El amor en los tiempos de las redes

SOLEDAD JARQUÍN EDGAR

Asumir que las mujeres somos per se rivales, refuerza una idea patriarcal que las mantiene en la subordinación, el lugar donde quienes dominan las relaciones humanas, o mejor dicho, inhumanas, nos quieren tener. Por fortuna, el feminismo y las estudiosas del género han realizado investigaciones que demuestran que esa rivalidad es parte de la construcción social, que desde una perspectiva de género puede ser eliminada de nuestras vidas y construir una relación menos diferente, más igualitaria y sin esa jerarquía que da a los varones el poder sobre las mujeres.

Las redes sociales, como lo hacían los diarios hace algunas décadas, reflejan el trato diferente que damos a las mujeres y hombres en un hecho de rivalidad por “amor”, como quien dice, denota que no se mide la actitud de unos y otras con el mismo rasero, así de simple. En tanto unas son víctimas de otras, esas otras son putas y ellos actúan conforme les dijeron que debían hacerlo para demostrar su hombría, por lo que nadie cuestiona a un varón por tener una, dos, tres o las parejas sentimentales que desee, al final eso es lo que les da hombría. Un concepto y una actitud que quisiéramos ya estuviera en desuso por ser una idea verdaderamente cavernícola.

Es cierto, no hemos logrado brincar, dar el siguiente paso, cuando “el amor”, también considerado como un “estado de enajenación”, se termina, porque existe una idea fundamental en nuestra educación que se perpetúa por todas las instituciones sociales que conocemos: el amor es para siempre. De ahí que algunas religiones mandaten que “lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

Sin embargo, derivado de esa cultura del amor (romántico-sexual) terminar una relación sentimental ya fracturada se considera como un fracaso, principalmente por las mujeres, y no como una alternativa de vivir fuera del conflicto y lo que ello significa. Sabemos hoy que cuatro de cada diez feminicidios, por ejemplo, ocurren en el hogar y el perpetrador es el muy querido esposo, además de la violencia familiar, que ocupa las más altas estadísticas de acuerdo con las denuncias que se presentan ante las fiscalías, lo que ha dado lugar al nacimiento de políticas públicas para atender este tipo de violencias, incluyendo modificaciones legislativas para castigar la violencia de género contra las mujeres. Lo que sigue pendiente es la justicia.

Hay otras afirmaciones que creemos a pie juntillas, expresiones cotidianas que ayudan a mantener esa idea de pelear hasta lo último por el “amor” de la pareja son, por mencionar alguna, aquella que dice que somos mitades y nos complementamos, como la media naranja. No es cierto. No somos la mitad de nadie ni necesitamos a la otra parte, menos cuando el amor se acaba y la vida amorosa se convierte en actos de odio. O, esa horrible que siguen repitiendo cada día y que afirma que las mujeres salimos de la costilla de un hombre. En realidad, esa frase implica subordinación. Y hay otras, muchas más, como la que asevera que la relación por violenta que sea “es nuestra cruz y por tanto tenemos que llevarla a cuestas”, que provoca inmovilidad, parálisis para sacudirse de una relación violenta. Lo que sí se pretende es que lo último que debemos tener las mujeres es autonomía, incluso, en nuestras relaciones de afecto.

Entonces, cuando no somos capaces de lograr una sana separación, nos vamos contra “la otra”, la villana del cuento, la mala persona, la tercera en discordia, la bruja. Aparece la odiosa rivalidad entre las mujeres de la cual los machos-varones-hombres se jactan y regodean, disfrutan y los hace crecer en ese imaginario que mandata a los hombres, reitero, a demostrar su hombría y el mito de su potencia sexual, teniendo muchas mujeres. En tanto las otras permanecen subordinadas al amor romántico y, sobre todo, son vituperadas por otros hombres y mujeres que responden a esa hegemonía varonil, porque están atrapadas en esa cultura de la desigualdad, que evidentemente privilegia a los hombres.

No se trata de renunciar al amor, se trata de establecer relaciones sin conflicto y sin violencia que a lo largo de la historia ha costado, incluso, la vida a las mujeres; a otras, las sobrevivientes de la violencia machista, les producen discapacidad física y una serie de problemas que disminuyen su capacidad de creerse y mirarse en una autonomía para tomar decisiones y lograr el empoderamiento de las mujeres mediante la plenitud del ejercicio de sus derechos a una vida libre de violencia, a la salud, la educación y al desarrollo económico, entre otros muchos.

Las redes sociales pueden ser hoy una herramienta para lograr la igualdad, pero se necesita transformar, primero y de fondo, la concepción de la sociedad que valora a las personas por nacer hombres o mujeres, por su preferencia sexual, por su origen étnico o por una discapacidad, a través de estereotipos, la objetivación del cuerpo femenino o el empleo de un lenguaje excluyente, acciones de violencia de género contra mujeres o contra las personas “diferentes”, pero sobre todo debemos dejar de sumarnos a la denostación y a la calificación a partir del deber ser de una mujer o de un hombre.

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