Amadita Díaz, la hija de Don Porfirio

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Don Porfirio fue el héroe de la batalla del 2 de abril de 1867, donde configuró su prestigio como estratega, a pesar de la ausencia de parque y de la presencia de un gran número de refuerzos de tropas francesas y conservadoras llegadas para auxiliar a la Ciudad de Puebla.  Eran las tres de la mañana de ese día importante, cuando se inició para la nación una victoria cuya noticia daría la vuelta al mundo, porque implicaba  la derrota para el entonces ejército más importante del mundo.

De esta forma, Porfirio Díaz y su tropa lograron la rendición en menos de 48 horas, preparando la batalla del 5 de mayo, reconocida por propios y extraños como el triunfo de la República sobre el Imperio.  Hoy es la fecha más significativa que el planeta entero reconoce para nuestro país: en los Estados Unidos no hay evento más trascendente para los mexicanos que el 5 de mayo, donde el protagonismo del general Ignacio Zaragoza desplazó, sin embargo,  al soldado y estratega Porfirio Díaz.

Se dice  que en 1910, al inaugurar la columna de la Independencia, por los cien años de su culminación, apareció un Presidente Díaz con traje militar, sus condecoraciones internacionales y el rostro blanco, contrastando ampliamente con el de mestizo en su origen, -al parecer tenía vitíligo y usaba polvo de arroz para homogeneizar el tono de su faz-.  Sus ojos perdían visibilidad por el avance de las cataratas en el iris, mostrando un color entre verde y opaco; blanco el pelo totalmente, más que un indígena oaxaqueño parecía un general de alto rango de la República Francesa.

Al ser entrevistado por la prensa nacional sobre las convulsiones y dificultades que vivía el país, afirmaba: “En México no pasa nada”.  Unos meses después, al abordar el Ipiranga en Veracruz, la prensa volvió a preguntarle, recordándole aquella frase.  Contestó con frescura: “En México no pasa nada… hasta que pasa”.  Así, abandonó la nación y murió en el exilio francés el 2 de julio de 1915.  Su familia huyó con él.  Sin embargo, la hija mayor, que frisaba entonces los 45 años, Amadita, vivía parcialmente en la casa de campo en Tacubaya, re huyendo las dificultades que le provocaba ser la hija del dictador.  Sus vecinos eran los Jamisson, los Béistegui, los Escandón, los Iturbe, los Carranza, los Algara, los Braniff y los Barrón, entre otros.

Amada se había casado con Ignacio de la Torre y Mier, rico hacendado, a quien  la sociedad mexicana acusaba de costumbres “extrañas”, y que en uno de sus ranchos de Morelos había tenido como caballerango a Emiliano Zapata.  Esos “decires” del pueblo, permitieron  que en la película de Alfonso Arau se infiriera una relación íntima entre el hacendado y el héroe nacional.

En una de sus cartas enviada a París a Carmelita Romero Rubio, su joven madrastra, Amada explicaba: “Que terrible castigo envió Dios a mi vida.  Muchas deben haber sido mis culpas.  La sodomía de Nacho causa asco y burla en la gente, dejando en mí, necesidades físicas insatisfechas (lo que ninguna mujer decente debiera mencionar) que sólo la práctica intensa de la religión, me permite soportar.  Voy a cumplir 44 años y me siento vieja, gorda, hinchada de tobillos y párpados. Inútil.  Algunas veces me propuse buscar un amante que llenara mis soledades, pero nunca tuve fuerza para hacerlo.  Aparte de que temí darle a mi padre un dolor, ante todo soy cristiana y comprendo que Dios, que tanto me dio, que de tantos dones colmó mi vida, ahora tiene a prueba la entereza y el vigor de mi espíritu, que debe superponerse a un matrimonio frustrado.  No puedo fallarle.  Basta pues de quejas.  Voy a misa a la Catedral,  la comunión me dará fortaleza”

La carta tenía como lugar de destino la Ville D’Avray, cerca del elegante bosque de Saint Cloud, donde los reyes de Francia poseían su palacio en Versailles.

Ignacio de la Torre y Mier, había sido acusado de haber participado en aquel “bailongo” en la calle de La Paz, el 20 de noviembre de 1901 donde fueron “descubiertos” jóvenes y hombres maduros de la sociedad mexicana, vestidos como mujeres, con los rostros maquillados, realizando una famosa orgía en un número de 41 asistentes.  La cifra que, fatídicamente ha quedado en la memoria de los mexicanos como cabalística, y en referencia a dicho evento, donde el aparato de Estado había evitado el escándalo.  Sin embargo, Nacho fue capturado por la policía durante la fiesta.  Al ser informada por su padre de lo sucedido, el problema familiar fue enorme.  Hasta un grabado de Don Guadalupe Posadas, fue emitido para tan importante evento que resultó un escándalo imperecedero en los anales del “jet set” mexicano.

Así, la vida  de esta pareja fue enormemente conocida por todos: el esposo permaneció en la cárcel una temporada y sufrió más adelante una muerte de padecimiento largo.   Fue internado durante un buen tiempo en el Sanatorio Stern de la séptima avenida en Nueva York, y después de una intervención quirúrgica, falleció en esa ciudad.

Una vida trágica de una pareja famosa, que provocó siempre el malestar del político y caudillo que, en la última parte de su vida, vivió para congratularse con la burguesía nacional e internacional, pero que recibió una estocada como esta, que le provocó los inconvenientes impensados de este héroe – villano, que fue asilado inclusive en el país al que derrotara de manera flagrante aquel inolvidable 2 de abril.

Los restos de Don Porfirio reposan, en Montparnasse, próximos a la tumba del zacatecano Julio Ruelas.

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