La Casa de los Perros | La democracia fantasma en Zacatecas

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

El actual inquilino de La Casa de los Perros carga sobre sus hombros el peso de ser señalado, por propios y extraños, como el peor gobernador en la historia reciente del estado.

Inseguridad, secuestros, desapariciones, represión en contra de las mujeres, desempleo creciente, un desorden administrativo que roza la negligencia, ingobernabilidad y un descontento social que se palpa en las calles y retumba en cada esquina y, obvio, en las redes sociales.

Todo ello ha marcado su gestión.

Sin embargo, esa furia popular, ese hartazgo manifiesto, no encontró eco durante el proceso de revocación de mandato.

La revocación de mandato, una herramienta democrática diseñada para dar voz a la ciudadanía a mitad del gobierno quedó reducida a un triste simulacro.

La democracia, en teoría, es el eco de las voces ciudadanas resonando en las instituciones. En la práctica, en Zacatecas, parece ser un murmullo ahogado por la desconfianza, la sospecha y la dejadez.

Los promotores de la Revocación de Mandato 2024, levantaron una encuesta para conocer las percepciones y experiencias de la ciudadanía respecto al proceso en Zacatecas, y las cifras no sólo retratan un fracaso político, sino un espejo brutal de un sistema que ha perdido toda conexión con su pueblo.

Las gráficas gritan que el motivo principal de la baja participación fueron el miedo a represalias (29.4 por ciento) y la falta de interés o apatía (24.5 por ciento). La gente, cansada, eligió el silencio antes que enfrentar un proceso que muchos consideraron predeterminado o inútil.

Paradójicamente, la inseguridad —el sello más oscuro del gobierno de Monreal— fue el principal motivo por el que las personas firmaron la solicitud de revocación, representando un abrumador 42.5 por ciento.

A esto se sumaron las denuncias por estancamiento económico (14.2 por ciento), actos de represión contra colectivos ciudadanos (14.2 por ciento) y la percepción de un proyecto político fracasado.

Lo más desgarrador es que, ante el fracaso de este ejercicio democrático, las acciones sugeridas por la ciudadanía para fomentar la participación futura revelan una profunda desconfianza hacia el aparato gubernamental.

Garantizar transparencia y credibilidad (21.4 por ciento), proteger a los participantes de posibles represalias (17.1 por ciento) y exigir mayor difusión y educación cívica (34.2 por ciento) son demandas de un pueblo adolorido, pero mudo.

Como toque final, un 5.9 por ciento dio por hecho que todo estaba predeterminado: el colmo de la resignación.

La ciudadanía que teme votar, que no confía en el proceso y que considera inútil su participación no es libre, es rehén de un sistema que le ha fallado una y otra vez.

El caso de Zacatecas evidencia una herida profunda: no basta con abrir las puertas de la democracia participativa si del otro lado sólo hay un abismo.

La sombra de David Monreal Ávila pesa más que su mandato, y aunque las redes clamen por su salida, el silencio ciudadano dejó claro que el miedo y la desesperanza aún gobiernan este estado.

La democracia zacatecana hoy no es más que una sombra, una farsa que apenas se sostiene con discursos vacíos. Hasta que no se restablezca la seguridad, se combata la corrupción y se devuelva la fe a la ciudadanía, cualquier intento de participación será un eco sin respuesta.

Porque la democracia no muere de un golpe, muere a diario, de indiferencia en indiferencia, hasta desaparecer.

La democracia, en Zacatecas, hoy es apenas un fantasma.

El rector ausente arde

El rector no estaba. No estuvo en las mesas, no estuvo en las discusiones, no estuvo en las horas largas donde las palabras eran espadas y las cifras, trincheras. Pero desde la distancia, como un dios ausente, dio por cerrada la negociación. Así, con un golpe seco, quiso clausurar el eco de las voces que claman justicia.

La huelga de los maestros de la Universidad Autónoma de Zacatecas no es sólo un acto de resistencia laboral: es una lucha por la dignidad.

No se trata únicamente de millones adeudados —104 a jubilados, 43 por indemnizaciones—, sino de la amarga certeza de que sus demandas son arrinconadas con la desidia de quien gobierna desde la sombra.

La rectoría promete, posterga, rectifica, y vuelve a prometer, como si el tiempo fuera un juego del que sólo ellos conocen las reglas.

Pero algo ha cambiado. Los profesores, dispersos en sus aulas y tareas cotidianas, ahora se miran a los ojos, descubren sus nombres, comparten sueños. La huelga, ese acto extremo, ha tenido un efecto inesperado: ha tejido comunidad. Ya no son individuos aislados; son una fuerza colectiva, un torrente que crece cada día.

Y mientras Rubén Ibarra Reyes, el rector metafísico —como lo llaman—, sigue siendo una presencia ausente, sus colaboradores, descritos como «negociadores Chimoltrufia», tambalean entre lo que hoy prometen y mañana niegan. Esta incoherencia, lejos de debilitar la causa, la enciende más.

En la reunión del sábado, alguien citó a Luis Cernuda, porque hasta la poesía tiene cabida cuando la justicia falta: “La realidad, si no la fuerzas, nunca se moverá hacia el deseo”.

El deseo de estos maestros es claro: justicia laboral, respeto a sus derechos, y una universidad que no les dé la espalda. Y si para alcanzarlo hay que buscar al inquilino de La Casa de los Perros, a los diputados, o marchar por las calles, lo harán. Porque esta huelga, lejos de quebrarlos, los ha hermanado.

El rector no estaba, es cierto. Pero la fuerza de quienes sí estuvieron resuena mucho más fuerte que su silencio.

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