Intimidades de un proceso de selección y una criatura impertinente e inmadura

SARA LOVERA

El nacimiento del Instituto Nacional Electoral (INE), antes Instituto Federal Electoral (IFE), fue una obra de la ciudadanía mexicana que un día dijo: “Basta al control electoral del partido de Estado”. No fue una cosa sencilla enfrentar inercias, cacicazgos y prácticas electorales viciadas. El INE no es una institución autónoma más, es la institución encargada de regular el voto y asegurar que este sea respetado, sin intervención de los distintos poderes. Por ello, repercute en nuestra vida democrática; esta, la que vivimos a fuerza de tesón y esperanza. La misma batalla que damos para conseguir la ciudadanía plena para las mujeres. Nada de ello ha sido sencillo.

Yo, entre las personas que hemos atestiguado muchos momentos de la historia del México reciente, mirado importantes cambios, el afán por conseguir un país de prácticas y procesos que nos lleven a la democracia, pensamos que la función del INE es fundamental, que la renovación de su consejo no puede convertirse en un ariete político, ni en el viejo instrumento para mantener en el poder a un solo partido político ni a una clase ni a un solo sexo.

La selección de cuatro personas para ocupar los lugares vacantes en el INE, de un total de 11 que forman el Consejo General, tiene trascendencia, y resultó una tarea fascinante. No solo por su sentido y responsabilidad intrínseca, sino por lo que significan las elecciones de 2021 y el papel de organizarlas: habrá 15 nuevas gubernaturas, elección de quienes integran la Cámara de Diputados y de congresos locales, los ayuntamientos y sus planillas. Serán más de 3 mil puestos en todo México.

Un momento clave para la paridad entre mujeres y hombres y un ascenso de la participación ciudadana. No es poca cosa. Por lo que, para mí, fue un reto participar en la selección de candidaturas y un compromiso con el avance de las mujeres; mi único compromiso político.

La tarde en que se instaló el Comité Técnico Evaluador (CTE) para la selección de las candidaturas a ocupar las cuatro sillas vacías en el Consejo General del Instituto Nacional Electoral, dije en público que mi designación había sido una sorpresa, no calculada, y me ostenté como lo que soy: periodista feminista independiente. Casi cinco meses después, al cierre de los trabajos del Comité y con cuatro quintetas para la elección de consejeros y consejeras en la Cámara de Diputados, me sentí satisfecha de haber participado y atestiguado de un proceso aleccionador que, entre otras cosas, me enseñó a conducirme con templanza, característica poco común en mi historia y que me dejó un cúmulo de conocimientos.

A la sorpresa inicial de mi designación –hecha a bote pronto y debido a razones que aún desconozco–, la tarde del 16 de julio, un personaje, único en el Comité, con una clara militancia partidaria, hizo un voto particular contra los acuerdos consensados. En su discurso, intentó desprestigiar a las y los integrantes del Comité evaluador y a un número impreciso de aspirantes, señalando que fueron grises, burócratas y cómplices de procesos electorales fraudulentos.

El abogado John Ackerman miente. Es un individuo sin ética y, aparentemente, un mal representante de una corriente política. Fue primero impuesto en el Comité, tras una votación que lo dejó fuera en la designación que hizo la Junta de Coordinación Política (Jucopo) de la Cámara de Diputados, la cual eligió a las doctoras Blanca Heredia Rubio y Silvia Giorguli Saucedo y al doctor Diego Valadés Ríos. Ackerman fue propuesto por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), supongo que por consigna. Los doctores José Roldán Xopa y Ana Laura Magaloni Kerpel fueron propuestas del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI). La Cámara tuvo que hacer un acuerdo para incluirlo, a pesar de no ser mexicano por nacimiento. Hoy no puede hablar de exclusión.

Desde la instalación del Comité, sus actitudes siempre fueron sospechosas. El primer día de trabajo, el señor llegó con un equipo de cinco asesores, quienes participaron en todos los equipos de trabajo; por lo general, queriendo siempre imponer reglas. La Jucopo había autorizado un presupuesto para la contratación de dos asistentes, y así lo hicimos la mayoría, excepto él.

