Palabra de Antígona | ¿Por qué nadie para lo de Veracruz?
SARA LOVERA
Me hice esta pregunta en 2016. Y hoy, con más urgencia, vuelvo a hacérmela. Las veracruzanas están en peligro real y permanente. El machismo en Veracruz tiene rasgos particulares, arraigados desde hace siglos.
Las primeras señales de alerta, según recuerdo, surgieron hace más de 40 años, cuando un estudio feminista identificó tres características sociales preocupantes: maltrato profundo hacia los varones; desprecio sistemático hacia las mujeres, violencia feminicida y odio a la homosexualidad.
En Veracruz hay una sórdida historia machista, expresada desde la cúpula del poder hasta los hogares; desde las autoridades comunales hasta el gobierno, pasando por el empresariado, los partidos políticos e incluso entre personas ilustradas.
Es un territorio donde se consolidó una cadena de caciques. Ahí comenzó el contrabando de electrónicos y, poco a poco, los matones se convirtieron en narcotraficantes. Nadie hizo caso.
Este 12 de mayo amanecimos con la noticia del asesinato de la candidata morenista Yesenia Lara Gutiérrez, en Texistepec. Recibió 23 disparos. El saldo: dos mujeres asesinadas, tres hombres muertos y tres personas más heridas.
El recuento es tremendo. En seis meses y una semana —desde que comenzó la jornada electoral en Veracruz— han sido asesinados dos candidatos a alcaldías, una candidata, y cinco políticos o funcionarios. Un dirigente de Movimiento Ciudadano sigue desaparecido.
Mientras la ciudadanía acude a las campañas, los atentados han segado la vida de cinco mujeres: simpatizantes, asistentes a caravanas o mítines. Mujeres que acompañaban. En Veracruz, la seguridad es tan frágil como el tallo de una rosa. Y aunque los ataques se han dirigido a candidatos y funcionarios de la Cuarta Transformación, nadie está a salvo.
El 29 de abril, en Coxquihui, el candidato morenista Germán Anuar Valencia Delgado fue asesinado a balazos dentro de su casa de campaña, mientras hablaba con simpatizantes. Era del Partido Verde Ecologista. En ese crimen resultaron heridas seis personas —entre ellas una bebé de 10 meses— y asesinadas tres mujeres: una de 55 años, otra de 41, y una más cuya edad se desconoce.
En este contexto marcado por el crimen y el machismo, solo podemos temer. Veracruz ocupa el segundo lugar nacional en violencia política contra mujeres.
El proceso electoral inició el 7 de noviembre pasado. Renovará 1,054 cargos: 212 alcaldías, 212 sindicaturas y 630 regidurías. Más de 500 candidatas están en peligro. Al machismo histórico se suma el control político.
Duele en una entidad tan rica, pero tan complicada, donde nadie pone un alto. Durante años, la violencia feminicida no significó nada para el poder. Así se encadenó un gobierno a otro.
A los partidos del antiguo régimen les importaba Veracruz porque aseguraba un millón de votos cada sexenio. Hoy, seis millones de mujeres y hombres podrán votar en 18 días. Por eso importa.
Veracruz, bulliciosa, liberal, que ha encumbrado a gobernantes y a sus aparatos, donde los jefes municipales permanecen intocados y los productores de azúcar, carne, tabaco y textiles han sido consentidos… hoy nos duele.
La primera gobernadora del estado podría heredar —y reciclar— todas estas calamidades.
No olvidamos que lo que ocurre también es resultado generacional de la impunidad, del enriquecimiento ilícito, del desgobierno y la corrupción que se fueron anidando lentamente, dejando atrás su riqueza y su esplendor.
Ahí, donde se forman los marinos de México, donde los cañeros empuñan el machete, también se encarna el machismo. Sabemos que ahí anidaron el narcotráfico y el crimen. Menudo asunto en una elección doble y tensa.
Es tiempo de dejar de contar asesinatos, desapariciones, periodistas reprimidos —con el mayor número de mujeres periodistas asesinadas— y mujeres ultrajadas por doquier.
Urge hacer algo. Las siguientes semanas de campaña pueden ser letales. Y ellas están en medio de cada refriega, o encabezando campañas en al menos 106 municipios.
Veremos.