El silencio cómplice

SARA LOVERA

El feminismo nació en Francia en 1793, con el surgimiento de las asambleas de mujeres por todo el país, tras con la decapitación de Olimpia Gouges** en la plaza de la Concordia, en París.

Se extendió rápidamente en Europa, como un movimiento político con las demandas liberales que le dieron nacimiento al Estado Moderno. Para 1910, este feminismo incluyó a las trabajadoras, como una propuesta global de reivindicación del estatus de las mujeres en un ambiente dual: socialista y liberal.

Muy pronto, se declaró autónomo, desligado de grilletes ideológico/políticos enarbolados por los hombres. Se constituyó hasta la actualidad, además del ecologismo, en un movimiento universal vivo, renovado, y hoy está en una cuarta etapa.

En México nació con la rebelión de las monjas durante la conquista. Sus demandas para la mitad de la población han sido constantes, desde 1824, fecha de la primera petición del voto. Luego, el feminismo se sumó al movimiento de la República y se declaró en favor del laicismo. En la época prerrevolucionaria, levantó la voz para significar dos de sus características fundamentales: la libertad y la autonomía de las mujeres para dejar de ser adicionales.

Se ha hecho política feminista por más de dos siglos, al ritmo de los cambios democráticos y económicos, movimiento autónomo y con una agenda de derechos y reivindicaciones, según la época y el país. En México se sumó al movimiento de Francisco I. Madero, fue constitucionalista y coincidió con la idea de que el cambio de régimen debía incluir a las mujeres.

Además de los derechos, ha tenido presencia en las transformaciones económicas y sociales, hecho invisible por el poder. Su movilización por los derechos siempre sumó propuestas de desarrollo social.

Suponer que el feminismo es apuntalado por intereses aviesos, es desconocer su esencia y desarrollo, además de ser una actitud maniquea que denota, sobre todo, una visión corta y un profundo desconocimiento.

A mí no me sorprende el discurso presidencial. Lo que me asombra es el silencio de grupos feministas, de pensadoras y constructoras de la teoría feminista, de quienes dicen defender los derechos humanos de las mujeres, de quienes con una visión retrógrada siguen sosteniendo que las feministas son simplemente liberales, de clases medias, contrarias a la creación de un sistema de bienestar, sin saber que su horizonte histórico fue negarse a ser encajonadas en las ideologías en boga.

El silencio ha significado romper el cerco de la estulticia. Porque el silencio está ligado siempre a una complicidad dolorosa. Silenciar es acallar las propias palabras. Socialmente, silenciar es un sistemático ataque a la libertad.

El silencio es el cómplice más acabado del sistema patriarcal. Primo del disimulo, hermano de la negación, hermanastro del vacío. Es también un mecanismo para ocultar la resistencia.

Simone de Beauvoir dijo con sabiduría que el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos en silencio. Hablar supone poner en duda ese sistema… cuestionarlo… generar grietas. Lo que vendrá después será una avalancha.

Es probable que muchas militantes estén inmóviles ante esa otra avalancha que es la retórica presidencial desde donde se desconoce la historia. Veremos…

*Periodista. Directora del portal informativo SemMéxico.mx

** Olympe de Gouges es el seudónimo de Marie Gouze, escritora, dramaturga, panfletista y filósofa política francesa, autora de la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Como otras feministas de su época, militó en favor de la abolición de la esclavitud. ​Fue decapitada el 3 de noviembre de 1793, en la Plaza de la Concordia, Paris, Francia.