¿Se ha dictado ya sentencia de muerte contra los bachilleratos agropecuarios?

AQUILES CÓRDOVA MORÁ

El proyecto original del cual formaban parte integrante los bachilleratos agropecuarios (CBTAs) se proponía tomar en sus manos al joven educando desde la secundaria (Secundarias Técnicas Agropecuarias, SETAs) para empezar a darle desde allí una doble formación: por una parte, los conocimientos propios de la enseñanza secundaria necesarios para quien desee continuar sus estudios y, por otro, familiarizarlo con las ciencias y la práctica de la producción agropecuaria para hacerlo capaz de producir alimentos y vivir de la tierra, para mejorar el nivel de bienestar de su familia y elevar la producción y la productividad del campo en general, en caso de que, por alguna razón, no pudiera continuar estudiando. Para poder lograr esto, el proyecto se continuaba en la educación media superior (CBTAs) y llegaba finalmente hasta el nivel profesional, con los Institutos Tecnológicos Agropecuarios (ITAs).

Los fines político-sociales del proyecto eran múltiples. 1) preparar a los jóvenes para una vida productiva exitosa, con repercusiones familiares, locales, regionales y nacionales como ya queda dicho; 2) frenar la fuga de cerebros de las áreas rurales hacia los grandes centros urbanos en busca de una educación profesional y de calidad que, obviamente, no encontraban ni en su comunidad ni en su región; 3) ligado al anterior como su consecuencia natural e inevitable, aliviar la presión de la demanda educativa sobre las instituciones de mayor tradición y prestigio como la UNAM, el IPN, Chapingo y unas pocas más; 4) arraigar de por vida a la juventud campesina en sus regiones y comunidades de origen ayudándola a construirse un modo de vida decoroso, para frenar con ello la emigración masiva a las ciudades y para ponerla en condiciones de jugar el papel de poderoso motor del desarrollo, modernización y productividad de la agricultura mexicana; 5) no condenar al desempleo y a la pobreza por falta de capacitación para el trabajo productivo, a todos aquellos jóvenes que, por la razón que fuere, se hallarán de pronto imposibilitados para seguir estudiando. Se buscaba que, sin importar a qué altura del proceso se hallara el desertor involuntario, pudiera enfrentarse a la vida armado con los conocimientos suficientes para construirse una vida productiva y satisfactoria.

Para poner en ejecución el plan, y luego desarrollarlo más, administrarlo con eficiencia y garantizar los resultados propuestos, se creó la Dirección General de Educación Tecnológica Agropecuaria (DGETA), dependiente de la Secretaría de Educación Pública (SEP), de cuyo primer director, el señor Ingeniero Manuel Garza Caballero, oyó quien esto escribe buena parte de la información que aquí se consigna. Pero los intereses de grupo, las intrigas y las envidias, las luchas intestinas por el reparto del poder y del presupuesto, bien pronto comenzaron a roer las bases mismas y todo el edificio del proyecto. Primero fueron las Secundarias Técnicas Agropecuarias (SETAs) las que le fueron cercenadas, alegando que era absurdo separarlas del ciclo de educación básica; luego fueron los ITAs que, al parecer, por estar dirigidos exclusivamente hacia la educación agropecuaria, resultaban restrictivos y “discriminatorios” para aquellos jóvenes cuya vocación los orientara en otra dirección, problema que se reflejaba, según se dijo, en una caída persistente de la matrícula. Había, pues, que ampliar el menú de opciones si se quería captar una porción mayor de la demanda educativa de los jóvenes del campo, y los ITAs fueron amputados al proyecto cambiándoles el objetivo, el nombre y la dirección administrativa.

