Los partidos políticos, dueños de México

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

En México es una desgracia tener partidos políticos y un organismo electoral ineficiente, que tolera campañas onerosas e inequitativas como la del Partido Verde Ecologista, socio de parrandas financieras del Partido Revolucionario Institucional.

Nuestra nación ha llegado a los límites de la tolerancia.  Gobiernos ricos y pomposos,  partidos familiares como el PVEM, de cacicazgos largos como el Partido del Trabajo, o pandillas de políticos como en el PRD donde ahora no están dedicados a otra cosa, sino a asegurarse de  entregar la presidencia a un externo que “reinará pero no gobernará”, justo como le pasa a la longeva Reina de Inglaterra.

Cada partido tiene sus muchos abismos, sus numerosos recovecos y una ingente cantidad de historias que contar. Hace algunos años, por ejemplo,  el PRD ofreció la Presidencia del partido a Cuauhtémoc Cárdenas Batel: lo querían sólo como una figura simbólica, con un Comité Ejecutivo dirigido por las corrientes y un Consejo que tomaría las decisiones, compuesto por un reparto de delegados tal, que impediría cualquier liderazgo formal para interponerse en cada decisión. Quieren repetir la intentona, sólo que esta vez el encargo lo ofrecerán a un externo muy letrado pero absolutamente ingenuo sobre lo que habrá de ser su porvenir.

El Partido de la Revolución Democrática es sólo un botón de muestra en los tiempos que vivimos ahora. El presidencialismo mexicano, fatigado por decisiones obsoletas y una corrupción elevada, se transformó hace algunos años en una partidocracia, donde el pastel se reparte entre 500 bocas en la Cámara de Diputados y  entre 128 más en el Senado de la República. El debate sobre si es la Democracia la que impera en México, está hoy más abierto que nunca.

Estamos nuevamente en tiempos de renovación presupuestal. La propuesta del presupuesto federal emana del Ejecutivo, que es quien lo ejecuta, pero el Legislativo es el que determina y asigna a través de componendas entre los dirigentes de los partidos, la cuota que se dará a cada cual. Así como Pareto impuso su ley del 80/20, ellos tienen la suya: “te doy un gatito por dos perritos, pero engórdame el presupuesto de un estado panista para a cambio engordarte el de un priísta”  La ley es inamovible en este sentido y las partidas presupuestales para algunos municipios o secretarías se determinan empleando los famosos “moches” que la aristocracia partidaria utiliza como instrumentos de poder y canje.

El Instituto Nacional Electoral está demandando 15 mil millones de pesos para su ejercicio del próximo año. Y eso que no es “año electoral”, como el que vivimos en el 2015, donde tuvo un Gasto de Operación de 13 mil 200 millones de pesos. No se entiende cómo una operación de ese tamaño “coadyuve a la Democracia”, eso sin contar lo que costó al pueblo de México renovar este año a sus diputados federales, pues por la mera existencia de los partidos políticos y sus trabajos de campaña hubimos de “invertir” más de cinco mil 300 millones de pesos.

Ya están elegidos los 500 diputados, para nuestra tranquilidad, y ahora habrá que mantenerlos a razón de dos millones de pesos al año por cabeza, sin contar viáticos y otros emolumentos que se suman a su oneroso existir. Tan solo el presupuesto del año entrante pudiera llegar a los ocho mil millones de pesos para la Cámara de Diputados.

México necesita de una intervención quirúrgica mayor. No sólo en las decisiones del Poder Ejecutivo, sino también en los partidos políticos que reproducen hijos a su imagen y semejanza: los órganos electorales.  Finalmente se cambió un mecanismo para nombrar a los miembros del Instituto Nacional Electoral que ha resultado en ciudadanos etiquetados con un herraje que cada partido otorga a algún selecto miembro y que luego presume para que la toma de decisiones lleve “el sello de la casa” de un grupo o de otro.

México deberá contraer el número de diputados y senadores. Las cámaras nacieron obsoletas en estos nuevos formatos.  Antes la votación estaba asegurada por el PRI. Hoy, es configurada por las cuotas que los capos partidistas aportan como en una ruleta manipulada, donde el azar no existe. La ruleta está arreglada para que las coaliciones funcionen a la voz de los amos que ahora gobiernan la Nación.

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