San José, en Valparaíso, pueblo en desolación

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Valparaíso, Zac.- Se le conocía como el Valle del Paraíso. Aquí, en San José del Tulal, abundaba el agua y el maíz. Las 40 familias que lo habitaban se dedicaban a la agricultura, ganadería, a la minería y la pesca. De eso no queda nada. En cinco años el pueblo quedó prácticamente abandonado, desierto.

Sólo quedan 11 habitantes. La familia Rodríguez, la de Rubén García, la de Rufina, y la de don Antonio.

Rogelio y María Antonia son padres de seis hijos. Sólo una de sus hijas vive con ellos. Los hijos de los Rodríguez y los de Rogelio y María Antonia se visitan todos los días, antes del atardecer. «Conversamos, eso hacemos ¿Qué otra cosa se puede hacer?», dice Norma.

Norma y su esposo intentaron cruzar hacia Estados Unidos. No lo lograron.

«Aquí cuando menos tienen un techo», asegura María Antonia, de 61 años. Norma se queja del tedio que sólo se rompe cuando «viajan» los domingos al poblado más cercano a una hora en camino de terracería. Cuentan con una troca «a la que a cada rato se le ponchan las llantas», por las piedras del camino».

Los otros cinco hijos de los Rodríguez migraron a Estados Unidos. Rufina reclama que no le hubieran dado la visa el año pasado cuando la solicitaron por vez primera. Un pato de la familia Rodríguez camina sin problema entre las gallinas de Rufina, mientras cuenta su historia.

«Hace 15 años que no veo a mi hijo. Ni él puede salir de ahí. Ni nosotros ir. Mi hijo se escucha deprimido cada vez que nos llama», asegura esta mujer a quien su esposo recomienda peinarse y colocarse su diadema en el pelo «para que salgas bonita» en las fotos.

Los Rodríguez parecerían padres huérfanos, con hijos vivos pero a la distancia y en otro país al que ellos no pueden entrar, ni sus hijos salir.

«Todo por la falta de agua y la sequía, y porque nos prometieron que nos llegaría el agua por tubos y nunca llegó… estoy segura que si hubiera agua recuperaríamos el Valle del Paraíso, y con esto a nuestros hijos, que regresarían», dice María.

En el abandono

En la comunidad de San José del Tulal las casas están en abandono, y los ríos de San Mateo y el río Atengo se secaron. Fluye sólo un poco de agua que los 11 habitantes utilizan, pero está contaminada y hay que hervirla con leña.

Entre señoras y señores adultos, sólo queda una niña que se llama Marisol. Tiene tres años, y en vez de jugar con niños -aquí no los hay- lo hace con cochinillos. Ellos la persiguen. Ella sólo corre y se defiende en medio de la tierra. Marisol no tiene un libro en su casa, su mamá, su papá, y sus abuelos tampoco. ¿Para qué un libro si aquí no hay luz? , dice don Rogelio Rodríguez, el abuelo de 61 años.

Marisol, en cambio, ya ordeña vacas.

Muy alta marginación

Los caminos son de tierra y se usa leña para elaborar los alimentos. Una radio con pilas les deja saber en qué día viven. En cuanto oscurece, ellos se alumbran con quinqués de petróleo, pero las cuatro familias continúan arraigadas a un suelo que parece cada vez más seco y agrietado. Viven en alta y muy alta marginación. «Este suelo ya no sirve para la siembra de cultivo temporal, pero aquí moriremos. Estas son nuestras tierras. Lo que tenemos», aseguran.

La escuela cerró hace cinco años. Aquí todos duermen en cuanto oscurece. La luz del sol es quien dicta el tiempo. Oscurece mientras el sueño cae sobre Marisol. Luego despiertan, se escuchan los gallos: es el amanecer y el frío que trae consigo esta hora del día.

Aquí ninguno de los 11 habitantes celebran aniversarios, ni cumpleaños, pero este año don Rogelio quiere comprarle una piñata a su nieta.

Parece que a Marisol se le mira como se le mira a una esperanza: quieren que aprenda a leer, que tenga estudios y una carrera universitaria. Para que esto ocurra sus abuelos migrarán al poblado más cercano. Será la primera vez que migren después de 50 años.

Don Rogelio no sabe de acciones, ni créditos bancarios, tampoco conoce términos como desastres agrícolas, gestiones de gobierno, ni políticas públicas. Lo que sabe es que tiene un pedazo de tierra, que ahora su hija Norma y su esposo tendrán que cuidar.

Ricardo Enrique Morán Faz, director estatal de Conagua Zacatecas, comenta que este estado tiene un promedio de lluvia de entre 450 y 480 milímetros de agua al año; «pero desde hace dos no llegamos ni a los 250».

«Es un estado donde 65% de su territorio es desértico. Estamos viviendo la peor sequía, pues ha llovido sólo la mitad de lo que llovía», agrega.

Con información de: Irma Mejía/El Universal

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