La Paridad: una anhelo democrático

Sara LoveraSARA LOVERA

Un principio básico de la democracia es la participación y los derechos políticos de todas las personas. Así lo estableció la ONU desde 1945. Hoy, vemos que el reconocimiento de la igualdad de mujeres y hombres en los asuntos públicos, es tardía e insuficiente. De acuerdo con todos los estudios y análisis, son las dirigencias partidarias las que han puesto obstáculos a las mujeres, a pesar de que ellas son el sustento de sus partidos.

Hoy, como ayer, resulta que el Ejecutivo de la Nación, con motivo del 60 aniversario del voto ciudadano para las mujeres, anunció una iniciativa que obligará a los partidos políticos a elaborar sus listas electorales con 50 por ciento de hombres y 50 por ciento mujeres: se llama paridad.

Así sucedió cuando los ejecutivos avalaron las candidaturas municipales en Yucatán y San Luis Potosí y cuando el presidente Lázaro Cárdenas envió en 1937 la iniciativa para que las mujeres pudieran votar. Entonces quedó frenada por el miedo pensado de  que las mujeres votarían en contra del partido oficial. Lo mismo pasó con Miguel Alemán quien propuso y se modificó el artículo 115 Constitucional para que las mujeres tuvieran el voto municipal en 1947; en 1953 un puñado de mujeres empujó la reforma que nos dio el voto, éste que celebra sus 60 años, su tercera edad.

No es extraño que esto suceda con Peña Nieto.  La iniciativa para reformar el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE)  ya se había consensado por las 44 senadoras de la República, tras un paquete de iniciativas varias que empezaron a conformarse el año pasado, por el grupo plural de mujeres quienes, como siempre, fueron las primeras en poner el dedo en la llaga: no puede hablarse del adelanto de las mujeres si éstas no pueden ejercer sus derechos y están impedidas para ocupar espacios donde se toman las decisiones.

La pura medida electoral contiene un mandato para que las fórmulas electorales sean de un mismo sexo y que los partidos cumplan sus estatutos y destinen el dos por ciento de sus recursos para capacitar a mujeres en liderazgo.

De este modo el presidente Enrique Peña Nieto simplemente se sumó. En hora buena. Es posible que de este modo los partidos políticos recapaciten, porque sistemáticamente le han dado la vuelta al asunto, desde hace más de 20 años en que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue el primero en incluir en sus documentos básicos que al menos 20 por ciento de sus candidaturas serían de mujeres y que haría lo mismo con los puestos en la dirección y operación partidaria. Hubo grandes resistencias y menudearon las anécdotas de burla y escarnio. No cumplieron. Siempre hay que denunciarlos para que cumplan parcialmente.

Fue largo el camino, sobre todo si consideramos que las mujeres pidieron participar en la cosa pública y en los destinos de la nación desde 1824 en Zacatecas y que durante 129 años estuvieron peleando por estar en los puestos, por tomar decisiones, por hacerse corresponsables de las acciones gubernamentales. El feminismo de los años 70 habló de no entrarle, entonces las nuevas feministas estaban ocupadas en el desarrollo personal e interno, pero poco a poco una tendencia feminista vio las ventajas de poder actuar dentro del sistema, con todo y sus limitaciones.

Pero la ciudadanía, que Carol Pateman considera incompleta, a pesar del sufragismo, lo es en tanto que el contexto donde se desarrollan las mujeres -de exclusión, discriminación y violencia-, en la práctica les impide ejercer derechos escritos, mismos que no se ponen en la práctica y encuentran escollos sistemáticos ; no ir a la escuela, ser pobres y cargadas de responsabilidades, inhabilita en la práctica la posibilidad de ser realmente ciudadanas.

Y es este el asunto. Muy bien, tendremos el 50 por ciento de posibilidades de ir a los órganos del Congreso, ello empujará por lógica que el gobierno cumpla en sus órganos administrativos, ahora muy tristes y omisos; que haya cada año posibilidad de tener gobernadoras –ahora ninguna y en toda la historia sólo seis-; que muchas más mujeres lleguen a los congresos locales –si se llegara a aprobar en lo estatal como se prevé suceda en lo federal-, y que haya muchas más mujeres orgullosas de poner sus ideas en la cosa pública.

Pero qué pasa: que hay pobreza alimentaria, que las mujeres no tienen garantizado el derecho a la salud, que miles y miles de mujeres se debaten en la vida cotidiana para garantizar el desarrollo de sus familias, sus comunidades y su vida que el Estado no garantiza ni protege.  Entonces la iniciativa es plausible, pero totalmente insuficiente si lo demás no se materializa.

Peña Nieto, el reformador, se ha comprometido, según el Plan Nacional de Desarrollo, a usar toda la fuerza del estado para que se propicie, en los hechos, la igualdad de mujeres y hombres; ha mandatado que todas las instituciones promuevan esta igualdad, pero no hay suficientes recursos, a las resistencias patriarcales se suma la impericia; los espacios para promover la igualdad se convierten en espacios políticos; las responsables llegan a esos espacios sin conocer de fondo no sólo el tema de género, sino el sentido de  justicia para las mujeres, el contenido de la discriminación y sus consecuencias.

Si la iniciativa tuviera éxito, porque todavía  habrá que lidiar con la indiferencia y superficialidad de los políticos y partidos representados en el Congreso de la Unión, estaría completando un paquete de derechos, de la Constitución a un montón de leyes específicas ya existentes, que debieran día  a día, en la vida real promoverse, respetarse y aplicarse y ese es el otro gran tema. No se cumple con las leyes en México, por más bonitos discursos y buenas intenciones.

Sin menospreciar la iniciativa, aún si se la copió a  las mujeres, tenemos que decir que no tendrá los efectos esperados si no se pone dinero, esfuerzo y tarea para abatir la violencia contra las mujeres; si no hay un verdadero cambio de mentalidad en cada mujer y en cada hombre para reconocer que las mujeres somos seres humanos; si en los lugares como la escuela, la familia y los medios de comunicación se sigue procurando una ideología de discriminación contra las mujeres; si no hay justicia penal contra los agresores; si no opera la reforma educativa; si no hay realmente una cruzada contra el hambre y se sigue el camino de las dádivas, como ahora se ha visto en Guerrero. En fin, si mantenemos sólo la simulación en todos lados y en todos los espacios.

Habría que esperar esa revolución cultural que apuntale a las leyes y a los deseos. Las feministas conscientes hemos cumplido sistemáticamente desde 1824, no hemos dejado de hablar, proponer y empujar, los obstáculos están en otra parte, en una sociedad que no cree en la libertad y la vida de las mujeres. Ahí tenemos que actuar y un eje sustantivo somos los medios de comunicación, reproductores sistemáticos de la ideología que somete y disminuye a las mujeres. Tarea gigante. Hay que empezar en alguna parte. Veremos.

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