducir lo que pasa realmente, así  se confunde lo menos importante con las cosas básicas de la existencia, como la libertad y el conocimiento.

He visto de cerca el desempeño de 9 administraciones presidenciales, en un régimen que entonces, en 1968, todavía se reconocía como heredero de la Revolución Mexicana; recuerdo como  viví la restricción informativa desde el poder. Entonces había una sola ventanilla para obtener información, la de Los Pinos, la casa presidencial; el Presidente era como un faraón, de él dependía el país entero, de sus decisiones las finanzas nacionales, el bienestar de unos o de otras. El prohombre de Los Pinos enviaba su mensaje y sus instrucciones al Congreso de la Unión, a los medios, a los jueves, entonces sí, ni de chiste había división de poderes.

Por ello muy pronto me volví una reportera del escándalo. Aprendí a leer al revés los documentos; velaba noches enteras en las bibliotecas, sobre todo en la del Congreso que cerraba muy noche, así me leí decenas de informaciones y documentos para concluir que el mal manejo y desvío de las finanzas  descarrilaría a Ferrocarriles Nacionales; leyendo documentos que me robaba pude enterarme casi 3 años antes que venderían Teléfonos de México, hasta con las ondas hertzianas ; descubrí al final de los años 70 un plantío de mariguana en la zona de Tepito y escribí profusamente de cómo el IMSS esterilizó en 6 años a 2 millones de mujeres para cumplir con la cuota poblacional que exigía el Banco Mundial. Hoy pensarían que soy una súper reportera de “investigación”.

Ser y practicar el periodismo, investigando, porque periodismo sin investigación no es periodismo, fue un estímulo que todavía me hace temblar cuando advierto que ganaré una nota, es decir que publicaré antes que nadie algo que es importante para un sector o para toda la población, como cuando pude documentar como se corrompieron cooperativas, dirigentes e inspectores que permitieron que la sardina, asoleada en forma planeada, se volvía un peligroso alimento humano. Era el alimento del pueblo, medio kilo de proteína por 4 pesos con 80 centavos, cuando el kilo de carne ya valía 19 pesos.  Se trataba de que Purina una empresa trasnacional, la convirtiera en harina para consumo animal. Escribí cómo Purina ganaba 90 centavos por peso invertido.

El periodismo me ha dado la oportunidad de hablar con personajes de toda índole. Pude entrevistar al general Lázaro Cárdenas, unas cuantas semanas antes de que muriera; conversé con Concha Michel, con Amalia González Caballero de Castillo Ledón, con María Lavalle Urbina, con Lolita Lebrón, al tiempo que Adelina Zendejas, me instruía en lo que hoy pomposamente se llama periodismo con perspectiva de género. Ella era una periodista feminista y comunista que me cobijó 25 años y de la que aprendí cosas básicas, cómo poner distancia entre los hechos y mis puntos de vista, entre los hechos y mis sentimientos; Javier Romero me instruyó en el sentido de la tarea, una decía, que es de servicio público y está obligada a dar información completa y variada, al pueblo, para pensar, reflexionar y saber, que yo conocía como opinión pública. No había una ley de transparencia que obligara a la autoridad a darme lo que yo necesitaba. Tenía que investigar, a veces semanas, en solitario.

José Revueltas me instruyó en mi rechazo casi enfermizo al fundamentalismo y el dogma. No puede hacerse periodismo si el prefijo de una investigación se llena de prejuicios y todo se mira de manera binaria: bueno y malo. Eso no te deja ver. No puedes descubrir lentamente un hecho, un suceso, que puede ofrecer mil sorpresas. Me acuerdo que le contesté a Héctor Aguilar Camín que no podría descubrir los talleres de costura “clandestinos”, porque ¿a ver? Si son clandestinos quién los conoce.

Durante un tiempo record pude enterarme, leyendo las estadísticas vitales del IMSS que era imposible la producción declarada y la ganancia de la Industria del Vestido, con las trabajadoras formales. Descubrí con la ayuda de quien estudia estas cosas, y caminando por calles, barrios y entidades del país que la mitad de la producción la hacían mujeres que trabajaban como en el siglo XIX, cuando Carlos Marx descubrió y narró la explotación capitalista. Pude documentar, sin internet, sin intereses que me ofrecieran la información interesada, que a las costureras en México, en 1984, un año antes del sismo, trabajaban como vio Marx,  las castigaban como a los indios encasillados en la época de Porfirio Díaz, les pagaban una miseria, por pieza cocida y les negaban el seguro social. No tenía más que mi habilidad de leer y lo que más importa en el periodismo, mi capacidad para preguntar, una y otra a vez, infinitamente.

