La Libertad de Expresión ejercida por las mujeres, no puede vivir en el asedio
SARA LOVERA
(22-sep-2020) Durante milenios las mujeres hemos sido silenciadas; callar nuestras diferencias y nuestros anhelos, culturalmente se ha identificado como la mejor conducta de una buena mujer [calladita te ve más bonita], por eso el silencio se ha convertido en el mejor aliado de la discriminación y la violencia; favorece la opresión y denigra a las mujeres tanto como disminuye su estatura humana.
Romper el silencio, desde 1700 ha significado romper el cerco de la estulticia. Porque el silencio está ligado siempre a una complicidad dolorosa. Silenciar es acallar las propias palabras, socialmente, silenciar es un sistemático ataque a la libertad.
El silencio es el cómplice más acabado del sistema patriarcal. Primo del disimulo, hermano de la negación, hermanastro del vacío. Es también un mecanismo para ocultar la resistencia.
Simone de Beauvoir dijo con sabiduría que el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos en silencio. Pero esto no es más que la resistencia que hace el sistema frente al cambio porque comenzar a hablar supone poner en duda ese mismo sistema, empezar a cuestionarlo, generar en él las primeras grietas. Lo que vendrá después será una avalancha.
Hablar del silenciamiento de las mujeres desde el lenguaje, desde el orden político, desde los medios de comunicación, desde el arte, desde el día a día. Da simulación y anula produce la desconexión ante sus ideas y sus voces.
Por eso la pelea por la libertad de expresión ha sido la histórica zaga de todas aquellas que por cientos de años no se han dejado silenciar. Se han alzado.
La libertad de expresión pertenece a la primera generación de los derechos humanos. Es parte integrante de la democracia y forma parte de la convivencia humana y no es, no puede ser posible que se restrinja este derecho fundacional de la civilización de occidente. Hablar es comunicarse, es decir, es vociferar sin que a nadie le pertenezca el derecho de silenciar a nadie.
El artículo 19 de la Carta de los Derechos Humanos señala que: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y expresión. Este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas, ya sea oralmente, por escrito, o a través de las nuevas tecnologías de la información, el cual no puede estar sujeto a censura previa sino a responsabilidades ulteriores expresamente fijadas por la ley.
No se puede restringir el derecho de expresión por medios indirectos, como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos; de frecuencias radioeléctricas; de enseres y aparatos usados en la difusión de información; mediante la utilización del derecho penal o por cualquier medio encaminado a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones.
La libertad de expresión es un principio que apoya la libertad de un individuo o una comunidad de articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción posterior.
La versión del Artículo 19 en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP) lo enmienda más adelante al afirmar que el ejercicio de estos derechos conlleva «deberes y responsabilidades especiales» y «por lo tanto, estar sujeto a ciertas restricciones» cuando sea necesario «para respetar los derechos o la reputación de otros» o «para la protección de la seguridad nacional o del orden público (orden público), o de la salud o la moral públicas».
La libertad de palabra y expresión, por lo tanto, puede no ser reconocida como absoluta, y las limitaciones comunes a la libertad de expresión se relacionan con difamación, calumnia, obscenidad, pornografía, sedición, incitación, palabras de combate, información clasificada, violación de derechos de autor, secretos comerciales, etiquetado de alimentos, acuerdos de confidencialidad, el derecho a la privacidad, el derecho al olvido, la seguridad pública y el perjurio. Las justificaciones incluyen el principio de daño, propuesto por John Stuart Mill en On Liberty, que sugiere que: «el único propósito para el que el poder puede ejercerse legítimamente sobre cualquier miembro de una comunidad civilizada, en contra de su voluntad, es evitar daños a otros».
La idea del «principio del delito» también se utiliza en la justificación de las limitaciones del habla, describiendo la restricción de las formas de expresión consideradas ofensivas para la sociedad, considerando factores tales como la extensión, duración, motivos del hablante y la facilidad con la que podría ser evitado. Con la evolución de la era digital, la aplicación de la libertad de expresión se vuelve más controvertida a medida que surgen nuevos medios de comunicación y restricciones, por ejemplo, el Proyecto Escudo Dorado, una iniciativa del Ministerio de Seguridad Pública del gobierno chino que filtra datos potencialmente desfavorables de países extranjeros.
El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, conforme a los principios enunciados en la Carta de las Naciones Unidas dice, en el artículo 19: Nadie podrá ser molestado a causa de sus opiniones.
El derecho a no ser molestado, no significa solamente no ser censurado o atropellado físicamente por el poder. El poder en uso de su enorme capacidad para denostar o desautorizar, puede convertirse en un crimen, porque en estos momentos, en este país, vivimos en distintos niveles la confrontación, que puede llevar agua al río. Denostar y desprestigiar, sin pruebas, es como la impunidad frente al feminicidio, dar armas a quienes matan a periodistas en todo el territorio nacional. Correcto.
Dice la académica Mary Beard: «El poder del hombre está correlacionado con su capacidad de silenciar a las mujeres. Toda la definición de la masculinidad dependía del silenciamiento activo de la mujer». Ese sistema se empieza a romper. Bajo los hashtags #MeToo y #Cuéntalo miles de voces se alzan diciendocfghj lo que les ha pasado, compartiendo experiencias, generando empatía, comenzando a curar sus heridas. Hablar de la violencia es una forma de combatirla. Esto tiene una fuerza terapéutica porque el silencio aísla en la culpa, en medio de un mundo acosador y acusador. Hablar nos convierte en comunidad, rompe el pacto de silencio.
Hace algunos años escribí [en Nosotras en el país de las comunicaciones, coordinado por Silvia Chocarro Marcesse, editorial Icaria 2007]que no es admisible que las autoridades, los medios o periodistas hagan apología del odio nacional, racial o religioso, ni incitar a la discriminación, la hostilidad o la violencia…es pertinente abandonar el espectáculo que fomente día a día la violencia y el escarnio de las diferencias.
Abogaba por respetar los pactos internacionales, las convenciones que han previsto claramente que no debe haber contradicción entre el derecho individual o colectivo, ya que su contraparte es el sagrado derecho a la información que tiene todo el pueblo.
Estoy convencida de que la libertad de expresión no es sinónimo de la difamación pública, y de la calumnia; de que la libertad de expresión no es derecho a desdibujar, alterar o maquillar la realidad [nosotras tenemos otros datos], tampoco es derecho a confundir a la audiencia, ni puede ser el avasallamiento de los otros derechos humanos; ni puede ser la substitución de los tribunales y menos es el derecho, el de expresión, dpara crear una nueva inquisición.
No se trata de las formas dictatoriales de la censura, como se decía, secuestrar la imprenta. No es necesaria la censura, porque basta con molestar, difamar, maquillar la realidad, y querer sustituir a los tribunales, para avasallar la libertad de pensamiento y opinión. Se dijo y lo señalan los pactos internacionales, siempre y cuando no se moleste al otro o a las otras.
Las mujeres hemos tomado la palabra, no mentimos si aumentó la violencia contra las mujeres y se han desairado las realidades; si existimos y la violencia contra la mitad de la población es un hecho cotidiano desde que el mundo fue dominado por los hombres, no es un asunto sexenal, pero aminorarla, atenderla, sancionarla y programar su erradicación, si es un asunto de la administración vigente y es responsabilidad de quien piensa, opina y escribe difundirla, sin que ello genere una reacción molesta para quien lo hace, sin lastimar a otro o a otras.
Haga usted sus conclusiones.