Lilia y Tania

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

La violencia contra las mujeres es una vergüenza para cualquier sociedad, pero esa vergüenza se dimensiona cuando se comete contra una niña, como “Lilia” quien sufrió una violación por parte de un hombre que le multiplica la edad por casi seis veces, su nombre es Federico Cruz Juárez, libre aún.

Con un promedio de 9.5 en el quinto grado, la estudiante de la escuela primaria Apolonio Hernández, una escuela pequeña, allá en el municipio de Santa Catarina Tayata, distrito de Tlaxiaco, a sus muy escasos 11 años de edad, “Lilia” interrumpe sus sueños, sus aspiraciones, sus deseos de niña.

¿A qué aspira una niña cuando tiene 11 años de edad? Me pregunté después de escuchar a “Lilia” y a su madre narrar las historias de violencia que han tenido que sufrir ambas, cada una por su lado,  en tiempos distintos y circunstancias parecidas.

Lilia quiere ser médica, triunfar en la vida para romper con la pobreza y con la violencia cuyo rostro irónico se traduce en un niño pequeño y frágil que acuna en sus brazos.

Ella, que tiene hoy 12 años aspira a la justicia. Una lejana sombra para ella y para muchas mujeres; los datos oficiales en Oaxaca indican que el abuso sexual ha golpeado, marcado como hierro ardiente el alma y el cuerpo de cerca de cuatro mil mujeres entre 2010 y hasta junio de 2016. Aunque son las mujeres que han presentado denuncia.

Sin duda hoy este país tiene una deuda con Lilia y con todas las niñas que son violadas y que sufren un embarazo forzado, indeseado para una niña tan pequeña como lo es aún Lilia que no alcanza a dimensionar su tragedia, porque ella tenía otros planes en la vida: estudiar para sacar adelante a su familia, para romper con la tragedia de la violencia y alejarse de algún modo de la terrible pobreza que las hace presas del mandato masculino del machismo.

Si en México hubiera educación sexual, Lilia habría tenido una idea clara que después de ser violada por Federico Cruz Juárez existía la posibilidad de enfrentar un embarazo y habría roto el silencio en el que permaneció debido a que sobre ella pesaba la amenaza de ser asesinada.

Pero Lilia, de apenas 11 años, no tenía idea de que el daño producido por Federico traería consecuencias graves sobre su cuerpo, como el hecho de sostener un embarazo que al momento del parto la puso muy cerca de la muerte.

Si Lilia le hubiera dicho a su madre a tiempo algo habría cambiado. Las autoridades de Salud tendrían que aplicar la Norma Oficial Mexicana 046 para evitar el embarazo mediante la anticoncepción de emergencia y, en un caso determinado, con toda oportunidad, incluso, le habrían practicado un aborto. Ese era su derecho, así lo establecen las normas.

Pero en México eso no sucede, no pasa por la mente de quienes toman las decisiones y que terminan por omitir la educación sexual, la disposición de anticoncepción de emergencia  o la interrupción legal de un embarazo presionados por el conservadurismo religioso que sigue considerando que el aborto es un pecado y no una solución ante un problema que se convierte en realidad en cuerpos pequeños como el de Lilia.

Un año después de la violación la niña sufre la estigmatización de personas que cuestionan a Lilia y no al violador; como los curas que para justificar la pederastia de algunos sacerdotes señalan que las víctimas en realidad se ofrecieron o provocaron a sus victimarios. Resulta increíble creer que algunas mentes retorcidas pueden hacer esas afirmaciones.

A 12 meses de la violación el papeleo de “las investigaciones” no salen de un escritorio mientras Federico Cruz Juárez huyó para no ser castigado.

A casi 365 días de los hechos y a tres meses del nacimiento del pequeño ninguna autoridad, llámese de justicia (Centro de Justicia para Mujeres o de la Fiscalía), de Salud, el famoso DIF o de esas asistencialistas que pululan tanto entre los gobiernos, hacen algo para ayudar a Lilia que vive hacinada en una casa de madera y techos de lámina, con 12 años de edad y con un hijo de tres meses.

Y a estas alturas habrá quien se pregunte ¿Y por qué tendrían que ayudarla? Solo por el simple hecho de cumplir su responsabilidad, no solo en la impartición de justicia, la justicia que Lilia quiere para que Federico no le haga daño a ninguna otra niña, sino también porque la desinformación en educación sexual y la falta de atención adecuada, son o deberían ser políticas públicas permanentes.

Pero como nada de eso existe, no en los hechos reales y concretos, sí mucho en los discursos y en las propuestas, en los abultados aparatos burocráticos y también en esa naturalización de la violencia contra las mujeres por parte de la sociedad. Y este solo ejemplo contradice al Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, quien llamó a las mujeres a denunciar. Sr. Osorio, Lilia y su madre denunciaron en enero pasado, nadie les da respuesta. Y eso le pasa a miles de mujeres en México. Nadie repara el daño, un daño por cierto irreparable.

Lo cierto es que mientras las niñas como Lilia sigan sufriendo abusos sexuales y embarazos no deseados estaremos hablando de una sociedad que tolera la violencia y que la considera como algo normal en la vida de las mujeres. México, sin educación, sin igualdad, sin reconocimiento de los derechos de las mujeres a vivir libres de violencia, seguirá siendo un país de vergüenza.

Tania, un orgullo ayuuk

Tania Eulalia Martínez, Premio Nacional de la Juventud 2016 en la categoría de Logro Académico, es un ejemplo de lo que quisiéramos pasara con todas las niñas y mujeres mexicanas. Tania Eulalia Martínez venció cualquier dejo de discriminación en su contra, ha sido becada y ha estudiado en diversos países, hoy mismo estudia un doctorado en Holanda. En su discurso en la ceremonia de entrega del premio le dijo a Peña Nieto que ella es un ejemplo de la inversión en la educación pública y que ésta vale la pena. Por sus logros académicos fue galardonada este viernes. Qué bueno por Tania, que es México, como ella misma dijo.

Twitter: @jarquinedgar

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