Las ventanas de Santa Anna
JAIME ENRÍQUEZ FÉLIX
La desesperación gubernamental por obtener nuevas fuentes de ingreso a veces no tiene límite. A la historia han pasado casos de improvisación que quedarán grabados para siempre en los anales de las tonterías oficiales, con que muchas veces nos regalan las autoridades hacendarias. He aquí algunos ejemplos:
* El Gobierno de Esparta en la antigua Grecia decretó que todos los habitantes, incluyendo los esclavos y el ganado, ayunaran por un día completo y pagarán luego un impuesto de cien por ciento de los alimentos que hubieran consumido.
* En el Imperio Romano el senado penalizó a la gente por liberar esclavos. Gravó con un ¡impuesto de libertad¡ que oscilaba entre dos y cinco por ciento del valor de cada esclavo a los dueños que los liberaran.
* Un ejemplo más reciente ocurrió en Europa. En varios países europeos existen casas antiguas con muy pocas ventanas. Las personas que ahí habitaron tenían una probabilidad mayor de enfermarse y morir por falta de luz y ventilación. ¿Por qué miles de personas vivían en ellas? Porque a algunos de sus gobiernos se les ocurrió poner un impuesto al número y tamaño de las ventanas.
* En honor del impuesto a las ventanas, debe decirse que este sustituyó al impuesto a las chimeneas, de dudosa recaudación.
* Se pagan impuestos por gastar dinero, como el IVA y por ganar dinero, como el ISR; incluso se pagan impuestos por ahorrar.
* Se han pagado impuestos por tener ganado o animales domésticos.
* En México, entre 1917 y 1935 se implantan diversos impuestos, como los servicios por el uso del ferrocarril, por las botellas cerradas, los avisos y los anuncios.
En México, Antonio López de Santa Anna no pudo evitar caer en la tentación de instituir alguno de los impuestos temerarios que se aplicaban ya en Europa… e impuso el de las ventanas: un error fiscal, no sólo por lo absurdo de la decisión sino porque al aplicarlo existe doble imposición cuando se pagan dos tributos sobre aspectos diferentes del mismo objeto, por ejemplo el impuesto predial y el impuesto a las ventanas en las casas o establecimientos.
La gente, cansada de la arbitrariedad del general, empezó a construir ventanas interiores, que daban a patios alrededor de los cuales se construían las habitaciones. Como esas no se veían desde la calle, no se podían gravar con ninguna tasa impositiva.
La lista de Santa Anna era ridícula en sí misma:
*Por cada puerta, un real
* Por cada ventana, cuatro centavos
* Por cada caballo, dos pesos mensuales
* Por cada caballo flaco, un peso
* Por cada perro, un peso. Excluidos los perros de los ciegos.
Las ideas no se acaban nunca, y los nuevos impuestos tampoco. Durante muchos años cada diciembre empezaban las cadenas de correos electrónicos y las mantas en las calles, sugiriendo unos ciudadanos a otros, dejar de pagar el impuesto sobre la tenencia de vehículos, por considerarse inconstitucional, dado que el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz lo instauró de manera “temporal” para financiar los costos que se derivarían de la creación de instalaciones y el patrocinio de los Juegos Olímpicos de 1968… el impuesto llegó para quedarse.
Como ese y los precedentes hay muchos ejemplos. La Reforma Fiscal del 2014 sentará precedente: la incorporación de gobiernos estatales y municipios a un Sistema Integral de Administración Municipal y la obligación de toda persona a quedar incorporada al Registro Federal de Contribuyentes por el hecho de respirar simplemente, así como la implementación de los forzados sistemas de facturación electrónica,, harán que el abrazo de Año Nuevo esta vez, tenga mucho de condolencia y de preocupación ciudadana por lo que habrá de venir en el 2014. Nuevas tarjetas de circulación en muchas entidades, y las “placas permanentes” que se vuelven “desechables” siempre que el gobierno requiere financiamiento adicional.
La situación se ha hecho tan compleja, que ha terminado en llamarse a la mescolanza “Miscelánea Fiscal”, porque tiene de todo, como en botica, y porque para administrarla se requiere que el humilde mortal tenga a su lado, cual consejero espiritual, a un contador que le asesore día y noche, sin que este tenga la absoluta certeza tampoco, de que sus consejos serán verídicos o siquiera respetados por los auditores fiscales, sus contrapartes, a la hora de someter sus juicios a revisión.
Así anda el mundo.