Libertad de expresión, responsabilidad compartida
MARÍA DEL SOCORRO CASTAÑEDA DÍAZ
Esta semana me permito retomar el tema de la actuación cada vez más preocupante de los representantes de los medios de comunicación. Probablemente quienes tienen la paciencia de leer estas líneas pensarán que hay en mí una cierta obstinación al señalar continuamente los errores del periodismo. No puedo evitarlo, es una deformación profesional a la que se suma una cierta desesperación al observar cómo cada día se desperdicia todo tipo de espacio (en prensa, en medios electrónicos, en Internet) con, por decir lo menos, banalidades, asuntos verdaderamente triviales que distraen la atención de las personas que, por otra parte, no están muy acostumbradas a contar con información seria y documentada que les permita la reflexión, la crítica y el análisis.
En realidad, se trata de un problema que sin duda involucra a emisores y receptores, porque la libertad de expresión es (o por lo menos debería ser) una responsabilidad compartida y el periodista debería más bien fungir como un canal a través del cual se difundieran las manifestaciones de los distintos actores sociales.
Sin embargo, esta vez pretendo más bien hacer alusión a algunos casos concretos que tienen que ver directamente no con quienes reciben la información, sino con quienes la difunden y de alguna forma también la generan.
El primer tema que llamó mi atención recientemente tiene que ver con una nota publicada en el diario digital Puntual, de la ciudad de Toluca, la noche del pasado 22 de noviembre, firmada por el periodista José Contreras Contreras. La información reporta “Un preso muerto y otro evadido, el saldo inicial de una trifulca en el dormitorio número 4 del área de Procesados en “Santiaguito”[1]. Grave situación, sin duda. Lo menos que se esperaría sería un “chacaleo” despiadado de los demás medios y que la nota fuera difundida a nivel local y obviamente, nacional. Sin embargo, la única reproducción de esa información tan importante, porque refleja una vez más la ineficiencia del sistema de readaptación social de la entidad, corresponde a una agencia de noticias llamada “Cuestión de polémica”[2], según una búsqueda realizada con Google. Nadie más la publicó.
Seré suspicaz en dos sentidos. El primero, que la información no haya sido auténtica, situación que dudo realmente porque quien firma la nota es una persona con un alto sentido profesional. El segundo, que alguien desde alguna oficina gubernamental haya decidido que una situación tan grave no tendría que ser difundida, no en estos momentos en que cada movimiento equivocado en cualquiera de las áreas de un gobierno estatal puede ser muy mal percibido por la población.
En realidad, todo indica que, últimamente, la política de comunicación del gobierno de Alfredo del Mazo Maza está dirigida a no hacer demasiado ruido, mantener un perfil bajo y por ahora, la información relativa a sus acciones de gobierno es más bien escasa y de poca calidad. Ni siquiera las páginas de Facebook o Twitter del gobierno estatal, de la dirección de Comunicación Social y del propio gobernador tienen contenidos interesantes. En ellas no hay nada brillante ni espectacular. Son solamente boletines multimedia aderezados con los insultos de más de un ciudadano inconforme. Insisto: bajo perfil. Obviamente no hay cabida para desmentir información que tenga que ver con el presunto motín, ni mucho menos con el preocupante saldo de un interno fallecido y otro evadido.
Por eso la presunción de que, de alguna manera, en las oficinas de los medios de comunicación se podrían haber recibido llamadas telefónicas para que amablemente evitaran difundir la información. Sí, eso pasa y mucho más seguido de lo que los ciudadanos de a pie imaginamos. Lo juro. Hay situaciones tan burdas que, por citar ejemplo, uno de los más antiguos empleados del área de Comunicación de una importante institución pública se dedica a llamar a sus amigos de los diferentes medios de comunicación para explicarles que en unos cuantos días se efectuarán los pagos de la publicidad que les han comprado, y por lo tanto les insinúa que se requiere un trato preferencial para su jefe, que últimamente ha tenido algunas diferencias de opinión con ciertos legisladores.
Sí, eso ocurre. Y es difícil determinar si es peor que los encargados de la comunicación social hagan esas llamadas, o que los responsables de los medios los atiendan.
