La Casa de los Perros | Estados bajo fuego y el espejismo zacatecano
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
La violencia en México ya no se mide solo en balas ni en cadáveres. Se mide en ausencias. En cifras que gritan más que los discursos oficiales. Y en este primer corte de 2025, los datos que presenta México Evalúa no dejan lugar a dudas: el país arde, y arde con una intensidad desigual, donde los gobiernos locales ya no pueden esconderse detrás de la retórica de la pacificación.
Los informes de enero a marzo revelan que diez entidades del país se encuentran sumidas en un “balance muy negativo” en términos de violencia homicida.
Esto no es un titular: es un diagnóstico. Sinaloa, con un aumento de 276.5% en su tasa de homicidios se corona como el epicentro de un conflicto que ya no es solo entre cárteles, sino contra toda forma de orden civil. Le siguen Ciudad de México (153.3% de incremento), Puebla, Nayarit y Baja California Sur, todas con incrementos de más del 90%.
Esta violencia ya no es marginal ni periférica: es metropolitana, visible, descarada.
Sinaloa y Sonora, los feudos en disputa entre “Los Mayos” y “Los Chapos”, han convertido la violencia en un acto cotidiano. Mientras tanto, Tabasco sufre las consecuencias del fraccionamiento criminal, donde cada célula delictiva quiere su pedazo del infierno.
En la capital, el choque entre La Unión, La Anti-Unión y los brazos narcomenores del Cártel de Tláhuac revela que el Estado perdió el monopolio de la violencia hace ya varios años.
Frente a esta geografía del espanto, un puñado de entidades parecen caminar hacia la calma. Sólo siete, el número más bajo registrado en medio año, lograron un “balance positivo”. Entre ellas, Yucatán —ese experimento improbable de política pública racional— y Chiapas.
Sin embargo, también figuran Zacatecas y Jalisco, casos donde la baja en homicidios se ve ensombrecida por la sospecha de manipulación de cifras o de desplazamientos criminales más que de contención real.
El caso Zacatecas: ¿pacificación o simulacro?
Zacatecas es el caso más desconcertante del informe. En homicidios, el estado muestra una caída del -26.3%, colocándose como el segundo con mayor reducción a nivel nacional. Su tasa actual es de 8.3 homicidios por cada 100 mil habitantes, ligeramente por debajo del promedio nacional. A simple vista, parecería que la estrategia de seguridad comienza a dar frutos.
Pero basta con girar la mirada hacia las desapariciones para que el espejismo se quiebre: Zacatecas pasó de 11.3 a 4.8 personas desaparecidas por cada 100 mil habitantes. Un descenso del -57.7%, el más drástico del país.
¿Qué explica esta abrupta caída? ¿Una mejor gestión institucional? ¿Un cambio en los patrones criminales? ¿O, como se sospecha desde algunos colectivos de búsqueda, una crisis de subregistro y silenciamiento burocrático?
Zacatecas no ha dejado de ser territorio de disputa entre el Cártel Jalisco Nueva Generación y el Cártel de Sinaloa. En muchas comunidades, la autoridad es nominal. Y aunque las cifras de homicidios bajen, las ausencias —las desapariciones— no pueden desestimarse como un fenómeno menor ni un simple efecto colateral.
Una cartografía del cinismo
El informe revela una verdad incómoda: en muchos estados donde baja el homicidio, suben las desapariciones. Puebla es el ejemplo extremo, con un aumento de 405% en desapariciones en tres meses. Sinaloa, además de liderar el ranking de homicidios, también incrementó sus desapariciones en 148.8%. La violencia no desaparece: cambia de forma, se hace más silenciosa, más eficiente, más cobarde.
La lucha por el control criminal no conoce tregua, pero sí transforma sus métodos. Asesinar masivamente atrae reflectores. Desaparecer deja menos huella, menos fiscalía, menos escándalo.
México Evalúa no solo pone cifras sobre la mesa. Nos lanza una advertencia: mientras algunos gobiernos presumen victorias estadísticas, los cementerios clandestinos siguen llenándose. Y la sociedad, adormecida entre el miedo y la costumbre, apenas comienza a entender que la paz no se decreta. Se construye.
Pero para construirla, primero hay que dejar de mentir.
Los Monreal: pausa, no rendición
En política, como en el ajedrez, los mejores movimientos no siempre son los más ruidosos. La reciente confirmación de que el senador Saúl Monreal Ávila no podrá competir por la gubernatura de Zacatecas en 2027 bajo las siglas de Morena no es el final de una aspiración, sino un reacomodo con bisturí fino, de esos que no hacen ruido, pero abren caminos.
Saúl ha sido claro: no impugnará, no peleará, no hará escándalo. Respeta las reglas, aunque no le sean del todo gratas. Y esa actitud, en tiempos donde todos gritan, es una forma de resistencia silenciosa.
Dice que no es “un ambicioso vulgar”, y si algo no se le puede regatear es que, más allá del apellido, tiene lo suyo.
El nuevo candado de Morena —que prohíbe competir a familiares de gobernadores en funciones— le cierra una puerta, pero no todas.
Lo sabe él y lo sabe también su hermano, el inquilino de La Casa de los Perros que se aferra a una retórica moralista que no convence: llama “sana” a la medida que cierra el paso a su familiar, y la envuelve en papel de reforma democrática. Pero lo que aquí se juega no es la sanidad de la vida pública, sino el control de los tiempos y de las formas en el reparto del poder.
Ambos entienden que la política también es espera, cálculo, paciencia. Hoy no, mañana tal vez.
Los Monreal no se retiran. Ajustan velas. La decisión de hoy no clausura sus aspiraciones, solo las congela en un compás de espera.
La historia política de Zacatecas —y ellos lo saben bien— se escribe también con silencios, con ausencias temporales, con el arte de saber cuándo moverse y cuándo detenerse.
Aquí no hay derrota, solo estrategia. Y tiempo, mucho tiempo por delante.
¿Qué viene para los Monreal? Trabajo, dicen. Pero también, sin duda, mirada larga y paso quedo. Porque el que sabe andar el monte, no pisa en falso.
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