Doctor Francisco Esparza Sánchez

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Es parte de la generación que nació en los años próximos a la Toma de Zacatecas, cuando nuestra noble y leal ciudad, centenaria en el firmamento nacional, latinoamericano y del mundo todo –porque estaba inserta en la geografía planetaria por su riqueza mineral- era destruida en una batalla que marcó el triunfo de la Revolución en contra de la dictadura de Victoriano Huerta.

Zacatecas no sólo fue arquitectónicamente dañada, sino que sus capitales emigraron a la Ciudad de México, la población salió también a otras latitudes –Coahuila, Nuevo León, los Estados Unidos- y se vivieron prácticamente cuatro décadas de desolación, de psicosis de guerra y temores infinitos –como las que vivieron los berlineses, los japoneses o los italianos luego de la derrota en la Segunda Guerra Mundial-. Nunca se olvidan las conflagraciones patrias en la sociedad, así pasen las generaciones: otro caso es el de España, que vive ahora mismo las convulsiones remanentes de su Guerra Civil, de la dictadura del Franquismo: un país que aún no acaba de enterrar a sus muertos luego de más de 50 años.

Los zacatecanos vivimos muchas décadas de una población sin crecimiento y de niños jugando en las tapias de una ciudad que no había superado su imagen de esa batalla llena de dolor.  La economía seguía contraída, mientras los abuelos hablaban de lo grandioso de una historia, de lo difícil de un presente y de lo incierto de un futuro donde no era la gloria precisamente lo que se veía al final del túnel, sino más años de tristeza en espiral, de dolor acumulado.

Fue en esos tiempos apocalípticos que nació Don Francisco Esparza Sánchez, médico eterno de la centenaria Zacatecas, de su zona metropolitana y del resto de la entidad, sin duda alguna: un bisturí de oro que no se cansaba de salvar vidas día con día, cuando la medicina era incipiente en el país, inclusive.

Egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México fue parte de la generación apadrinada por el también prominente médico mexiquense don Gustavo Baz –quien fuera gobernador de su entidad y reconocido académico internacional, al que tuve la oportunidad de conocer;  preguntándole un día por la causa de su longevidad y de su lucidez detonó una frase que aún salta a mi memoria de vez en cuando: “en las noches me tomo una Corona Extra y duermo como un bebé” Esa fue una vivencia en el rancho próximo a las pirámides de Teotihuacan, precisamente propiedad de aquel empresario, Sánchez Navarro, de origen zacatecano, cuya familia acumuló hectáreas en Zacatecas, Coahuila y San Luís Potosí- .

El Doctor Francisco Esparza Sánchez vivió siempre con Zacatecas en el corazón.  Su futuro en la capital del país pudo haber sido otro: tal vez lleno de oropeles, de puestos públicos, de grandes emolumentos… pero frente a una vida opulenta y de gran lustre, prefirió a Zacatecas.  Le dolían los nuestros, se sentía co responsable de una reconstrucción que, estaba cierto, requería de muchas manos sumadas, de muchos cerebros juntos, de mucho trabajo solidario. Y él quería ser parte de ese camino complejo, pero mucho más satisfactorio que las vanidades y los honores.

En esa época, en nuestra ciudad capital, los médicos se contaban con los dedos de la mano derecha.  No era un lugar que tuviera condiciones para ejercer la profesión con vistas al desarrollo personal, sino con miras al sacrificio de los galenos que, más que fortuna, buscaban salvar vidas.  Sin una medicina preventiva, sin comunicación escrita permanente y formal con la capital de la República, la capacitación tenía que ser autodidacta, fruto del trabajo cotidiano.

Maestro fundador de nuestra Escuela de Medicina, premio al Mérito Ciudadano junto a otro gigante, el doctor Diego Cuevas Cansino –también olvidado-, el doctor Esparza Sánchez era un cirujano que cubría cuotas hasta de veinte pacientes diarios, un ángel bien conocido en las salas quirúrgicas, pionero de la cirugía gastrointestinal, urólogo y atento a las enfermedades del corazón.   Nuestro personaje de hoy era un innovador en la implementación de injertos para prolongar la vida.

Su propia vida le alcanzó para todo: Fundador del ISSSTE, del Seguro Social y sobre todo, un hombre de valía, un ciudadano ejemplar.

Su profesionalismo ha sido reconocido por la sociedad en general, pero creemos que un personaje con este tamaño y esta capacidad humana, debiera tener un reconocimiento mayor por parte del Estado.  Cuando paseamos por las calles de nuestra ciudad, mientras revisamos su nomenclatura, repetidamente nos cuestionamos sobre el hecho de que las avenidas, las calles y los recintos no merecerían solamente llevar los nombres de los actores de la política nacional y estatal.  Necesitamos que en ellas se reconozca a más ciudadanos de esos como este héroe a quien hoy dedicamos nuestras letras: de los que se hacen parte de una ciudad, de una comunidad y que la aman tanto, que vuelcan su vida por  el bienestar de su gente y que van generando ese tejido social que nos une a todos, que nos da sentido de pertenencia y orgullo.

El doctor Esparza no sólo es un hombre de su tiempo: es un profesional de nuestro tiempo, un cimiento para el futuro, porque esa generación fue el pilar de un Estado recobrado de entre los escombros de la Revolución. Nosotros todos, tenemos una deuda con estos gigantes de la Historia, que debemos cubrir, porque nuestro presente se construyó a partir de ese esforzado y glorioso pasado reciente.

Guadalupe, su recinto afectivo, su lugar natural, la historia que él llamaba propia, por sus vivencias, debiera registrar para el futuro con mayor profundidad a este héroe casi anónimo de la salud en nuestro Estado.  El presidente municipal, ajeno a las herencias del oficialismo, debiera tener la sensibilidad de reconocer a los que amaron ese terruño sin retórica, pero con hechos.

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