La Casa de los Perros | En Zacatecas, silencios de oro, promesas de papel
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
El silencio, en política, no es inocente. Es cómplice. Es pacto tácito. Es la forma más refinada de desprecio a quienes, creyendo aún en la democracia, se atreven a preguntar.
En septiembre de 2024, cuando Ciudadanía Participativa de Zacatecas entregó en la Oficialía de Partes del Congreso local una solicitud para conocer la postura de cada diputado respecto al viaducto elevado, todos —salvo uno, Marco Vinicio Flores, de Movimiento Ciudadano— eligieron callar. No respondieron, no debatieron, no explicaron. Se escondieron. No por prudencia, sino por cálculo.
Hoy, esos mismos diputados —que se tragaron la lengua durante el escándalo— reaparecen con la frente limpia y las manos listas para redirigir los tres mil 654 millones de pesos de la obra ya cancelada por mandato judicial. Una obra desfondada desde el origen: carente de permisos, con vicios técnicos, y arriesgando el título de Ciudad Patrimonio Mundial. Nadie la defendía en público, pero tampoco nadie la detenía desde el Poder Legislativo. Hasta que un juez lo hizo por ellos.
Con la moral remendada y la brújula del oportunismo reorientada, el diputado panista Jesús Eduardo Badillo Méndez presentó una iniciativa para redirigir esos recursos a hospitales, escuelas, carreteras y espacios deportivos.
Lo acompañaron siete legisladores más, de diversos partidos. María Elena Castañeda (PRD), Pedro Martínez (PAN), Roberto Lamas Alvarado (PRI), María Teresa López García (PAN), Karla López Rodríguez (Nueva Alianza), Karla Estrada García y, claro está y como desde un inicio, Marco Vinicio Flores (Movimiento Ciudadano).
Hablan ahora de justicia social, de infraestructura olvidada, de salud colapsada. Han descubierto —¡oh epifanía! — que la pobreza también duele y que los niños también estudian entre paredes rotas y techos que gotean.
Pero no basta con proponer. Habría que preguntarles: ¿por qué ahora? ¿Por qué no antes? ¿Por qué no cuando la ciudadanía pidió una postura clara? ¿Dónde estaban cuando la obra comenzó sin sustento legal? La respuesta es simple: estaban cuidando sus carreras, no su curul. Estaban esperando que la historia tomara partido sin necesidad de mancharse las manos.
La reconversión de estos recursos puede ser, si se administra con honestidad y transparencia —dos palabras peligrosas en estos tiempos—, una oportunidad para revertir daños. Pero no es un acto de redención. Es un movimiento forzado por la presión pública, por el colapso jurídico de un proyecto que nunca debió nacer, por el miedo al costo electoral.
Que no se engañe nadie: estos diputados no han cambiado. Sólo han aprendido a leer el viento. Y en ese viento sopla el rumor de un pueblo harto de engaños, de discursos huecos, de representantes ausentes. Si quieren limpiar su nombre, que empiecen por responder aquella solicitud ignorada. Y que lo hagan con la verdad, no con un boletín. Porque en Zacatecas, los muros caen por grietas invisibles. Y el descrédito, cuando llega, no perdona ni a los mudos.
Desierto democrático
Por más que se pretenda maquillar con tecnicismos jurídicos o con las fórmulas gastadas del discurso institucional, la elección de magistraturas en Zacatecas es la evidencia más cruda de un sistema político desconectado de la ciudadanía. Los números no sólo hablan; gritan.
Con el 100 por ciento de las mil 846 casillas computadas, la participación ciudadana apenas alcanzó un ínfimo 11.69 por ciento. Una cifra humillante para cualquier democracia que aún se considere viva. Tras contabilizar, el Instituto Electoral del Estado de Zacatecas (IEEZ) informó que solo 820 mil 120 votos fueron considerados válidos. Pero lo que resulta aún más preocupante es la cifra de los votos nulos: 156 mil. Un número que se suma a los 208 mil 421 recuadros no utilizados, una especie de vacío político, un grito silencioso de descontento o, peor, de desinterés absoluto.
Lo que se ve es un proceso que, a pesar de estar legalmente validado, no posee legitimidad social. Si nueve de cada diez zacatecanos decidieron no participar, el mensaje no requiere traducción: el ciudadano se ha divorciado del Estado, ha decidido ausentarse de un ejercicio que considera irrelevante o incluso fraudulento en su origen. La democracia, en Zacatecas, parece convertirse en un acto sin público.
Los casos extremos en municipios como Calera, con una participación de apenas 5.58 por ciento, o Vetagrande, con 8.04 por ciento, retratan un paisaje político desolador. Son municipios donde las urnas fueron más un mobiliario decorativo que un mecanismo de decisión colectiva. ¿Y qué decir de los municipios con más «participación»? Joaquín Amaro y Mezquital del Oro apenas rebasaron el 20 por ciento. Es decir, incluso en los mejores escenarios, ocho de cada diez personas se quedaron en casa.
En este contexto se formalizó la elección de los nuevos magistrados del Tribunal Superior de Justicia: Verónica Muñoz Robles, Oyuki Ramírez Burciaga, Amparo Jauregui Durán, Octavio Quintanar Sánchez, Rafael Espinoza Olague, José Guadalupe Hernández Pinedo, Araceli Esparza Berumen y Ricardo Hernández de León.
Son ahora los rostros del poder judicial zacatecano. Ocho nombres que, aunque revestidos de legalidad, cargan sobre sus hombros la sombra de una elección legitimada apenas por el 11.69 por ciento de los electores. Elegidos, sí. Pero ¿representativos?
El poder, como se sabe, no se construye únicamente desde los cargos ni los nombramientos. Se erige sobre el consenso social, la credibilidad pública y el ejercicio transparente. Ninguno de estos elementos estuvo presente en esta elección. Es un fenómeno que no debe pasarse por alto ni tomarse como una simple anécdota electoral. Se trata de una fractura estructural.
En Zacatecas, la democracia no está en crisis: está en coma. Y el sistema político, en lugar de actuar como un médico atento al pulso ciudadano, se comporta como un burócrata que llena formularios frente a un cadáver.
Así, lo que nos queda no es la celebración de una elección concluida, sino el silencio que deja una sociedad que ya no quiere hablar con el poder. Ese silencio, más elocuente que mil discursos, es el verdadero ganador de esta jornada.
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