La Casa de los Perros| La salud en Zacatecas, promesas de concreto, hospitales vacíos
CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ
En Zacatecas, la crisis de salud es tan crónica como las promesas de solución.
El IMSS-Bienestar ha admitido lo evidente: la falta de insumos y medicamentos en sus unidades de atención. Lo que no dice es que esta carencia no es un bache momentáneo, sino un abismo que se ensancha cada día, mientras los hospitales se convierten en trincheras de médicos y enfermeros que, con su propio dinero, compran lo que el Estado debería proveer.
El coordinador estatal del IMSS-Bienestar, Carlos Hernández Magallanes, asegura que trabaja para resolver el problema. Pero los trabajadores, hartos de discursos, han levantado la voz.
En un escrito divulgado por la dirigente sindical Norma Castorena Berrelleza, se detalla la realidad: los propios médicos han tenido que costear material básico para atender a los pacientes. No es solidaridad, es desesperación. No es vocación, es negligencia institucional.
La escena es grotesca: hospitales sin gasas ni analgésicos, clínicas sin jeringas ni antibióticos. ¿Qué es un médico sin herramientas? ¿Qué es un hospital sin insumos?
La sección 39 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Secretaría de Salud ha sido claro: la responsabilidad del abastecimiento es del IMSS-Bienestar, no de los trabajadores.
Pero mientras las autoridades reparten excusas, los pacientes enfrentan una atención mermada y los profesionales de la salud padecen un desgaste inmoral.
Las protestas en el Hospital General de Zacatecas «Luz González Cosío» son el síntoma más visible de un problema profundo.
Mantas de reclamo adornan sus muros, señalando a la Secretaría de Hacienda y al IMSS-Bienestar como responsables del incumplimiento en el suministro de medicamentos. Pero en la cúspide del poder, la respuesta es el silencio. Y la salud, mientras tanto, se desmorona.
La indignación por la precariedad de los servicios médicos ha llegado también a Fresnillo.
Los trabajadores mineros, encabezados por el Sindicato Minero Frente, han convocado una protesta para mañana lunes 31 de marzo, exigiendo la construcción de un hospital de alta especialidad que atienda las necesidades médicas de la región.
El clamor no es gratuito: en este municipio, clave para la producción minera del estado, del país y del mundo, la infraestructura hospitalaria es insuficiente, las camas no alcanzan y las consultas especializadas son un privilegio reservado para quienes pueden costear traslados a otras ciudades.
«No somos ciudadanos de segunda», reclama el líder Carlos Pavón, que ve en la indiferencia del IMSS una muestra del abandono sistemático a comunidades productivas pero marginadas en el acceso a la salud.
En este panorama de carencias, el gobierno federal anuncia con bombo y platillo la construcción de siete nuevos hospitales del IMSS, uno de ellos en Guadalupe, Zacatecas.
Se nos habla de 216 camas, 42 especialidades médicas, tecnología de punta y un terreno de 70 mil metros cuadrados.
Un proyecto ambicioso que podría cambiar la realidad sanitaria del estado. Pero ¿qué garantías hay de que este hospital no termine siendo un cascarón vacío?
La infraestructura es fundamental, sí, pero sin médicos suficientes y sin insumos adecuados, el problema seguirá intacto.
El reto no es levantar paredes, sino asegurar que, una vez inaugurados, estos hospitales cuenten con personal, medicinas y equipos. De lo contrario, serán monumentos al desperdicio y a la simulación.
El IMSS-Bienestar debe demostrar que su compromiso va más allá del papel.
La salud no se resuelve con discursos ni con edificios imponentes pero vacíos. Se requiere inversión, planificación y, sobre todo, voluntad política para poner fin a un sistema de salud en el que los trabajadores terminan subsidiando con su salario lo que el Estado se niega a garantizar. De lo contrario, seguiremos en la misma historia de siempre: promesas de concreto y hospitales sin alma.
Enrique Bátiz: la Batuta que Encendió Pasiones
Se ha apagado la batuta de Enrique Bátiz, y con ella se cierra un capítulo fundamental en la historia de la música clásica mexicana.
Muró a los 82 años, dejando tras de sí un legado sonoro que resuena con la intensidad de un director que nunca pasó inadvertido.
Su muerte no es solo la pérdida de un hombre, sino la de un temperamento, una fuerza arrolladora que moldeó orquestas y provocó controversias por igual.
Hombre de luces y sombras, Bátiz fue un artista consumado, pianista de formación y director de convicción. Su temprana pasión por el piano lo llevó a la Juilliard School of Music de Nueva York, donde perfeccionó su técnica antes de adentrarse en el mundo de la dirección orquestal.
Con el pulso firme de quien se sabe llamado a la grandeza, fundó en 1971 la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM), la cual moldeó y dirigió por casi medio siglo.
Fue un músico que supo imprimir su sello en cada interpretación. Sus grabaciones de la obra orquestal de Joaquín Rodrigo con la OSEM permanecen como testimonio de su talento, capturando con maestría los matices de un repertorio que bajo su batuta cobraba vida con una intensidad inusitada.
Su influencia se extendió más allá de nuestras fronteras: dirigió más de 120 orquestas en el mundo y grabó cerca de 80 discos al frente de conjuntos europeos y mexicanos.
Pero Bátiz no era un personaje plácido ni complaciente.
Su temperamento fuerte, su carácter explosivo, su inquebrantable exigencia lo convirtieron en una figura polémica.
Con él no había medias tintas: se le admiraba o se le rechazaba, pero jamás dejaba indiferente. Y ése, a fin de cuentas, es el signo de los grandes.
Su legado es también el de un hombre que entendió la música como un campo de batalla donde cada interpretación era una lucha por alcanzar la perfección.
Hoy, en un país donde la cultura es frecuentemente relegada al olvido, la desaparición de un artista de su talla nos obliga a reflexionar.
Su trayectoria es un recordatorio de lo que se puede lograr con pasión, con entrega absoluta a un ideal estético. La música mexicana pierde a una de sus batutas más insignes, pero su eco perdurará en cada partitura que dirigió, en cada nota que transformó en emoción pura.
Descansa, maestro. Y que en el más allá, las sinfonías resuenen con la misma fuerza con la que las hiciste vibrar en vida.
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