El primero día de trabajo, se propuso contar con una coordinación interna en el Comité, pero el señor Ackerman se opuso, porque dijo que las decisiones tenían que tomarse de manera horizontal, como lo mandan los nuevos tiempos, con la finalidad de evitar jerarquías. Sin embargo, él, poco a poco logró privilegios y un liderazgo en el quehacer diario del Comité, como en la escuela, cuando el profesor te hace cargo del gis y el borrador. Era el enlace, en la práctica, con la Cámara.

¿De qué se queja cuando habla de un trabajo sesgado en el Comité y de la existencia de un bloque conservador? No tengo idea. Pero evidentemente su comportamiento es peligroso; hoy queda en claro. Estuvo emboscado y, cuando no logró sus objetivos, entonces se hace eco de quienes sí trabajan por destruir al INE. Se convirtió en su vocero. Durante los trabajos del Comité, no tuvo empacho en convertirse en un censurador. Todo le fue entregado. Pudo ver y revisar todos los expedientes, pudo llegar a los lugares de resguardo de documentos cuando quiso, cambió citas y ritmos de trabajo, a su antojo. Rompiendo la regla interna, escribió, se exhibió, dio de qué hablar, contra toda la discreción que hubo en el Comité. ¿Por qué, si estaba seguro de nuestros sesgos, no nos denunció antes?

Una regla en el Comité fue la absoluta discreción, no por opacidad, sino para garantizar una contienda con piso parejo, sin cuotas ni cuates, regla que no cumplió el señor Ackerman. Él y sus ayudantes, como todas y todos los demás, tuvimos la misma oportunidad de examinar desde el primer día los expedientes de más de 390 personas y la forma en que estos serían evaluados. En consenso, acordamos cada paso del proceso, de la estructura y contenido del examen de conocimientos, tiempo y sentido de las entrevistas finales y todo tipo de tareas que este tipo de trabajo demanda. Nuestras y nuestros ayudantes, jóvenes profesionistas, hombres y mujeres, firmaron una carta de confidencialidad para evitar trascendidos. Los expedientes fueron resguardados celosamente.

Discutimos y acordamos con libertad absoluta, y admitimos, ahora me doy cuenta, una conducta inmadura que rondaba entre nosotros. Con gran elegancia, mis compañeras y compañeros del Comité contemporizaban con este muchacho quien cambiaba acuerdos y horarios, y quien tenía –por momentos– actitudes desafiantes: “¿Por qué no empezamos mañana a las siete? El señor presidente se levanta a las cinco”. Nadie contestaba; luego, decidíamos iniciar la jornada a la hora consensada que a cada quien conviniera. Él estuvo en todos los acuerdos; los admitió y firmó.

Los siete integrantes del Comité acordamos, como regla infalible, la obligación de excusarnos de revisar los expedientes, cuando tuviéramos algún conflicto de interés. Vale la pena señalar que la revisión se hizo al azar, y dos de nosotros revisaríamos, de manera individual, los mismos expedientes. Ello permitiría que no hubiera la más mínima sospecha de complicidad. Es curioso, John Ackerman revisó el expediente de Diana Talavera Flores, quien quiso incluirla en las quintetas hasta el último momento, sin una lógica racional. Nadie sabe hasta ahora por qué. Él revisó su ensayo y él la calificó. Hoy dice que fue excluida, porque “huele a pueblo”, a pesar de su “alta calificación”. Ojo, según nuestro análisis, el 30 por ciento de quienes forman las quintentas provienen de universidades públicas, solo cinco por ciento de universidades privadas. Su opinión sobre el interés del Comité por favorecer a personas, por ejemplo, del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), se cae por sí misma.

