La impunidad

SARA LOVERA

Estos días en Pachuca, Hidalgo, se hizo un repaso de que se ha hecho desde los gobiernos, la sociedad civil y los congresos para detener la violencia contra las mujeres. Se llamó Diálogo Regional 2016 “Intercambio de Buenas Prácticas: desafíos y nuevos retos para la erradicación de la violencia contra las mujeres”; el balance de las buenas prácticas, 22 años después de aprobada la convención Belén do Pará, es ininteligible.

La Convención es una especie de carta americana para terminar con esa violencia, la firmaron todos los países de nuestro continente, México lo hizo en 1994. Y todavía hay abogados y abogadas que no la conocen, a pesar de ser ley suprema en virtud de los cambios constitucionales de 2011.

Si el resultado es pobre, debo decir que ello no significa que no se hayan hecho cosas. Las académicas han diagnosticado año con año todas las violencias, de donde vienen, como se desarrollan, cuales sus efectos; las y los congresistas han legislado en todas las américas, creando leyes de acceso de las mujeres a una vida sin violencia; sobre la violencia familiar; la violencia infantil, trata de personas, la violencia política, la violencia en el noviazgo; violencia comunitaria; violencia contra periodistas, etcétera.

A su vez, los gobiernos han puesto en marcha agencias de denuncia, fiscalías especializadas, sistemas y modelos de atención –por decenas-; centros de justicia, comunitarios, refugios para mujeres maltratadas; seguros contra la violencia; coordinaciones…y han hecho discursos, llamados de atención y con frecuencia también aprueban presupuestos, puestos, programas, campañas, acuerdos…

Los organismos internacionales han invertido millones de pesos en los diagnósticos, además de campañas y llamados a la población, con la compañía de gobiernos y sociedad civil.

Los esfuerzos existen. No podemos negarlo. ¿Y…? En Pachuca donde se desarrolló este diálogo de dos días, hubo que reconocer que no funciona la cadena de justicia. Ya sé, me van a decir que es culpa del gobierno en turno, estatal, federal o local de este año y del año pasado; hubo que reconocer que tres de cada 10 mujeres sufren violencia y que no hay unidad en los protocolos; que los ministerios públicos son incapaces, tras más de dos décadas, de identificar cuando una mujer ha sido sistemáticamente violentada, lo que aumenta su riesgo y muchas veces las matan; hubo que reconocer que a pesar de grandes, pequeñas y medianas capacitaciones, todavía hay diputados o diputadas; funcionarios o funcionarias que se preguntan ¿de verdad es posible que un querido esposo mate a golpes o ahorque y asesine por asfixia, sólo con la fuerza de sus manos y el coraje, porque la señora desobedeció?

Hay quien dice que es ciencia ficción.

El tema es como aquel histórico “ser o no ser y la nada”; un círculo vicioso; un atolladero. Y a pesar de todas las leyes y políticas no podremos presumir de nada, si en las Américas una de cada tres mujeres han sufrido violencia; si el asesinato de mujeres pinta de rojo todo el continente, desde Canadá hasta la Patagonia; en México, dicen las que saben, son asesinadas siete mujeres al día. ¿Cómo presumir si muchos personajes con poder y millones sin poder siguen pensando que las mujeres pueden ser usadas y desechadas?

Yo creo que lo que falta es una transformación cultural, tan profunda que no podríamos continuar viviendo en este sistema patriarcal, capitalista, excluyente y antidemocrático. Esto es, ir al fondo del problema, lo que significaría un cambio real de sistema. Soñar con la honradez, la democracia y la escucha. Un lugar de diálogo y crecimiento en el cual no hubiera grupos de interés.

Mientras eso sucede, tendremos que meter a los violentos a la cárcel, crear refugios y seguir usando palabras como lucha, enfrentamiento, indignación, enojo y habremos de desautorizar todo aquello que no sea acorde con lo que yo pienso. El eterno problema del poder y el patriarcado. Eso, y la acumulación de riqueza, nadie quiere cambiarlo. Y si hubiera esa revolución que digo ¿las cosas cambiarían? Si, o no. Yo no creo en las soluciones mágicas o que culpan a los de junto, mientras no nos veamos hacia dentro.

Esto es, cuando cambiaremos el pensamiento y la ideología. Nadie puede negar que además hay omisiones institucionales. Hay omisiones en la población. Hay omisiones en las iglesias. En fin, hay omisiones en los grupos y asociaciones.

En Pachuca, donde se hizo el análisis de “las buenas prácticas”, con el patrocinio principal de la Comisión Interamericana de Mujeres de la OEA y la Secretaría de Gobernación de México, escuché principalmente monólogos sobre lo mil veces diagnosticado, analizado y explicado. Y pocas experiencias sinceras de cómo nos ha ido en estas más de dos décadas, o qué hemos aprendido.