Después del sismo todo mundo se enteró de lo que adentro de los talleres sucedía. El periodismo me permitió mirar y escuchar a cientos o miles de mujeres durante 5 décadas; a miles de obreros y obreras, pude sentir una rara emoción cuando se colocan las banderas de huelga en una fábrica. Ahora el neoliberalismo presume que ya no hay huelgas.

Me acerqué y documenté cómo se habla en el congreso, en esa época del mayoriteo sistemático, donde eran testimoniales las iniciativas del Partido Popular Socialista PPS, de Acción Nacional o del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana PARM, que postuló en 1988 a Cuauhtémoc Cárdenas, hecho que le restituye cierto respeto. El partido mayoritario, el partido de Estado impedía cualquier crítica u oposición.

Luego atestigüé la llegada de la pluralidad y la democracia; el registro de hasta 11 partidos políticos, los derechos humanos, el derecho a disentir, la crítica, la difusión de los hechos de corrupción, leer con profundidad los movimientos de la bolsa; la transversalidad del género o dicho de otra manera el reconocimiento oficial a la desigualdad entre hombres y mujeres; eso a pesar de que sobrevivieron los liderazgos en sindicatos venales y subsistió la injustica y jamás partido alguno puso en el centro la vida y los derechos de las mujeres.

Esa es la vida de una periodista. Preguntar, hallar hechos, difundir, informar, tratar siempre de buscar y encontrar  la verdad que emane de los hechos, por más terribles que parezcan. Famosas mis idas y venidas a los juzgados que le dieron 23 años a Elvira Luz Cruz a quien se le acusó de matar a sus hijos; o atestiguando los dichos y la valentía de las 19 jóvenes violadas por los policías federales en el sur de la ciudad de México.

Durante todos estos años claro que fui censurada más de una vez en las diversas empresas que trabajé, antes de ser libre como mariposa, como lo soy ahora; claro que me frustraron algunos acontecimientos; claro que me conmovió la guerra sucia –la de los 70-; las y los desaparecidos de doña Rosario Ibarra y el descubrimiento del asesinato sistemático de líderes del campo, que mejor documentó Rosa Rojas o la persecución de Napoleón Gómez Sada contra todo sindicalista que no estuviera de acuerdo con  él. Las atrocidades iniciales del narco tráfico. Y claro que alguna vez me pregunté cómo era posible que el movimiento obrero permitiera toda clase de violaciones a la ley por parte de los dueños de las empresas maquiladoras de exportación, donde miles y miles de mujeres dejaron su salud y su juventud. Y claro que sentía responsabilidad.

Pero jamás me sentí defensora de nada. Era y soy simplemente una profesional del periodismo que 50 años después intenta con sistemático furor contar hechos, cosas, reportear los triunfos y las derrotas o atropellos a las mujeres. Sigo pensando que hay que decir bien cómo opera la violencia contra las mujeres, sin exagerar pero sin disminuir un ápice su existencia desgraciada.

En los últimos 40 años he aprendido de otras y otros sin parar. Como con la fundación del suplemento Doble Jornada, en que sentí cómo es el poder de la palabra; también de la Agencia Internacional de Noticias Servicio Especial de la Mujer SEMlac, de la aparición del discurso del movimiento amplio de mujeres y feminista, me he nutrido de la experiencia de miles de mujeres; me he nutrido del conocimiento descubierto por las intelectuales. Pude fundar 4 agencias de noticias, sobre la condición social de las mujeres. Pero nada se compara con la maravillosa relación con mis compañeras y compañeros de profesión.

Las circunstancias me regalaron un plus, el del magisterio. Muchas colegas se han formado a mi vera, sin competencia, sin abuso, intercambiando los descubrimientos del día, las noticias, tomando distancia, sin creer que cambió el sujeto o la sujeta, las y los periodistas somos testigos, y es de nuestra razón y capacidad de donde depende lo que dejaremos en la historia, de nuestros hechos sin pretender volverse una misma la noticia, distribuir las noticias para informar y promover la conciencia.

Me confieso plena, encantada, 50 años después, respirando a través de los hechos, temblando cada vez que en mi portal ganamos una noticia que interesa, informa, genera discusión o crítica, que tiene en un santiamén 35 mil visitas y que, eventualmente puede ser base o techo para una decisión, mediante medios tradicionales, redes sociales y todo lo digital que ahora nos invade. El oficio de periodista me llevó a todos los medios, la prensa tradicional, la radio, la televisión, la agencia de noticias, la revista y hoy el portal digital y las redes sociales. Hasta me acercó al cine de difusión, por eso creo que ser periodista no debería ser un sacrificio, sino un gusto cívico y cotidiano que en libertad mejora la democracia. Lo cual jamás nos debe colocar en la indiferencia. Hoy veo que mi felicidad está en peligro, hemos vuelto al mayoriteo y al señor todo poderoso, cuya palabra como la canción de El Rey, es la ley. Veremos.

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