De la selección de conocimientos, de 390 participantes, pasaron a 160, cuando se evalúo cada expediente, cuidadosamente; incluso, checando si existía o no el título que presentaban. En todo estuvo Ackerman de acuerdo. Fue consenso. No hubo votaciones. Es decir, si estaba en desacuerdo, no lo dijo. ¿Podemos decir que eso es ético y profesional?

Yo preguntaba, como es parte de mi oficio, e insistí muchas veces en entender antes de estar de acuerdo. Él, en cambio, ojo, ¿preparaba el asalto? Porque nunca se opuso a la diversidad que ahora reclama. Es mentira que propusiera tres quintillas solo de mujeres. Eso fue solicitado en una carta al Comité por el grupo Mujeres en Plural. Las dificultades de la diversidad regional, la diversidad de profesiones, no llevó a las 20 personas, de entre las cuales se elegirán a quienes ocuparan las cuatro vacantes: dos hombres y dos mujeres.

Además, estuvo de acuerdo en cómo serían las entrevistas y que se incluirían las preguntas que libremente el público hizo a través de una modalidad de parlamento abierto, a través de internet, opiniones que fueron recogidas cuando se hizo la segunda fase. Opiniones que fueron siempre importantes. Ahí había algunas denuncias de acoso sexual o de mal trabajo de algunos o algunas aspirantes. Un ejercicio transparente de selección que incluyó todos estos aspectos ¿Dónde está el sesgo? Me pregunto.

Así, las entrevistas serían cruciales. Es el momento cómo de cara a cara una persona puede trasmitir lo que un frío expediente no logra. Las interrogantes fueron incisivas. John Ackeman, todas las mañanas, de esos cinco intensos días, traía una ficha para aplaudir o descalificar a las y los aspirantes. Tanto, que entre broma y risa le pusimos el enviado de la KGB o el representante del antiguo CISEN. Increíble. Fue de entre todos, y pueden verse las entrevistas, el más agresivo. No obstante, a la hora de la selección hizo el consenso para elegir rápidamente a 17 personas, 9 hombres y 8 mujeres. No tengo la menor idea, cómo este señor, sin elementos sustantivos, habla de sesgos y bloques. Solamente tuvimos esos casos no consensados y decididos por voto. ¿Dónde están todas esas candidaturas que harán del INE más de lo mismo?, como sugiere la opinión de un grupo partidario en la Cámara de Diputados.

Tenía o tiene un interés personal en Diana Talavera, evidentemente. Inexplicable al comienzo, cada vez más claro ahora que se publican fotografías de amistad antigua. Por eso me vuelvo a preguntar: ¿cómo es que él no se excusó al revisar su expediente? Todas y todos lo hicimos cuando conocíamos a un o una aspirante. ¿Cómo es que este personaje tan polémico, pueda ser cobijado, por una corriente política, con la que una no puede estar de acuerdo, pero que en democracia no solo es legítima sino posible? ¿Cómo es posible que lo avalen, si además de mentiroso se comportó como un niño inmaduro que puede echar abajo cualquier estrategia?

Alguna vez y, sin consenso, yo advertí de la conducta pública de Ackerman, de sus lances políticos, como una forma de afectar al Comité; sin embargo, no tuve éxito. Yo estoy clara de cómo, con absoluta falta de ética personal, se escondió, sin poder enderezar ni una sola conducta ilícita o falta de ética de las siete personas del Comité.

Hoy, los analistas dan sus explicaciones políticas y profundas. Yo solo creo que hay que seguir mirando a un personaje poco confiable, no solo para la vida honesta e intelectual, universitaria de México, sino para su grupo político y para el partido que obtuvo la mayoría electoral en 2018. Ojalá que, quienes se unieron a su protesta, sin conocer el trabajo del Comité, no logren presionar y echar abajo tan ardua tarea.

Pero, además, debo decir desde aquí, que cada papel, minuto, acuerdo, metodología, sustento y calificaciones están publicadas en el micrositio de la Cámara de Diputados, igual que todas las entrevistas de los 60 finalistas. Ello, para quienes interesadamente hablan de un proceso opaco, que es totalmente transparente. Veremos.