Réquiem de una ilusión. La libertad de expresión en tiempos de la 4T

RAYMUNDO MORENO ROMERO

En los corrillos del poder se suele escuchar con frecuencia aquella máxima que asegura que la política es percepción, es decir, se trata de crear la sensación de un presente y, sobre todo, un futuro plausible, esperanzador y emocionante. Bajo esa premisa, no son pocos los políticos, y sus asesores, que se especializan en construir discursos que manipulen a la opinión pública o ganen tiempo en un afán por sustentar su visión de país, se trata, en última instancia, de verdaderos vendedores de ilusiones cuyo éxito o fracaso final no depende de la retórica, sino de la cruda y contundente realidad.

Guardadas las proporciones y contextos históricos, lo mismo Joseph Goebbels, el propagandista de Hitler, que Francisco Franco en España, Josef Stalin en la desaparecida Unión Soviética, Richard Nixon en Estados Unidos, o Augusto Pinochet en Chile, buscaron en su tiempo cooptar, censurar o reprimir a los medios liberales y las voces disidentes, e imponer una narrativa única e indiscutible. En nuestro país, por décadas, quienes detentaron el poder desde el partido de Estado igualmente premiaron con privilegios o castigaron a quienes ejercieron la labor periodística, de acuerdo con sus intereses.

En el México del siglo XXI los avances jurídicos en materia de transparencia, acceso a la información, libertad de expresión y, sobre todo, el surgimiento de las plataformas digitales, permitieron suponer que la era del control mediático, del burdo chayote y de la propaganda de espejismos, habría de terminar para dar paso a la reflexión colectiva, el razonamiento con base en elementos comprobables y el debate respetuoso de las ideas. Oh decepción, en lugar de ello nos impusieron las mañaneras. 

En una suerte de parodia de la libertad de prensa, la autodenominada cuarta transformación construyó un set de televisión en Palacio Nacional, hizo un casting de pseudo periodistas y armó un guion con un objetivo goebbelsiano: imponer una agenda y una falsa discusión pública, en torno única y exclusivamente a los temas que la Presidencia considere acorde a sus intereses.

Como en cualquier programa en vivo, el libreto no siempre sale como al Coordinador de Comunicación Social, Jesús Ramírez, le gustaría. En ocasiones al repertorio se cuelan algunos comunicadores y medios serios que, como Jorge Ramos de CNN, cuestionan con severidad al presidente. Ante esos episodios de dignidad la respuesta en automático es la desacreditación y el uso de adjetivos como fifis o conservadores. No se trata más que de un circo mediático estructurado para enaltecer la imagen del jefe del Estado, distraer la atención con asuntos tan kafkianos como la rifa de un avión cuya propiedad no detenta el Gobierno de México, y protagonizado por personajes de caricatura como el tristemente célebre Lord Molécula (Carlos Pozos).

Los propagandistas del gobierno, encabezados por alguien cuyo carisma nadie puede ignorar, el presidente, buscan a toda costa imponer su verdad. Mienten, dibujan futuros inverosímiles, descalifican, ocultan información con el añejo pretexto de la seguridad nacional y disfrazan la verdad con asuntos irrelevantes, en suma, insisten en mercadear ilusiones. El sonado desplegado de 650 periodistas, intelectuales, escritores, cineastas y actores sociales los dibuja de cuerpo completo: «El Presidente López Obrador utiliza un discurso permanente de estigmatización y difamación contra los que él llama sus adversarios».

La violencia perenne que ejerce el crimen organizado, así como la tentación autoritaria, hoy tienen en jaque a la libertad de expresión, no obstante, hay una lección de la historia que desde el cenit del poder deberían estudiar: toda promesa, más temprano que tarde, debe convertirse en realidad, de lo contrario deviene en una irremediable decepción. Tras dos años de fantasías, 2021 bien podría ser el réquiem de una ilusión.

En memoria de los estudiantes de Ayotzinapa, a 6 años de distancia.