Match Canelo-CCC

JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Las Vegas parecía México. Mexicanos por doquier: en las calles aledañas al T-Mobile Arena, el espacio aparecía inundado de banderas tricolores, cornetas, niños vestidos con trajes típicos, mexicanas bellas pero excedidas de peso, mexicanos con bigotes a la Javier Solís o a la Pedro Infante. Nos saludan todos con timidez -nos han de ver como perfumados- pero amables. Los refrescos Jarritos de tamarindo y limón, patrocinadores millonarios del evento en la televisión, compiten con la Coca Cola, y algunas cervezas, menos la marca Corona.

La instalación boxística de la pelea, mexicanizada, a excepción de ring side. Las meseras, todas güeritas pelos de elote, atienden a los mexicanos que les ofrecen de vez en cuando un dólar de propina, que enredan en el dedo mayor para que después las meseras lo guarden en su abultado y flácido pecho en algunos casos. Los mexicanos llevan sus papas como las de Sabritas con la salsa Valentina de rigor. Comparten y hay que entrarle. Adentro son muy amables, porque piensan que eres ojete por tu ropa y por tu gorra. Les gusta pistear contigo y todo te sale gratis. Si eres michoacano, guanajuatense o zacatecano les encanta más, porque formas parte de las etnias más comunes de entre quienes habitan en los Estados Unidos. Si les presumes de que hay más zacatecanos en los Estados Unidos que en el Estado, les da algarabía.

Una noche pletórica de gritos y emociones. El Canelo no es santo de su devoción. Lo ven como un mamón y un inflado de Televisa. Pero no hay de otra: ni modo de irle al ruso. Escuchamos los himnos respetuosamente. La Lucero muy hojalateada, buscando parecerse yanqui y que no quede en ella un solo gramo de su mexicana alegría.

La pelea entre un ruso seco, que no mostró nunca su sonrisa durante toda la noche y un Canelo pelirrojo, que más parece vikingo que nacional. En el ring, el mexicano flotaba como mariposa, pero no picaba como abeja, como dijo en México Mohamed Ali.  El mexicano, hecho un toro, ágil en la pelea, con mucha movilidad. No iba para adelante, como siempre en su historia. Buenos movimientos de cintura: evadía gran cantidad de los golpes del ruso, que era favorito en los momios de Las Vegas que se conservan como burdeles del viejo Oeste.

Magistral, el canelo desconcertando al Triple G. Si la estrategia fue consolidar al Canelo con su pueblo, lo logró. El resultado de la pelea. Fue 118 – 110 para el Canelo y 115 – 113 para el ruso y 114-114. Si esto se promedia, da 345 contra 339. Si el promedio fuera el medidor de la pelea, ganó Canelo. Sin embargo, hay un empate que, desde luego es una derrota para el campeón: no logró la victoria. Canelo ganó porque cambió su estilo, dio una exhibición de boxeo, su rostro quedó limpio y el del ruso maltratado, porque sigue vivo en el boxeo, porque le viene otra pelea con una imagen desinflada y un ruso al que destrozó su récord con un empate: invicto ya no es. Hoy nace un Canelo diferente. Volverá a entusiasmar a la comunidad mexicana en los Estados Unidos, convalidándola y mostrando juntos el rostro de triunfadores. Resultó una buena noche y una ratificación de la mexicanidad, que siempre es buena.

Hoy en la mañana revisé el video porque los ángulos de las cámaras son más completos. Los asientos en las arenas son unidimensionales. Hoy se consolida un ídolo, un mexicano universal, y el Canelo Álvarez entra a la mítica popular, donde están ya Rubén Olivares y Julio César Chávez, entre otros.

El boxeo mexicano ha sido generoso en sus mejores hombres, expulsándolos al mundo en este polémico deporte que pareciera ser de la barbarie. Sobre todo, los pesos mosca y los pesos gallo y de vez en vez hasta el peso welter. Han dominado todos los escenarios del mundo. El boxeador mexicano va a Japón, noquea al boxeador y se trae el título. Han invadido toda la Unión Americana: desde el Ratón Macías, Rubén Olivares y el Poncho Zamora en Los Ángeles, California. Llenaban los estadios a su antojo. Los gimnasios del downtown californiano eran centros de exhibición de los mexicanos. Invadieron después el Toreo de Cuatro Caminos, para que los mexicanos tuvieran el privilegio de gozar a sus héroes, y punto final y permanente, por ahora, Las Vegas, Nevada, donde la vida no vale nada y el peso mexicano tampoco. Eta capital del juego se paraliza con la fiesta mexicana a la que invitan a sus ídolos. Pedro Infante, Jorge Negrete y Javier Solís desaparecen y hoy sólo viven en la nostalgia. El Box es el deporte mexicano, porque peleoneros somos, orgullosos también y con dinero fácil hasta simpáticos somos.

México encontró un nicho no en su historia sino en su futuro: el Box.

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