Rufis Taylor

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JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX

Nació en marzo de 1924. Tenía 15 años cuando decidió que su capacidad innata de comunicar sería la bandera que enarbolaría en la vida. Dedicó prácticamente 70 años a la tarea de convertirse día tras día en “El Pregonero de Zacatecas”.

Se llamó “legalmente” Rufino Solís Campos, pero pasará a la historia como Rufis Taylor. Ese era su “nombre artístico”: Rufis, por Rufino, y Taylor por el actor estadounidense al que admiraba, Robert Taylor, pues actuó como extra, incluso, en diversas películas.

Era común verlo por las calles de la ciudad, promoviendo eventos, negocios locales, películas, espectáculos y conciertos. Oír la voz de Rufis Taylor a lo lejos, era sinónimo de hacer silencio inmediato e interrumpir las conversaciones y discusiones –por más interesantes que pudieran ser- pues seguramente él tenía cosas mejores que decir: noticias que impactarían a la mayoría o que, por lo menos, introducirían un nuevo tema a la plática general.

Rufis vio la luz primera en el número 205 de la calle del Ángel. Allí vivió toda su vida. Su primer trabajo fue en el cine Ilusión y su primer puesto el de “agente libre”, lo que hoy se traduciría en algo así como “mil usos”: le tocó ser portero, taquillero, publicista. Muchas veces se le veía subido en la escalera que le permitía cambiar los títulos de las películas en la marquesina. El cine Rex requirió pronto de sus servicios de perifoneo, pues su dicción era clara, su voz estentórea y sus ganas de promover todo lo vendible, no tenían igual.

Nunca quiso grabar lo que anunciaba. Decía lo que le salía del alma en el momento, mientras conducía por cumbres y calles empedradas su viejo Ford 1957, que era reconocido a lo lejos, mucho antes de que se escuchara el timbre de sus palabras. Años después cambió su carro por un Datsun 73. De sus autos salían viejas canciones de bandas americanas o algunas piezas de jazz que lo acompañaban en su soledad de conductor al volante. ¡De cuántas tardeadas de baile nos enteramos a través de su perifoneo! Los horarios de los partidos de basquetbol o de béisbol eran considerados como algo decidido, cuando Rufis Taylor así lo pregonaba con su voz inigualable.

Consideraba su trabajo como una misión importante: el cine Rex tenía mil quinientas butacas. ¿Cómo se llenarían si no había quien se convirtiera en una especie de “Flautista de Hamelin” para llevar a la gente a sus funciones? Diariamente había cine, de 5 de la tarde a casi la medianoche. Eran otros tiempos en Zacatecas, qué duda cabe, pues sería hoy realmente complejo que alguien se aventurara con la familia a una función de noche para salir casi de madrugada arriesgándose a todo.

Cuando se le preguntaba a Taylor por su película favorita, prácticamente sin pensarlo contestaba: “Lo que el viento se llevó”, para describir enseguida la magistral actuación de Clark Gable. Se acordaba de ella, decía, porque fue la primera cinta a colores de la Metro Golden Meyer.

Al final de su vida le preguntaron por su fama imperecedera. Prácticamente entonces se dio cuenta de que en realidad era famoso: “Pues creo que sí soy conocido”, dijo. “Conozco mucha gente. Pobres y ricos. Me detengo y a veces platicamos de la época de oro del cine. Una vez me encontró un político y el tiempo se nos hizo largo. Me di cuenta de que la gente me saludaba más que a él. Pareció que el señor político también se había notado eso porque me dijo: ‘Quién fuera como tú Rufis, para que todos me saludaran’ también’”.

La vida le sonrió siempre, porque el se puso siempre frente a ella, como si se tratara del más feroz burel: vendía cachitos de lotería y después, si uno se lo encontraba por cualquier calle de la ciudad, con singular alegría proporcionaba los resultados del sorteo. Servicio completo, qué duda cabe.

Las calles de Zacatecas y sus moradores, extrañaremos a Rufis Taylor. Ha dejado un vacío que no llenará nadie más.

Mis recuerdos más intensos de él fueron cuando estudiaba en el Instituto de Ciencias, hoy Universidad. Nuestros recursos financieros eran escasos y bastaba una película atractiva para organizarnos y llegar al cine Ilusión a dar portazos. Allí estaba Rufis Taylor. Primero como un portero de la selección italiana, buscando parar los goles –que eran muchos- y luego de valorar la situación, se orillaba en una de las puertas, donde se sentaba junto a esa caja de cristal y madera en la que partía los boletos en dos. Su silla era una de las de “balcón”, el piso de arriba, el segundo más costoso.

Ya en el cine Rex, las puertas eran de cristal, y a unos cuantos metros estaba la dulcería también llena de vidrios. No había negociación posible. No había necesidad de portazo: solamente la bola de estudiantes con Rufino a un lado, para evitar el cristalazo que llegó a ocurrir a pesar de todo, en algunas ocasiones.

Entrábamos y salíamos del cine sin rencor alguno. Era nuestro amigo y nuestro aliado. Nuestro confesor. Nos hacía sentir como si fuéramos el único de sus amigos.

Hace unos tres años, cuando fue director de La Jornada Zacatecas, se me antojó entrevistarlo. Me citó en su casa, al inicio de la calle del Ángel, cerca de la rinconada de catedral. Platicamos ampliamente, sin dificultad. No había que sacarle las palabras de la boca: fluían. Al final le pregunté: Rufino, ¿qué le pide a la vida? Nada, contestó. Al que le pido es al gobernador, para que me dé trabajo. Un hombre de casi 90 años que trabajó toda su vida en el sindicalismo, en la mercadotecnia como empresario privado y de boletero en nuestros cines, aún quería trabajar.

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