El asunto es que eso que se llamaba “cuarto poder” hace un buen rato ha dejado de existir. Ahora los periodistas se ven obligados a inclinarse ante el poder del Estado, porque éste tiene y, sobre todo, reparte a discreción los recursos que hacen sobrevivir a esas empresas, que, en lugar de ofrecer sus servicios de publicidad a la iniciativa privada y con ello conseguir una verdadera libertad para expresarse, prefieren doblegarse y se callan cuando quienes les pagan lo solicitan.
Por eso, me parece, no existe la prensa de denuncia basada en el periodismo de investigación, porque se anteponen los intereses económicos de los dueños de los medios a la publicación de verdades que resultan incómodas para los poderosos que, como dijo alguna vez un expresidente mexicano, no pagan para que les peguen.
Y es por eso también que los consumidores de información vemos con impotencia cómo de repente existen medios que se vuelven complacientes y se someten sin problema a la voluntad de funcionarios y políticos de todos los niveles. Cada vez que algunos receptores escuchamos un “¡Qué bueno que me preguntas eso!” dirigido a un periodista, no podemos evitar sospechar que hay acuerdos previos, relaciones inconvenientes, arreglos innombrables. Y aunque tampoco se trata de que el entrevistador violente al entrevistado, la complacencia siempre resultará anormal cuando se trate de las relaciones de los medios y el poder público.
Para quien no está familiarizado con la producción de los contenidos informativos de los medios de comunicación, probablemente lo que hasta aquí se ha mencionado no le resulta cercano y probablemente no le da importancia. El asunto es que, sin embargo, cada vez con más frecuencia las personas se informan a través de esos medios de comunicación que hoy, a través de Internet, tienen un alcance mayor. El investigador Josep María Casasús es muy claro al respecto: “la ética integral de la comunicación es el rasgo que debe definir al nuevo periodismo en una sociedad cada vez más potencialmente abierta a la difusión y recepción de mensajes”[3]. Y, sin embargo, en la práctica lo que ocurre es diametralmente opuesto y la gran mayoría de los productores de contenidos pasa por alto esa ética que teóricamente debería ser el distintivo de una nueva época en que la información puede llegar a un número insospechado de receptores.
Me voy a permitir dar otro ejemplo lamentable de lo que está ocurriendo en el ejercicio del periodismo. Desgraciadamente, la difusión de este caso ha sido excesiva y todo parece indicar que ha tenido un desenlace muy preocupante. El pasado 15 de noviembre, Aitor Saez, un periodista de la cadena alemana Deutsche Welle, entrevistó a algunas personas migrantes centroamericanos en un albergue de Tijuana, Baja California, con la intención de dar a conocer las circunstancias en que éstas se acercaban a la frontera con Estados Unidos. En el reportaje aparecía una mujer, llamada Miriam Celaya, que viajaba con sus dos hijas (después se sabría que una de ellas requiere atención médica importante). La mujer aprovechó la presencia del reportero para expresar: “Mira lo que están dando: puros frijoles molidos, como si le estuvieran dando de comer a los chanchos. Y ni modo, hay que comernos esa comida porque si no, nos morimos de hambre”.
Es cierto, las declaraciones de la mujer no podían ser más desafortunadas. Es altamente probable que ella desconociera que esa es una manera tradicional de preparar los frijoles en México, y que en realidad esa especialidad gastronómica es casi un orgullo nacional, pero, sobre todo, descuidó el hecho de que, en su condición, lo mejor que habría podido hacer era evitar quejarse porque, además, al hacerlo públicamente estaba exponiendo al resto de la caravana a las terribles expresiones xenófobas que cada vez con mayor insistencia se pueden encontrar en las redes sociales.
Lo que no es para nada descabellado, es pensar que el brillante periodista incluyó a propósito en su reportaje la entrevista con Miriam, que de inmediato se viralizó y causó la reacción que tal vez se esperaba: el linchamiento mediático. De nada sirvió que posteriormente la mujer pidiera perdón en otro video. Nueve días después, el 24 de noviembre, los familiares de la migrante denunciaron no tener noticias de ella, y su hermana expresó su preocupación porque considera que la situación es consecuencia de la publicación de la entrevista[4].
