La Casa de los Perros | Universidad en llamas

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

Nada hay más frágil que una democracia sin demócratas, y hoy, la Universidad Autónoma de Zacatecas se arrastra entre escombros institucionales, acosada por expedientes, amenazas y consignas de guerra sucia que han sustituido el debate académico por el ruido del golpeteo político.

Lo que debería ser una fiesta de ideas se ha convertido en una escenografía siniestra, donde la sospecha, el miedo y la ambición desmedida dictan las reglas del juego.

Al centro del huracán está Jenny González Arenas, una mujer que ha desafiado la inercia histórica al querer convertirse en la primera rectora de la UAZ.

Su pecado: disputar el poder en un territorio donde durante décadas se han repartido cargos como si fueran herencias familiares.

Por eso no sorprende que, justo en la antesala de la elección, se reactive una acusación por administración fraudulenta —relativa a la compra de un inmueble para el Sindicato del Personal Académico de la Universidad Autónoma de Zacatecas (SPAUAZ)— como si la justicia tuviera la puntualidad de un reloj suizo, pero sólo cuando hay urnas de por medio.

El Estado —ese ente que aquí tiene rostro, nombre y partido— se muestra incómodamente presente. No sólo a través de una Fiscalía que actúa con una sincronía pasmosa, sino también en el eco de las amenazas que reciben miembros de la Comisión Electoral.

La comisionada Jezabel Duéñez Montejano denunció lo que muchos prefieren callar: el intento de quebrar un proceso electoral universitario mediante el miedo. Y cuando las amenazas llegan con nombre, número y plazo de 24 horas, lo que está en juego no es una rectoría, sino la dignidad de una institución entera.

La detención del rector Rubén “N”, por señalamientos gravísimos que lo podrían dejar en prisión unos 22 años, sirve como telón de fondo de esta trama donde la justicia y la política se confunden en la oscuridad.

¿Casualidad que esto estalle en vísperas de una elección? ¿Coincidencia que estudiantes denuncien amenazas mientras bloquean campus? ¿O es la vieja estrategia de generar caos para justificar la intervención desde arriba, incluso con una nueva ley orgánica que devuelva al Gobierno el control sobre la Universidad?

En este ambiente, la narrativa oficial llama a la calma, pero sus acciones alimentan la tormenta.

El interinato rectoral ha pasado de manos como si se tratara de una pelota caliente, y mientras el encargado del despacho, Armando Flores de la Torre, habla de paz y estabilidad, las aulas están vacías, los pasillos tomados y los teléfonos personales de los estudiantes de la Comisión Electoral están siendo utilizados como armas.

Y en medio de este panorama enrarecido, una voz se alza con claridad, sin rodeos, sin temor. Es la voz de los estudiantes que hoy mantienen tomadas, de forma pacífica, las instalaciones universitarias.

Con la dignidad de quien ha perdido la confianza en las estructuras, han firmado un pliego petitorio donde exigen lo esencial: seguridad para los comisionados electorales; cese de amenazas, campañas sucias y coacciones; esclarecimiento de los vínculos de las candidaturas con procesos judiciales; respeto a la autonomía universitaria; transparencia en el uso de los datos personales; y, sobre todo, un proceso electoral limpio, seguro y democrático.

“La Universidad Autónoma de Zacatecas debe ser ejemplo de civilidad, legalidad y participación responsable”, escribieron, y no hay en esa frase una queja: hay un mandato ético. Hay una lección que los adultos del poder deberían estudiar.

Lo que ocurre en la UAZ es una disputa entre universitarios, pero también una radiografía de la enfermedad crónica de muchas instituciones públicas en México.

La autonomía, esa palabra tan celebrada en discursos, se vuelve hueca cuando desde el poder se decide quién puede y quién no competir. Cuando el sistema judicial se convierte en herramienta de contención. Cuando el miedo reemplaza al debate.

Sí, porque en medio de la tormenta, el inquilino de La Casa de los Perros alzó la voz con la calma de quien pretende apagar un incendio con palabras. Propuso repensar el modelo de elección de autoridades en la UAZ, ese mecanismo mohoso que, cada cierto tiempo, fractura a la comunidad con precisión quirúrgica. Habló de transformar desde dentro, de evitar que cada elección sea un campo de batalla.

Pero su mensaje, más que conciliador, es un diagnóstico terapéutico de una institución atrapada entre la nostalgia de su autonomía y el ruido de los tambores del poder.

David Monreal, como no queriendo, deslizó la idea de que la UAZ —ese microcosmos de pasiones, intrigas y resistencias— ya no puede seguir sola, o al menos no así. En su reflexión se escucha un eco que inquieta: la autonomía universitaria no está en juego, pero sí su forma de ejercerla. Y cuando el Estado empieza a teorizar sobre reformas internas, los muros de la academia tiemblan.

Y, sin embargo, aún resiste la esperanza. Resiste en los estudiantes que exigen elecciones limpias, en los académicos que acompañan a Jenny González sin miedo, en quienes aún creen que una Universidad debe gobernarse desde la razón y no desde las oficinas del Ejecutivo.

En Zacatecas, como en tantos rincones del mundo, la Universidad es más que una institución: es un símbolo. Por eso duele verla así, atrapada entre expedientes y amenazas, convertida en campo de batalla por un poder que no soporta el disenso.

Aquí no se juega solo una elección. Aquí se decide si la UAZ seguirá siendo un espacio para pensar, o un reflejo más de un país donde la política ensucia todo lo que toca.

Las universidades tiemblan

Algo profundo y preocupante se mueve también fuera de Zacatecas.

La Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex) ha pospuesto su proceso de elección de Rectoría para el periodo 2025-2029. A partir del 14 de mayo, asumirá una persona encargada del despacho, debido a la toma de instalaciones por parte del movimiento estudiantil que exige la renuncia de todas las candidatas en contienda.

Los jóvenes acusan un proceso viciado desde su origen y piden, con fuerza, no únicamente postergar una elección, sino reinventarla desde sus cimientos. La renuncia de Eréndira Fierro Moreno ha sido vista como un gesto mínimo de dignidad frente al reclamo mayor de democracia.

La respuesta institucional ha sido ambigua: crear comisiones de diálogo, hablar de libertad de expresión, sin asumir el fondo de la exigencia: participación real, transparencia, renovación auténtica. Mientras tanto, en los campus de Toluca y Valle de México, las aulas están cerradas, los accesos bloqueados y la Rectoría convertida en símbolo de resistencia.

Una tras otra, nuestras universidades revelan su fractura. Y quizá lo que cruje, más que las paredes de sus edificios, es el modelo de poder que las ha gobernado por décadas, un modelo que ya no convence, que ya no basta, que ya no sirve.

En el epicentro de esta sacudida está una generación que no pide permiso para cambiar las reglas. Escucharla no es un gesto de cortesía, es una urgencia institucional. Si la universidad no se transforma, la van a transformar. Con o sin sus autoridades. Con o sin sus reglas. Con o sin su aval.

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