La Casa de los Perros | Los números no mienten, pero tampoco cuentan todo

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

En esta tierra donde las piedras tienen memoria y los silencios retumban más que los discursos, una encuesta —de esas que tanto gustan a los políticos para enmarcar en sus oficinas— ha vuelto a arrojar sus luces y sombras sobre las figuras que aspiran a más en 2027.

Los resultados no sólo exponen niveles de aprobación, sino que también retratan, como espejos rotos, el desencanto y las esperanzas de una sociedad que cada vez exige más y recibe menos.

La encuestadora LEMA, en colaboración con B15 Noticias, echó a andar su maquinaria automatizada —esa inteligencia artificial con voz de robot que no conoce de baches ni de mercados— para tomar el pulso ciudadano entre el 2 y el 3 de abril.

Más de 47 mil llamadas para obtener apenas mil 554 respuestas efectivas entre Zacatecas y Guadalupe. Un esfuerzo metodológico con vitrina de cristal: muestreo aleatorio, representatividad sociodemográfica, rotación de preguntas para evitar sesgos, y un margen de error del 5%.

Técnicamente impecable, sí. Pero que no se nos olvide: las encuestas no miden voluntades, sino estados de ánimo. Y el ánimo en Zacatecas está lejos de la fiesta.

Las cifras que hieren

Empecemos por el sótano. El inquilino de La Casa de los Perros no gobierna ni en las cifras. Su aprobación apenas alcanza un 21%, contra un 58.5% que ya no le cree, ni lo espera. Entró con 49.3% de respaldo en 2021; hoy, es una sombra larga que estorba más que guía.

Lo sigue de cerca —aunque por razones distintas— Rodrigo Reyes Mugüerza, su secretario general de Gobierno, con 22.2% de aprobación y un 46.8% que no ve en él a un operador político, sino a un náufrago del gabinete.

En contraste, el cielo está más despejado para los alcaldes. Miguel Varela Pinedo, de Zacatecas, alcanza el 45.7% de aprobación. No es un número espectacular, pero sí decoroso si se considera la erosión natural del cargo y el ambiente hostil. José Saldívar Alcalde, de Guadalupe, queda ligeramente por debajo, con 42.8%, aunque su desaprobación es menor: sólo 22%.

Aquí, la diferencia está en el voto de castigo: Varela Pinedo carga más rechazo (31.2%) que Saldívar Alcalde (22%). En política, los negativos pesan más que los halagos.

Y en la cumbre del Olimpo federal, la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo mantiene una aprobación del 50.1%, casi calcada de su resultado electoral de 2024 (50.4%). Un fenómeno de estabilidad raro en estos tiempos volátiles, que habla más de expectativas nacionales que de realidades locales. Porque aquí, donde las cosas arden, los números de Palacio Nacional poco alivian la cotidianidad zacatecana.

Comparaciones que matan

La comparación histórica resulta demoledora para el gobernador Monreal. No sólo ha perdido el respaldo que lo llevó al poder, sino que arrastra consigo al aparato estatal. Su secretario no levanta ni con helicóptero. Y lo más grave: los alcaldes, sin ser estrellas, logran salvar el pellejo y construir narrativas propias de cara al 2027. En el campo de batalla electoral, eso se llama «ventaja estructural».

Miguel Varela puede presumir una curva ascendente, que contrasta con la pendiente resbaladiza de su rival estatal. José Saldívar, por su parte, juega con prudencia: bajo perfil, baja desaprobación. Ambos —curiosamente— podrían perfilarse como antítesis del modelo monrealista que hoy naufraga.

Y es que, como bien se sabe, “quien siembra vientos, recoge tempestades”. David Monreal sembró promesas, pero creció el desencanto. Y el pueblo, que no es tonto, ya no le compra boletos a una función que siempre termina en tragedia.

Las encuestas, se sabe, no ganan elecciones. Pero sí marcan el pulso de lo que vendrá. En Zacatecas, ese pulso late con furia contenida. La aprobación no es un trofeo, es una advertencia. Porque aquí, donde la política se vive con el estómago, los números sólo son el principio. Lo que importa es lo que sigue.

Y lo que sigue, en esta tierra de cantera y plata, será una contienda donde los discursos vacíos ya no alcanzan. Los próximos candidatos tendrán que ofrecer algo más que slogans. Porque el pueblo —ese que aún responde el teléfono, aunque sea a un robot— ya no está para cuentos.

La guerra que se libra con cifras

El fiscal general se presentó ante el Congreso como quien acude a misa, pero esta vez con estadísticas en lugar de rezos.

Dijo, con voz firme, que la violencia ha caído: 52% menos homicidios, 55% menos feminicidios, 10% menos secuestros. Las cifras suenan bien, resuenan aún mejor en las paredes de un recinto que poco se asoma a la calle. Pero, como reza el refrán español, “hechos son amores y no buenas razones”.

El fiscal, Cristian Paul Camacho Osnaya, presentó un informe que bien podría titularse Zacatecas: milagro estadístico.

Se incautaron armas, drogas, cargadores, y hasta software de última generación. Se detuvo a más narcomenudistas que nunca y se recuperaron millones para las víctimas. La Fiscalía, nos dicen, ya no trabaja con las puertas cerradas, aunque los gritos de las madres buscadoras sigan sonando como eco en el desierto.

¿Y entonces? Si todo está tan bien, ¿por qué Zacatecas sigue siendo nota roja nacional? ¿Por qué se asesina a policías en medio de operativos de búsqueda? ¿Por qué se persigue a mujeres que protestan por sus desaparecidos? ¿Por qué hay carpetas judicializadas sobre el 8M que se ocultan tras el telón de la omisión?

No se puede construir un Estado de paz con cifras maquilladas ni con conferencias solemnes. “Cuando el gallo canta, o ha puesto el sol o va a amanecer”, dicen. La pregunta es si estos informes son el canto del ocaso o el de una nueva aurora. Por ahora, en muchos municipios zacatecanos, manda el crimen y no la ley. Y esa realidad no cabe en ningún PowerPoint.

Que se detenga a narcomenudistas, que se incauten drogas, que se invierta en tecnología… todo eso es lo mínimo. Lo extraordinario sería que en Zacatecas no se muriera con tanta frecuencia y en tanto silencio.

El informe habla de logros, pero el pueblo, ese que entierra a los suyos con miedo y rabia, sigue esperando justicia de verdad, no discursos de ocasión.

Porque al final, como bien dicen en la sierra, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Y los números, por sí solos, no salvan vidas.

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