Me pregunté cómo sería un balance de las Unidades de Atención a la Violencia Familiar de la Ciudad de México, creadas por ley, ¿quiénes van, cómo las atienden, cómo denuncian? Y veía al Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, pedir a todas las mujeres que denuncien, y que de ellas depende. Ello me reveló que no hay ninguna relación entre su petición a las otras, a las víctimas y la realidad sobre cadena de justicia donde el balance es que hay impericia, corrupción e impunidad, pero sobre todo incomprensión.

También me llené de asombro cuando escuché las voces expertas explicar qué cosa es género, y repetir algunas frases como hacer investigación judicial con perspectiva de género. Sólo frases. Me horrorizó el discurso vacío de esas expertas, y su más grande descubrimiento: “las fuerzas conservadoras nos asechan”.

Irinea Buendía, madre de Mariana Lima Buendía, joven asesinada en el estado de México en 2010, personificó o materializó el concentrado de esa ausencia de conciencia de mexicanos y mexicanas sobre la condición de las mujeres; fue ella y su insistencia de cinco años lo que consiguió una sentencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para reparar un proceso que había aceptado que Mariana se había suicidado, sin más.

Porque como ella lo expresó en Pachuca, hay un pensamiento patriarcal que no nos deja ver, que no nos permite avanzar. Pero también dijo que con la sentencia de la Suprema Corte (marzo de 2015) se rompió el silencio y se abrió un inmenso espacio de esperanza. Es posible. Ahora viene el proceso de vuelta y habrá que ver cómo se comportan las autoridades.

Para mi avanzar es mirar todos los factores. Hay impunidad y mala justicia, como explicó Irinea Buendía, pero hay sobre todo indiferencia e incomprensión.

¿Qué se puede hacer al interior de la Reforma Educativa? Bueno por ahora nada, el magisterio pide y defiende sus derechos con violencia y patriarcado, ellos y ellas quienes podrían ser ejemplo para promover el cambio entre las nuevas generaciones, son prototipo de la violencia y la violación sistemática a la ley. El gobierno y la policía hacen el ridículo, no hay jueces que hagan posible el respeto a un derecho primigenio: el del libre tránsito, por el contrario, muchas defensoras de la perspectiva de género, aplauden al profesorado que enseña violencia.

Y qué podemos decir de los medios, que hacen y dicen lo que quieren. Y todos los y las políticas, no los tocan, porque esos medios son instrumentales a sus intereses, promotores de sus afanes, al contrario los apapachan y los miman, siempre y cuando les tomen dictado, cuando no es así los hostigan y persiguen. Para mi fracasó la reforma en los medios, que perseguimos durante 30 años; se centró en la lucha por las concesiones y el espectro radioeléctrico. Increíble.

Pero además, los medios pueden hacer propaganda a las y los políticos, que por más esfuerzos, talleres, foros, libros, casos y hechos, no pueden identificar cómo en la informalidad, esos medios educan y mal educan, sostienen y hacen crecer el sistema patriarcal y violento. Los medios no crean la violencia, pero la difunden y la justifican; sostienen las ideas de discriminación. Los medios, sus dueños, sus trabajadores y trabajadoras.

Pero, ojo, hoy la moda es la denuncia violenta, la oposición altisonante, las palabras duras y tremendas: finalmente promoción de la violencia, incluso en nombre de la justicia social.

Hay que verlos y escucharlos. Claro ni el gobierno ni la oposición ni las mujeres con poder podrían intervenir a los medios para que cambien su programación y sus contenidos. Eso hay que hacerlo con calma, con sigilo, a través de alianzas, dicen. Yo creo que sí, que puede ser así, pero ello tampoco satisface a las voces anti todo. Al contrario se ha descalificado, como al descalificar impidiera sus efectos.

En pocas palabras en nuestro sistema, tanto en el aparato educativo, que hoy tiene postrado al gobierno, como los medios de comunicación, en manos monopólicas, hacen imposible difundir la condición de las mujeres; la teoría de género; las buenas prácticas y parar el horror de la violencia contra las mujeres.

Lo único cierto es que en Pachuca, Hidalgo, cada quien habló de lo suyo y no supimos si hay quien haya tenido, con algo, aunque sea poquito algún éxito. Cifras, datos, golpes de pecho, no nos permiten avanzar. En cambio llamar a la no impunidad, desde donde se haga eso y dialogar, es al menos un camino. Lamentablemente los medios sólo vieron en toda esta discusión, a una mujer que se arrodillaba, clamaba justicia y era, a todas luces la personificación de un ser vulnerable sufriente, una mujer que buscaba a su hija. Madre santa y pura. Por cierto la hija apareció en menos de 24 horas, asunto de una diligencia tan efectiva, sólo propia de la serie de televisión la Ley y el Orden, ojalá eso se trasmitiera a toda la cadena de justicia.

En fin. No me lean, porque no creo nada.

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