El asunto es que con frecuencia quienes producen los contenidos que después se publican, actúan haciendo a un lado la necesidad de ser ya no digamos lo más objetivos que se pueda, sino por lo menos lo más decentes que su entendimiento y su educación lo permita.
El tema de la objetividad es francamente muy complicado, pues no se puede exigir que la tengan quienes en su formación no lograron comprender el concepto y, por otra parte, sería difícil ir a las universidades donde se imparten carreras como Comunicación o Periodismo, en las que se forman las personas que luego trabajan en los medios de comunicación, para pedir a los profesores que por favor vayan más allá de lo que exige el programa y enseñen a los futuros periodistas a tratar de comprender los fenómenos sociales que reportan desde la mayor parte de puntos de vista posible.
Es cierto, el tema de la objetividad es francamente complicado y, sobre todo, es prácticamente inalcanzable. Todas las personas, por más que intentemos observar desde muchos ángulos, terminamos por sesgar nuestros reportes a partir de la propia condición, de los valores personales y de una individual visión del mundo. Sin embargo, sería sano que, en la medida de lo posible, los responsables de la formación de los comunicadores les enseñaran por lo menos que existen géneros informativos y géneros de opinión, y que no es admisible, vamos, no es ni siquiera imaginable que una nota informativa contenga sólo cierto tipo de opiniones emitidas por una parte de los involucrados en el tema, y en ocasiones vaya aderezada con los puntos de vista del mismo reportero.
En efecto, lo que está ocurriendo en los medios tiene un origen bien preciso: por una parte, en la deficiencia de las escuelas donde los periodistas se forman, y por otra, en la concepción que tienen los dueños de los medios que intentan a toda costa vender sus contenidos, aunque nada tengan de decentes, de éticos o de bien fundamentados.
Así lo considera también el investigador español Gabriel Galdón, quien al reseñar un libro sobre ética periodística apunta que “las pretensiones de calidad, rigor, compromiso, etc., que se contienen en estos códigos y recomendaciones, no podrán conseguirse hasta que no se produzca ese cambio teórico y se entienda el periodismo como un saber prudencial que consiste en la comunicación adecuada del saber sobre las realidades humanas actuales que a los ciudadanos les es útil saber para actuar libre y solidariamente”[5].
Esto no ocurre. Más bien parece que los periodistas no están en condiciones de comprender bien a bien la responsabilidad que su oficio representa y que los debería motivar para hacer más que entrevistas banqueteras y, en el caso extremo de no poder evitarlas, dejar de enfocar sus preguntas hacia las más espectaculares banalidades.
Muy al contrario, los periodistas podrían comenzar a pensar en la necesidad imperiosa de dar voz a más de una fuente, a elaborar notas informativas (el más sencillo de los géneros periodísticos) con la mayor calidad posible, considerando la mayor parte de las facetas del tema que pretenden tratar.
Los reporteros, se sabe, viven el día a día, empujados por un ritmo frenético que les exige cumplir, entre otras cosas para percibir un salario, con una cuota de notas que prácticamente son iguales, porque son resultado de entrevistas que hacen juntos en esos absurdos rituales en que se han convertido los actos públicos gubernamentales. Y así es como, también obligados por los dueños de los medios, pierden un tiempo muy valioso que probablemente les serviría para buscar información que los ayudara a indagar sobre otros grandes temas que están ahí, disponibles, y que representan una gran posibilidad de contribuir a un mejor desarrollo de su comunidad, sobre todo, considerando que ellos, los periodistas, deberían ser, antes que profesionistas que venden su fuerza de trabajo, aliados de los ciudadanos en la búsqueda de una forma de vivir más democrática, basada, entre otros aspectos, en la libertad de expresión.
[1] Disponible en diario-puntual.com.mx/fuga-en-el-penal-estatal-de-almoloya-de-juarez/
[2] Disponible en https://cuestiondepolemica.com/alerta-se-fuga-interno-del-penal-almoloya
[3] Casasús, Josep María. 2001. “Perspectiva ética del periodismo electrónico”. En Estudios sobre el Mensaje Periodístico. Núm. 7. Madrid.
[4] Disponible en https://regeneracion.mx/desaparece-migrante-hondurena-que-rechazo-frijoles/
[5] Disponible en http://www.doxacomunicacion.es/pdf/reseaticagaldn.pdf