AMLO y la fiesta cívica nacional

JORGE ÁLVAREZ MÁYNEZ *

El domingo primero de Julio, aproximadamente a las 8:50 de la mañana, Andrés Manuel López Obrador se dispuso a dar una entrevista a los medios de comunicación, tras haber emitido su voto en la casilla correspondiente a la sección 0359 del Distrito Federal, ubicada en Insurgentes Sur, a la altura de Copilco.

“Esta noche habrá fiesta cívica nacional”, declaró el candidato presidencial del Movimiento Progresista. En ese momento no pensó en la supuesta intervención de los gobernadores ni en las teorías de la conspiración contra la autoridad electoral; anunció un escenario de fiesta en el que él celebraría. Tanta era su confianza, que incluso reveló que había invalidado su voto, escribiendo el nombre de un candidato no registrado.

Y no se equivocó López Obrador. El domingo hubo una fiesta cívica nacional. Por primera vez en la historia, 50 millones de electores manifestaron su decisión; la participación fue notoriamente mejor a la de hace 6 años (63%) y la autoridad electoral recobró su prestigio.

Para las once y cuarto de la noche, el consejero presidente del IFE daba a conocer un resultado que coincidió (prácticamente sin error) con el 99% de las casillas que registró el PREP. Sin obligación legal, pero con el fantasma del 2006 al acecho, se transparentaron las actas en Internet.

La “fiesta cívica” lo fue, no solo por consideraciones cuantitativas, sino también cualitativas. Es decir: no solo hubo una participación histórica por el número de votantes, sino por el tipo de comportamiento que asumieron.

Asumir conclusiones simplistas sería lo más injusto frente a una voluntad popular tan compleja como la que se expresó.

Por ejemplo; es un error pensar que el tercer lugar de Josefina Vázquez Mota se debe a que la gente castigó la estrategia de seguridad de Felipe Calderón. No es casualidad que la candidata panista haya ganado en los estados de Nuevo León y Tamaulipas, y obtenido una votación inusualmente alta en Coahuila y Veracruz, que han sido las entidades más lastimadas por el crimen organizado, y en las que los ciudadanos han sido testigos de la indiferencia de los gobiernos locales.

También me parece un error pensar que los ciudadanos decidieron no castigar al PRI y olvidar el pasado. No es casualidad, tampoco, que Enrique Peña haya perdido en Oaxaca, Puebla y Tamaulipas, donde el lastre de Ulises Ruiz, Mario Marín y Tomás Yarrington cobró factura.

Al mismo tiempo, los ciudadanos distinguieron a los usufructuarios de su voto, y no votaron por el PT de Manuel Bartlett en Puebla, ni el de la familia Monreal en Fresnillo, así como eliminaron, de forma contundente, la fuerza de el Yunque en Jalisco.

Asimismo, los ciudadanos premiaron la gestión de Marcelo Ebrard en el Distrito Federal y establecieron un equilibrio en las cámaras que no permitirá a ninguna fuerza política tener, por sí misma, mayorías absolutas.

No solo hubo una re-distribución en las elecciones a gobernador, en las que el PRI refrendó su triunfo en Yucatán y recuperó los estados de Jalisco y Chiapas, mientras que el PRD ganó por primera vez en su historia los estados de Tabasco y Morelos y el PAN conservó ajustadamente la gubernatura de Guanajuato, también hubo sorpresas notables en las alcaldías de las principales ciudades del país.

El PAN recuperó la presidencia municipal de Mérida y retuvo la de Monterrey; El PRI retuvo Zapopan y Guadalajara, pese al carisma de Alberto Cárdenas, y Movimiento Ciudadano ganó en Acapulco y Puerto Vallarta. El caso de Jalisco merece una mención aparte, pues un candidato sin acceso a spots de radio y TV como Enrique Alfaro, y excluido por el PRD, puso contra las cuerdas a un PRI arropado por los alcaldes de la Zona Metropolitana de Guadalajara (en la que arrasó) y noqueó a la ultra-derecha panista.

Todo eso sucedió en nuestro país el domingo pasado, aunque la mentalidad binaria de López Obrador se resista a observarlo. El respaldo que obtuvo en lugares como el Estado de México, Oaxaca, Puebla, Veracruz, Chiapas, Tabasco, Sonora y Quintana Roo, bien merecería su reconocimiento. Los ciudadanos, y fundamentalmente los jóvenes, alteraron el guión de la elección.

López Obrador debería honrar esos votos con demandas centrales al nuevo gobierno y propuestas legislativas progresistas que obliguen a reformas profundas en el país.

Pero, en vez de eso, prefiere darle la razón al 69% de los electores que decidieron no votar por él. Prefiere quedarse fuera de la fiesta cívica nacional que él mismo ayudó a gestar.

*Diputado local

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