La Casa de los Perros | Universidad sitiada: los rostros del relevo en la UAZ
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
La Universidad Autónoma de Zacatecas se adentra, una vez más, en su laberinto electoral. Una contienda que no es nueva, pero sí más grande, más ruidosa y, acaso, más peligrosa.
Dos nombres emergen del lodo universitario como piezas de un tablero que no cambia de juego, sólo de jugadores: Ángel Román Gutiérrez y Jenny González Arenas. Ambos, rostros distintos del mismo sistema que han habitado y, en no pocos casos, usufructuado.
Román Gutiérrez, quien fue el operador central de la rectoría saliente, aparece ahora como paladín de la estabilidad. Habla de gobernabilidad como quien ofrece agua en el desierto, pero olvida que él mismo ha sido parte del incendio.
Con tono de diplomático fatigado, promete continuidad con cambio, esa fórmula tibia y ambigua que suele esconder más de lo que revela.
Lo respaldan exdirectores, burócratas reciclados y aspirantes que, tras bajarse del caballo, se subieron a su carreta. ¿Unidad? Tal vez. ¿Cohesión real? Lo dudo. A falta de ideas, presume alianzas.
Del otro lado, Jenny González irrumpe desde la trinchera sindical, ondeando la bandera del hartazgo. Clama por una transformación que, de tan repetida, empieza a sonar hueca.
Su discurso apunta con firmeza hacia los errores de la administración vigente, pero omite, de forma curiosa, su propia convivencia con ese sistema que ahora denuncia. La rebeldía con licencia se convierte en estrategia electoral. La crítica se profesionaliza y se vuelve planilla.
Ambas candidaturas son el reflejo de una universidad atrapada en su propio espejo. Una institución donde las batallas por la rectoría se libran como guerras por el botín: con operadores de élite, alianzas soterradas, casas de campaña disfrazadas de reuniones académicas y una Comisión Electoral que intenta, con recursos prestados, sostener una democracia que se tambalea en cada pasillo.
El Instituto Electoral del Estado de Zacatecas presta urnas. El Instituto Nacional Electoral manda observadores. Se firman convenios, se habla de legalidad, de paridad, de transparencia. Y, sin embargo, lo esencial sigue sin discutirse: ¿para qué sirve hoy la UAZ? ¿A quién responde? ¿En qué momento la autonomía se convirtió en trinchera de intereses personales y no en garante del pensamiento libre?
Las campañas inician. Las promesas abundan. Pero el reloj universitario sigue marcando la hora de la decadencia. Y como dice el refrán: aunque la mona se vista de seda, universidad clientelar se queda.
Veremos si esta vez, entre urnas fiadas y discursos de ocasión, algo verdaderamente nuevo logra nacer. Porque de no ser así, seguirá reinando el silencio cómplice de los que no quieren ver que la UAZ, esa “máxima casa”, se cae a pedazos desde adentro.
La casa sin espejos
Hay en Zacatecas una casa antigua, vetusta y soberbia, llamada Universidad Autónoma. Por años, ha sido orgullo y estandarte. Pero en su interior, en los pasillos de su rectoría, ya no hay espejos. No se ven, no se buscan. Porque donde no hay rendición de cuentas, donde no hay transparencia ni vigilancia real, no hay reflejo posible. Sólo penumbra.
La diputada de Movimiento Ciudadano, Ana María Romo Fonseca, con lenguaje burocrático y tono institucional, ha presentado una iniciativa que, sin embargo, señala con precisión quirúrgica una llaga que ha supurado demasiado tiempo: la ausencia de un verdadero Órgano Interno de Control en la UAZ, autónomo, independiente y elegido por mecanismos públicos, no por el dedo del rector en turno. No es cosa menor. No es trámite. Es el corazón del problema.
Desde hace años, México —como un paciente en terapia intensiva— ha sido intervenido con reformas, comités, sistemas y decretos destinados a combatir la corrupción.
Pero la corrupción no se esfuma con palabras ni buenas intenciones, sino con estructuras sólidas, vigilancia constante y sanciones reales.
En el caso de la UAZ, la figura del contralor sigue siendo designada directamente por el rector. Esto, en términos prácticos, equivale a pedirle al lobo que vigile el gallinero. ¿Quién controla al controlador si este le debe el puesto al mismo a quien debe fiscalizar? Es una estructura que se anula a sí misma. Y lo grave es que en esa ausencia crece el silencio, se desdibujan los dineros, y se manipulan los recursos.
La denuncia pública presentada por el propio secretario administrativo universitario durante una sesión del Consejo —en la que acusa a directivos de la Facultad de Derecho de manejar dinero en efectivo sin comprobantes oficiales— es un escándalo que debería haber cimbrado a toda la comunidad. Pero no. Fue sólo una piedra más al costal. Como quien lanza un grito al pozo seco. No hay eco, no hay fondo.
La UAZ recibió en el Presupuesto de Egresos 2025 más de 2 mil 595 millones de pesos. Es el mayor monto asignado a un órgano autónomo en Zacatecas. Pero ese dinero se maneja sin vigilancia externa, sin un órgano verdaderamente autónomo que dé certeza sobre su destino. Mientras tanto, hay huelgas, rezagos, quejas y estudiantes pagando en efectivo sin recibos. El que parte y reparte, se queda con la mejor parte, dice el refrán.
La iniciativa de Romo Fonseca propone una reforma integral al artículo 62 de la Ley Orgánica de la Universidad. El nuevo modelo establece un proceso público para la elección del titular del órgano de control, con convocatoria abierta, lista de candidatos, terna y votación calificada en la Legislatura. Es decir, una cadena institucional que impida el control absoluto del rector. Una rendija de luz en una casa que lleva años cerrada.
No será fácil. Las resistencias internas son enormes. En las universidades públicas, donde los liderazgos se perpetúan como dinastías feudales, cualquier intento de fiscalización es visto como un ataque. Pero ¿cómo confiar en una institución que niega la transparencia? ¿Cómo respetar una autonomía que se usa como coartada para el desorden?
La UAZ debe decidir qué quiere ser: ¿una casa de pensamiento y civilidad, o una fortaleza opaca, gobernada por pactos internos y lealtades oscuras? No se puede estar en ambos lados.
El control interno no es una agresión. Es una garantía. Un escudo contra el abuso, una herramienta para mejorar. Las universidades deben ser faros. No trincheras.
Mientras tanto, la UAZ sigue sin espejos. Y quien no se ve, no se reconoce. Y quien no se reconoce, está condenado a repetir su vergüenza.
Nos vamos de vacaciones… volvemos, si Dios así lo dispone, pronto.
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