La Casa de los Perros | El laboratorio del silencio
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
En la espesura de la sierra zacatecana, donde el polvo y la maleza ocultan secretos, un coloso del narcotráfico operaba en las sombras.
395 mil metros cuadrados de metanfetamina en potencia, una fábrica de la muerte en plena ebullición. Un complejo clandestino que alimentaba el torrente de droga que inunda las calles de México y del otro lado del río Bravo.
Un golpe certero, dicen, una victoria contra el crimen, aseguran. Y, sin embargo, el verdadero escándalo no es el laboratorio, sino el silencio.
La fallida nueva gobernanza, en su habitual tono de derrota maquillada, no supo, no vio, no oyó. La Marina ejecutó el operativo con una discreción quirúrgica, sin avisar a las autoridades estatales.
¿Por qué?
Porque no les tienen confianza. Así de simple, así de brutal.
Lo que debería ser un trabajo coordinado, un frente unido contra el crimen, se ha convertido en una escena de desconfianza institucional. La administración de David Monreal se enteró por los medios, como cualquier ciudadano raso.
Intentaron desmentirlo. Rodrigo Reyes Mugüerza, quien cobra como secretario general de Gobierno, pero que dedica su tiempo a hacer campaña proselitista adelantada, se apresuró a lanzar un mensaje en redes asegurando que tal hecho era falso de toda falsedad.
Poco después, tuvo que tragarse sus palabras y borrar la publicación. Quedó en evidencia, quedó como lo que es: un funcionario más atrapado en la maraña de la improvisación.
En política, la improvisación es letal. Un paso en falso y quedas en ridículo. Un traspié y eres payaso de tu propio circo.
Este episodio no es un caso aislado. Es la síntesis de una administración fallida, la confirmación de que Zacatecas es una tierra sin rumbo donde la seguridad se gestiona desde la confusión y la propaganda.
David Monreal habla de coordinación, de operativos propios, de que el crimen organizado ya no deambula descaradamente por las calles. Pero la realidad es otra: un cártel montó una megaestructura criminal en su territorio sin que su gobierno se diera cuenta.
Los números son escalofriantes. 27 mil 930 kilogramos de metanfetamina listos para el mercado negro, 698 millones 250 mil dosis que no llegaron a los adictos gracias a la Marina. Un laboratorio con 36 reactores, 77 tanques de gas, 209 bidones y un arsenal químico de proporciones industriales.
Una maquinaria aceitada para la producción de la droga más destructiva del siglo XXI. Y el gobierno estatal, en la penumbra, sin información, sin control.
La señal desde la Federación es clara: no confían en Zacatecas. No confían en Monreal.
Y cómo hacerlo, si el estado encabeza las listas de percepción de inseguridad, si la violencia sigue siendo el pan de cada día en municipios como Fresnillo y Guadalupe. La pacificación de la que presumen es un espejismo construido con discursos y cifras maquilladas.
Mientras tanto, la sierra sigue siendo territorio de nadie, la droga sigue su curso y los laboratorios que aún no se han encontrado continúan operando en la clandestinidad.
La destrucción del megalaboratorio en Valparaíso es, sin duda, un triunfo en la batalla contra el narco. Pero también es un recordatorio amargo de que el verdadero enemigo del estado no solo es el crimen organizado e inteligente, sino su propio gobierno.
Porque un cártel con poder es peligroso, pero un gobierno incompetente es un desastre anunciado. Y Zacatecas ya ha tenido demasiados desastres.
¿El país más democrático del mundo?
En México, la democracia se conjuga con la ironía. La presidenta Claudia Sheinbaum asegura que el proceso del 1 de junio convertirá a la nación en “el país más democrático del planeta”, porque no sólo se elegirán gobernantes y legisladores, sino también jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte de Justicia.
Un hito, dice. Un fraude de lenguaje, dirían otros.
El papel lo aguanta todo, y la propaganda también. Pero mientras la voz oficial proclama la grandeza del experimento democrático, en Zacatecas la realidad se burla del discurso: ocho aspirantes a jueces locales serán electos con un solo voto.
¿Cómo? Son candidatos únicos en su región. No compiten, no debaten, no convencen. Solo esperan la formalidad de la coronación en las urnas.
Entre ellos se encuentran Leobardo Gómez Mendieta, Bárbara Esparza Rentería, Janette Delgadillo García y Benjamín Dávila Mota, quienes asumirán sus respectivos juzgados sin necesidad de competencia alguna. También están Mariana López García, Geovanna Campos Orozco, Enrique Enciso Torres y Yazmín Cárdenas Juárez.
Una democracia sin rivales, una elección sin electores, un trámite disfrazado de sufragio.
No se trata de una anomalía menor, sino de la prueba de que el traje democrático que se nos vende es una prenda raída por la simulación.
Nos dicen que la selección de los jueces pasó por un meticuloso filtro de evaluación. Nos aseguran que la revisión fue rigurosa. Pero la pregunta incómoda sigue en el aire: ¿qué tipo de democracia elige sin competencia?
La democracia real implica opciones, confrontación de ideas, elección genuina. Cuando el veredicto está escrito antes de la votación, la urna es sólo un decorado. Cuando el resultado es inalterable, el proceso es una obra de teatro con final anunciado.
México puede aspirar a muchas cosas, pero llamarse “el país más democrático del planeta” mientras los jueces ganan con un solo voto es una broma cruel. Aquí, más que la democracia, lo que reina es su caricatura.
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