Hoy parece que ha llegado su turno a los CBTAs, lo último que queda del proyecto original. En efecto, corren fuertes e insistentes rumores entre los profesores, el personal administrativo y manual, la población estudiantil de esos centros educativos, e incluso entre funcionarios de distintos niveles de la DGETA, de que ha sido ya dictada sentencia de muerte contra los bachilleratos agropecuarios; que se proyecta convertir a la mayoría en bachilleratos “generales” y, al resto, los más pobres en infraestructura, en recursos productivos y en matrícula, simple y sencillamente cerrarlos y sustituirlos por un telebachillerato. Y hay varios hechos duros que apuntalan el rumor. Por ejemplo: 1) en lo que va del actual sexenio, se han rechazado, de modo absoluto y sin apelación posible, todas las solicitudes de apertura de nuevos planteles de este tipo, sin importar si están justificados o no desde el punto de vista de la demanda educativa; 2) ha habido cero incremento en el presupuesto para los planteles ya establecidos, incluso para actividades tan elementales como papelería de oficina, plumones y borradores para las aulas, material de aseo y de oficina en general; 3) tampoco se han autorizado nuevas plazas para docentes cuyas asignaturas forman parte del plan de estudios vigente y que no se imparten, o se imparten mal, por falta de profesores.

El último y más claro indicio de la sentencia de muerte de los CBTAs ocurrió hace pocas semanas: súbitamente fue suprimido un eslabón fundamental en la cadena de mando de DGETA, las llamadas Subdirecciones de Enlace Operativo, organismos intermedios entre la Dirección General y los planteles educativos, de los cuales había uno por cada estado de la república. Esta intempestiva supresión del eslabón intermedio de la cadena de mando ha dejado a los planteles al garete, a la deriva, sin la instancia cercana y adecuada para plantear y resolver su problemática cotidiana, y ha vuelto más débil, lejano y caro el órgano supervisor ante el cual quejarse o rendir cuentas oportunas de la marcha del trabajo. Los daños a la cohesión, a la disciplina de directores y personal, a la actividad académica y productiva de todos los planteles, son ya evidentes y francamente graves; se está provocando el derrumbe por implosión de un edificio educativo que hasta hace unos meses funcionaba regularmente bien.

El reemplazo de un CBTA por un bachillerato general nos regresa sin remedio a los problemas cuya solución se intentó con el proyecto de educación tecnológica agropecuaria: los jóvenes volverán a quedar expuestos a la dura disyuntiva de terminar la carrera a fortiori o engrosar las filas de los desempleados, de la emigración al extranjero o del crimen organizado; la presión de la demanda sobre los grandes centros educativos del país, ya hoy mismo totalmente rebasados en su capacidad de admisión, volverá a crecer peligrosamente (se calcula una población superior a los 800 mil alumnos sumando la matricula de DGETA y de DGETI, otro subsistema igualmente amenazado de desaparición); y la educación preparatoria, al ya no estar ligada por sus objetivos con el campo y los campesinos, perderá altura y calidad y volverá a inducir a los jóvenes a buscar mejor preparación en las escuelas situadas en las zonas urbanas, haciendo mas cara y difícil su educación. Y estos males se potenciarán y se convertirán en franca discriminación ante las oportunidades de empleo, para quienes solo reciban un bachillerato fársico mediante una televisión y uno o dos  “monitores” por todo personal de enseñanza.

Quien esto escribe no quiere, ni puede (por no ser parte del sistema educativo de que trata), salir fiador de la calidad del trabajo de todos o la mayoría de los CBTAs; pero si puede afirmar, y con conocimiento de causa de primera mano, que la educación tecnológica agropecuaria fue la primera (y es hasta hoy casi la única) que se aventuró más allá de las banquetas y el pavimento de las ciudades para penetrar en las entrañas del campo mexicano y llegar, en algunos casos, hasta las zonas más marginadas y recónditas del país. Y allí permanece todavía. Esto hace una diferencia inmensa a su favor entre este tipo de educación y la forma tradicional de secundarias, bachilleratos y licenciaturas, que siempre han ostentado un inconfundible sello urbano y se han resistido a vivir en el campo y al lado de los campesinos y sus hijos. Si con el tiempo los CBTAs han acumulado fallas y vicios (y esto lo podemos dar por seguro), de ello se deduce que hay que corregirlos y enderezarlos para que cumplan mejor su cometido; pero simplemente desaparecerlos alegando esos mismos errores y vicios, equivale a arrojar al niño junto con el agua sucia de la bañera, lo que ha sido siempre, aquí y en China, una locura, un disparate que no deberíamos cometer nosotros.

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