La violencia contra las mujeres el fracaso de las políticas públicas

SOLEDAD JARQUIN EDGAR

El brutal asesinato de las hermanas Patria, María Teresa y Minerva Mirabal, opositoras al régimen de dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, un 25 de noviembre de 1960, se convirtió en la fecha emblemática de las mujeres latinoamericanas, primero, y después de todas las mujeres del mundo, para exigir la eliminación de la violencia machista contra las mujeres.

Fue durante el Primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe (1981) cuando se tomó la decisión de tomar ese día para luchar en la región contra la violencia y recordar el martirio de las Mirabal a manos de un sanguinario dictador. 12 años después hizo lo propio la Asamblea General de las Naciones Unidas al aprobar la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer.

Este año se cumplen entonces 59 años de la brutal ejecución, 28 de la Campaña de los 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género y 26 años de la declaración de la ONU, que junto con otras muchas declaraciones de organismos internacionales y en todos los ámbitos de los gobiernos, que se traducen en transformaciones legislativas y cambios institucionales. Pese a todo el sin embargo existe…

No es fácil advertir de dónde deviene la imparable violencia machista. En el caso de México y sin duda de la gran mayoría de los países de la región, detener la violencia contra las mujeres es el más grande fracaso de los gobiernos en turno, no sólo porque, como se dice, la violencia es estructural, está puesta en la costumbre, en la educación, en las normas no escritas y a veces escritas, de la sociedad patriarcal en la que generaciones hemos vivido. “No es fácil”, se repite y de tanto repetir, se admite.

Las escalas escalofriantes e indignas de las cifras sobre el número de víctimas de la violencia patriarcal, en todas sus expresiones y por ende en el feminicidio, revelan cómo las mexicanas vivimos esa violencia, cómo aún no todas la manifiestan, y cómo otras la denuncian a gritos en las calles en demanda de la intangible justicia.

Pero enfrente tenemos una pared difícil de escalar: la simulación de políticas públicas que apenas rozan por encima los problemas, pero que gastan millones de pesos; en el discurso vacío de hombres y mujeres con poder político o público, que la banalizan a conveniencia, incluso, a veces lloran; la ginopía de instituciones de todos los cortes ideológicos, que no ven, ni oyen, ni siente el dolor de nadie, que no quieren saber y la repetición producto de la impunidad, como un círculo, que nos golpea a cada vuelta. Vivimos, las mexicanas, una permanente violación a nuestros derechos como personas.

Tendría que decir que de algo ha servido la demanda constante, permanente de las mujeres, sí. No todo el esfuerzo de las feministas ha sido en vano. Pero la institucionalización no da resultados, se minimizan los hechos gravísimos de la violencia que nos rodea.

En la víspera de un nuevo 25 de noviembre poco o nada se tiene que decir por parte de las instituciones, bien valdría la pena su silencio, bien valdría respetar las voces de las mujeres en demanda de justicia, bien valdría la pena escuchar porque las mujeres no estamos celebrando nada, demandamos respuestas concretas y que se haga realidad la justicia para miles de víctimas que hoy no la tienen, incluso para las hermanas Mirabal cuyos victimarios lograron evadir a la justicia a pesar de las sentencias que recibieron.

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