Antonio «Tony Aguilar

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JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

A mediados de los años 80 del pasado siglo, en uno de los múltiples viajes a mi tierra, requeríamos de aproximadamente 20 caballos rancheros de buena alzada, para cruzarlos con caballos árabes y peruanos que la Universidad Tecnológica de México poseía en un rancho del Estado de México. Necesitábamos además, adquirir los implementos que este tipo de animal requiere. Visitamos Jerez, Tlaltenango, Nochistlán, Santa María, Tepetongo…Me hice acompañar por quien cuidaba mi rancho de La Presa del Chique, Dimas, quien había sido instructor de caballos del rancho de Antonio Aguilar, el Soyate. Él mismo tenía algunos cuacos corrientes pero bien escogidos, con habilidades como las de estirarse, tirarse al piso y responder a un silbido, entre otras. Le ofrecí entonces la plaza de caballerango en el rancho de la Universidad.

Ya con los animales, regresamos al rancho mexiquense. Las caballerizas le encantaron: le parecieron muy elegantes, más para humanos que para animales, dadas sus dimensiones y su comodidad. El compromiso era uno solo: si le gustaba, se quedaría, en caso contrario, se regresaría a El Chique. Dimas era buen charro, valioso como hombre de campo, además. Sin embargo, apenas pasado un fin de semana, él ya no estaba. Me había dejado un recado: “En este rancho espantan. Se me apareció un Cristo. Yo ¡qué necesidad tengo de andar viendo visiones!”.

Dimas, hombre de caballos y amigo de los Aguilar, desde los padres de Tony, tenía contacto con ellos. Varias veces recibí por su conducto, noticias del interés del artista por adquirir el rancho de El Chique. No tuve nunca intención alguna de venderlo, por lo que no atendí las invitaciones de los señores Aguilar.

Antonio Aguilar Barraza, nacido en la calle de La Merced, del municipio de Villanueva, Zacatecas, y avecindado en la Hacienda de Tayahua, fue sepultado en el Cerro de San Cayetano en su rancho El Soyate, al pie de un ochote, árbol hermoso que me recuerda cuando Dolores del Río era la diva máxima de Hollywood. Habiéndose casado en segundas nupcias con uno de los ejecutivos que manejaban la industria cinematográfica, en el jardín de su residencia mandó poner un árbol similar, famoso por su figura caprichosa.

Tony Aguilar es un rescatador, a su manera, de la Revolución Mexicana. Sus películas reflejan la pobreza de una tierra cruel que el campesino ha tenido que arar con sus propias manos. Fue un artista valiente, capaz de entrar en sus cintas, en el debate permanente entre pobres y ricos, entre hacendados y ejidatarios o peones. Se hizo defensor a ultranza de la canción campirana, del arraigo a la tierra, del respeto y amor a la mujer mexicana, teniendo a la familia como el centro del universo de un hombre cabal. Así fueron sus valores y así los reflejó en su trabajo cinematográfico.

Su gran intento de rescatar a Zapata, un héroe olvidado por el cine en comparación con Pancho Villa, es francamente digno de admiración. Sólo es recordable, en comparación, la película ¡Viva Zapata¡ de Elia Kazan, filmada en 1952, con un Marlon Brando bizco y perfumado interpretando a Zapata, y un Anthony Queen más mexicano que el otro, con una novia, que más bien parecía la de Ronald Reagan y no una mexicana de Morelos. La otra versión, la de Alfonso Arau, deforma en sus fantasías al héroe mexicano. Es por eso más grande y más digno de mención el esfuerzo de Tony Aguilar por poner la vista en Zapata logrando para la cinematografía y para la cultura popular, una película respetuosa, de uno de los hombres más queridos y legendarios de México.

En el arranque de su vida fílmica, prácticamente inició de curro. Su canto era el bolero, o la mismísima música clásica. Recordamos sus películas como protector de Pedro Infante en “Ahora soy rico”. Sin duda, su más importante filmografía está en “Los Hermanos de Hierro”. Fue padre de los espectáculos ecuestres internacionales en Europa, Sudamérica y los Estados Unidos. Llenó el Madison Square Garden durante una semana –un espacio reservado para los artistas realmente grandes, difícil de llenar por sus dimensiones y por la época del esfuerzo que le tocó vivir-

¡Arriba Zacatecas! ¡Arriba Tahayua! eran su rúbrica y levantaban el corazón de los zacatecanos ansiosos por escuchar a su paisano. A él se debe una larga lucha por ubicar a la canción vernácula mexicana en el mundo, por mantener el caballo como símbolo del campo de nuestro país y por llevar con pundonor y gallardía, el traje de charro que tanto nos ha distinguido en todo el orbe.

Hoy queremos rendir un homenaje al actor, al padre, al charro, al zacatecano y sobre todo, al hombre que, si no decidió dónde nacer, si eligió donde quedar para siempre: a la sombra de un ochote. Tuvo una ideología muy clara, la de la Revolución. Durante muchos años mantuvo identidad con un partido político. Por ello hubo diferencias. A pesar de eso, siempre mantuvo un trato respetuoso, y aunque no faltó nunca al inicio de campañas presidenciales, su generosidad para con los opositores fue infinita.

Quiero dar un dato que en mi recuerdo pasará como algo más que una simple anécdota en los anales de la vida. Cuando fui candidato a Gobernador, un gran amigo de Monte Escobedo me llevó un corrido para la campaña llamado “El Gavilán Tunero”.

Hablaba como se acostumbra hacerlo en un corrido, sobre mi persona. El compositor tenía su fama: había logrado ser premiado en el certamen a que había convocado el gobierno del Estado, para elegir el que sería oficialmente el corrido de Villa, Natera y Ángeles. Ganó el aprecio popular con la canción de este género denominada “Los Tres Generales”.

Agradecí la canción que preparó para mi campaña y, a la hora de pedirle la voz para cantar “El Gavilán Tunero”, el compositor zacatecano me dijo: “déjeme ver, como usted sabe, soy amigo de Tony Aguilar y de muchos otros”. A la semana regresó con el corrido, lo puso y era ¡la voz de Antonio Aguilar! Me impactó, de tal manera que le pregunté, más nunca quiso darme la seguridad de su respuesta. Dijo que lo haría más adelante. El corrido se grabó en la Ciudad de México, con una leyenda que decía “La voz gemela de Antonio Aguilar”, condición que impuso para la portada Salvador Bañuelos, su autor. El maestro Bañuelos ha muerto hace unos años y tal vez nunca conoceré la realidad de este pequeño misterio, que bien pudo haber sido un gran regalo. Posteriormente en las giras, nos acompañó otro charro de Tepetongo que cantaba la canción en vivo. Pero la grabación para la radio y la que se usaba para perifonear, siempre se conoció como la de “la voz gemela”.

Vaya desde aquí mi homenaje respetuoso para ese gran zacatecano que hoy descansa en uno de los cañones más importantes del estado, que como extremidad firme, soporta al cuerpo de Zacatecas. En el cielo de Zacatecas brilla una estrella más, y en las noches de este verano que recién nacera, sonará en el aire un coro angélico que, parece, ha empezado a organizar desde aquellas latitudes, nuestro charro zacatecano, quien se nos fue entre aplausos y lágrimas, para hacer nacer con su muerte, la leyenda de un gran hombre, de manera fina, como la que ya no hay.

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