La Casa de los Perros | El SUTSEMOP ante el abismo: una elección bajo sospecha
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
Hoy 29 de abril, diez mil burócratas integrados en el Sindicato Único de Trabajadores al Servicio del Estado, Municipios y Organismos Paraestatales (SUTSEMOP) cruzarán un umbral crucial: elegir entre la continuidad envilecida o la posibilidad remota de una redención colectiva.
Cinco candidatos, cinco colores, cinco lemas que suenan a oraciones huecas en misa de cuerpo presente. Planilla Roja, Planilla Magenta, Planilla Azul, Planilla Verde, Planilla Blanca. En cada eslogan hay un guiño a la demagogia: «honestidad», «trabajo», «experiencia», «dignidad». Palabras sobadas, como monedas de tanto pasarse de mano en mano.
Sin embargo, lo que importa no está en la boleta. Lo que importa está en los sótanos. Y ahí, el hedor es insoportable.
El Colegio Electoral —institución que debería garantizar la limpieza del proceso— denunció abiertamente que no tiene las condiciones para organizar esta elección.
¿Por qué? Porque desde el primer día fue saboteado por la propia dirigencia sindical. No se les dio descarga laboral. No se les dotó de equipo ni de vehículos funcionales. No se les otorgó ni siquiera la asesoría jurídica que dicta el reglamento. El dinero, como siempre, se escurre por las rendijas del poder.
Y mientras el proceso se desmorona, la dirigencia actual, encabezada por Israel Chávez Leandro, juega a dos bandas: por un lado, se lava las manos; por el otro, ensucia el proceso.
Se le acusa, con pruebas fotográficas y testigos, de supuestamente utilizar recursos del sindicato —vehículos oficiales incluidos— para apoyar abiertamente a Carlos García Macías, candidato de la Planilla Roja.
El oficialismo no suelta el hueso, y pretende imponer a su sucesor como se designa al heredero de una monarquía podrida.
En Sombrerete, un microcosmos del desastre, 130 trabajadores votarán en una urna improvisada frente a la presidencia municipal, entre amenazas y presiones de una exdirigente sindical que, como cacique sin tierra, aún ordena y decide. Si eso ocurre en lo pequeño, ¿qué no pasará en lo grande?
Carlos Acevedo, de la Planilla Blanca, promete transparencia y auditorías trimestrales, pero no ha explicado cómo enfrentará el cáncer del nepotismo que se ha enquistado hasta el tuétano.
María Azucena Acevedo Villarreal, de la Magenta, se defiende de señalamientos que la vinculan con viejas estructuras.
Claudia Lorena Ruiz, de la Azul, hace campaña como si la burocracia no llevara décadas desangrándose.
Y Viridiana Ibarra Rodríguez, de la Verde, habla de “encuentro sindical”, como si el SUTSEMOP no estuviera roto por dentro.
Los trabajadores, esos que cargan con los expedientes, las actas, los oficios, saben lo que está en juego. Lo viven todos los días: cuando se les niega una base, cuando los familiares de los dirigentes obtienen ascensos exprés, cuando sus cuotas sindicales sirven para pagar campañas, no consultas médicas.
El sindicato, creado para protegerlos, ha terminado por convertirse en una máquina para exprimirlos.
En estas elecciones, como en tantas otras, no se trata de elegir a quien mejor represente los intereses de la clase trabajadora, sino a quien menos los traicione.
El SUTSEMOP, antes de votar, debería mirarse en el espejo y decidir si quiere seguir siendo una correa de transmisión del poder o el escudo que siempre prometió ser.
Porque si hoy gana el aparato, si triunfa el fraude disfrazado de democracia, si se impone el clientelismo y el control vertical, entonces los trabajadores del estado no tendrán sindicato: tendrán patrón con disfraz de compañero.
La posverdad del inquilino
En los márgenes polvorientos de Zacatecas, donde la historia pesa tanto como el sol de mediodía, el inquilino de La Casa de los Perros ha decidido tomar el micrófono no para asumir responsabilidades, sino para acusar.
David Monreal, mandatario de un estado herido por la violencia, el desempleo y el éxodo turístico, se revuelve en su propia narrativa y llama mentirosos a quienes simplemente le han recordado la realidad.
Lo han hecho las voces del sector que mantiene encendidas las luces de los hoteles, que sirve el último café en los restaurantes aún abiertos y que intenta, día a día, atraer a un turista que ya no llega.
La Asociación Mexicana de Hoteles y Moteles, la Canirac… todas coinciden: Zacatecas está perdiendo el pulso en el turismo. Pero para el gobernador, no hay crisis, sino “otros datos”. Palabras viejas, gastadas, que remiten a un manual federal que ya nadie cree.
Y es que, en el discurso de Monreal Ávila, Zacatecas es una anomalía milagrosa: un estado en crecimiento, con finanzas sanas, ingresos propios duplicados, sin necesidad de deuda. Una suerte de república independiente que florece en medio del desierto nacional.
Pero esa postal no resiste ni el más somero contraste con la vida cotidiana: hoteles vacíos, restaurantes cerrando antes de tiempo, y una sensación de derrota que recorre las calles de Zacatecas.
El gobernador afirma que los números no cuadran porque los hoteles no están a la altura, que los turistas prefieren Airbnb. Una explicación cómoda, casi pueril. Como si la economía de un estado pudiera explicarse por la comodidad de un colchón o la vista desde una ventana.
La verdad es más incómoda: Zacatecas ya no seduce, porque la violencia ahuyenta, la promoción turística es inexistente, y no hay estrategia clara, ni voluntad de corregir el rumbo.
En lugar de autocrítica, David Monreal opta por descalificar. Recurre a ese viejo truco político de instalar su verdad, una que no se construye con datos, sino con retórica. En su universo discursivo, el progreso se mide con slogans, no con habitaciones ocupadas o empleos generados.
La gran tragedia no es sólo el abandono de un sector estratégico como el turismo, sino la ceguera deliberada del poder. Porque cuando los gobernantes dejan de ver —o de querer ver— lo que sucede ante sus narices, condenan a su pueblo a la repetición del fracaso.
Zacatecas no necesita más discursos. Necesita políticas públicas, estrategias serias, coordinación con el sector privado. Pero, sobre todo, necesita un gobernador que sepa escuchar, y no uno que, cada vez que lo enfrentan con la verdad, responda con insultos y evasivas.
En el desierto de la política zacatecana, la mentira no es sólo un acto, es un método. Y como toda posverdad, acaba por devorar a quien la predica.
Instagram, X y Threads: @lasnoticiasya @claudiag_valdes