Los cronistas de la ciudad

jaime enriquez felixJAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Desde épocas antiguas –con otro nombre quizá- los cronistas han sido la historia misma de los pueblos. No solamente la relatan: describen el comportamiento social, también custodian documentos, leyendas y consejas, aclaran dichos para no contaminar la fe que existe en ellos.  Muchos de estos relatores han pertenecido a la Iglesia Católica, en virtud de que esta fue centro de los registros civiles y, sobre todo, de un personal letrado y siempre dispuesto a recolectar información sobre el devenir de las ciudades.

Antes de la Revolución Mexicana, generalmente el conteo de las personas de un lugar era dado por las “fe de bautizo” y los archivos religiosos.  Cuando se configuran las administraciones más complejas de los gobiernos, surgen mecanismos civiles para reemplazarlos.  Hoy bastan unas cuantas monedas para tener un acta de nacimiento de manera automática, extraída de una máquina colocada en el mercado de la avenida Hidalgo –entre otros lugares-..

Los zacatecanos debemos estar agradecidos con dos historiadores fundamentalmente, que describieron las historias nuestras, dignas de ser contadas.,  El último de ellos, Don Salvador Vidal, un hombre anticlerical, juarista, que fuera nuestro profesor en el Instituto Científico de Zacatecas hasta sus últimos años de vida.  Hombre íntegro, siempre investigando la historia para darle a Zacatecas certidumbres del pasado y confianza en el presente.

Murió como los hombres buenos: en la austeridad republicana, con el cariño de su pueblo y en una pequeña casa donde todos podíamos visitarlo a la hora que fuera necesario.

A don Salvador toca dar continuidad a la obra primera de los anales zacatecanos: “Bosquejo Histórico de la Ciudad de Zacatecas”, de otro gran hombre, al que ya no conocimos, Elías Amador.  Sin ellos nuestro pasado sería nebuloso.  Sin ellos no podríamos valorar la riqueza minera de nuestras tierras ni la gran afluencia de extranjeros con sus costumbres y defectos que impusieron en nuestra ciudad de manera casi inmediata, por el rigor de la plata y del oro. Los palacios del Centro Histórico se construyen con arquitectos del viejo mundo, se equipan con muebles de las diferentes zonas europeas, y arriba hasta nosotros una cultura que, como en los Renacimientos, acompaña a los poderosos.  Así, grandes pintores, grandes cocineros, excelsos literatos, hermosas damas, personal que custodiaba los traslados del metal tierra adentro, se mezclaban con los nativos del lugar, en una mezcla extraña y enriquecedora que dio una nueva luz al mundo, que fulguraba desde Zacatecas, precisamente.

Nuestra moneda –de plata, de oro o en amalgama- valía lo que pesaba.  No hacía falta certificar lo que el peso mandataba. Así corrió en China, en Filipinas y en lugares de Centro y Norte América, en el intercambio de productos, sin ser cuestionado su cuño y su valía.  No importaba que procediera de un país distante: el fino metal hablaba por sí mismo.

En diciembre de 1994 cuando vino la crisis de Zedillo, usé una mañana de mi tiempo en un mercado chino para buscar estas monedas: encontré cuatro que pude adquirir, quintadas en la ciudad de Zacatecas.

Sin embargo, la historia no es la narración de los hechos de unos cuantos hombres.  Zacatecas ha perdido su tradición en la investigación de este rubro. Hoy se nombra un burócrata repite cifras, describe calendarios, más que como un cronista, como un pregonero. Hay un inmovilismo en la investigación del antigua historia zacatecana y una falta de interés por la narrativa cuidadosa del presente.  Triste papel el que la semana pasada, en una entrevista de Televisa, fue protagonizado por quien denunciaba a los jóvenes zacatecanos por haber producido daños en el patrimonio mundial que es la ciudad nuestra.  Claro que es grave, pero Zacatecas está bien custodiado por los zacatecanos porque es nuestra patria chica, porque es la tierra que fundaron y construyeron nuestros padres y abuelos, porque es un orgullo del mundo, porque los zacatecanos nos parecemos a nuestra tierra pues somos sus hijos.

Desde luego importa que seamos patrimonio de la humanidad. Se trata de un valioso reconocimiento a la belleza y la historia de nuestra ciudad.  Pero nuestra custodia es por el amor que le tenemos, no por los premios o merecimientos que se nos asignen.

La marcha de los zacatecanos el pasado 2 de octubre fue inmensa, quizá de 20 mil jóvenes.  Fue absolutamente pacífica, sólo marcada por un incidente: el de un joven que subió al balcón del Palacio de Gobierno y tiró indebidamente una manta de Sedena.  No pasó nada más.

Hubo tal vez algunos vándalos que el  cronista de la ciudad vio meterse a su oficina para quebrar una maceta.,  Habría que recordar al personaje citado, que también a él le corresponde la custodia de nuestros bienes y del patrimonio internacional que poseemos. No estamos seguros de este hecho: pudieron haber sido personajes rentados –alquilados al gobierno- como ocurre en la Ciudad de México, pero que triste papel pasar de ser cronista a locutor chivatón.  ¡Póngase a estudiar el origen de la fundación de la ciudad, que para muchos es incierto! Contribuya a encontrar la verdad histórica que tanta satisfacción daría al pueblo de Zacatecas.

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