Hay que esperar la transformación, y punto
SARA LOVERA
El fracaso del Socialismo Real, de la Unión Soviética a Cuba, entre otras cosas, fue su incapacidad para asumir la desigualdad entre mujeres y hombres. Puso en el centro el reparto de la riqueza, pero olvidó la opresión milenaria de la mitad de la población, los derechos humanos y las libertades fundamentales.
La estrategia buscaba la emancipación del pueblo desposeído, un control central de la economía, que convirtió al Estado en un aparato burocrático indeseable y poco humano.
En la vieja RDA vi el edificio de Erich Honecker, derribado poco después de la caída del Muro, porque se trataba de una mole contaminante. La queja fue que el poder de 50 años no vio la contaminación.
Estuve en el Palacio de las Democracias, en 1990, oyendo el debate de miles de mujeres contra el sistema depredador del capitalismo voraz y explotador, pero deseando derechos humanos e igualdad. Por eso se alzaron.
Estos regímenes de planificación económica, concentradores de poder, se expandieron en la segunda mitad del siglo XX. Tuve una charla con Isabel Larguía, una internacionalista argentina solidaria con la Revolución Cubana. Ella y John Dumoulin analizaron por primera vez el valor económico del trabajo doméstico. Le llamaron trabajo invisible, hoy es denominado como “trabajo de cuidados”.
Le entregaron el estudio al comandante Fidel Castro, explicando el futuro fracaso de la revolución, si no operaban cambios en la familia y había reconocimiento para las mujeres sobre su opresión… Hoy, en Cuba como en México, la violencia contra las mujeres cobra muchas vidas, y es —como aquí— un problema de salud pública. Isabel murió abandonada en Buenos Aires. No hubo “hombre nuevo”.
Les ruego no olvidar la polémica entre Lenin y Clara Zetkin. Ella, preocupada por las mujeres prostituidas; él, por la Revolución, le dijo a Clara: “No pierdas el tiempo”. Todo lo resolverá la revolución. Es lo estratégico; esos asuntos “no son centrales”. Tremenda la similitud y previsible el fracaso. Nació el divorcio entre la revolución y el feminismo.
En México, apenas comienza esta polémica. El miércoles 10 de marzo, el presidente Andrés Manuel López Obrador respondió a una pregunta sobre la marcha de las mujeres: “Durante el periodo neoliberal, para que no se centrara la atención en el saqueo, en la corrupción, en la desigualdad económica y social, los potentados, los dueños del mundo permitieron y veían hasta con buenos ojos, alentaban movimientos justos pero no centrales; o sea, puedes hablar del cambio climático, puedes hablar de la defensa de los derechos humanos, pero no quieras cambiar al régimen”.
Esos tres grandes asuntos igualdad de las mujeres, derechos humanos, cambio climático, para AMLO son legítimas, pero no son centrales. Él tiene como única razón para su movimiento, el cambio de régimen; es decir, “Primero los pobres”, fuera la corrupción. Lo demás no existe.
Es tan claro como Lenin, cuando AMLO afirma: “Si se transforma una sociedad, si hay una transformación política, tiene que dejar de haber injusticias, para eso es la transformación. Entonces, con una transformación hay igualdad, hay libertad, hay justicia”. Hay que entenderlo, señoras feministas. No son tiempos de cosas adicionales, sino primero “la transformación”.
Ello explica por qué la emancipación de las mujeres le es totalmente ajena. No ve la razón de género en la violencia feminicida. Por eso cerró programas, órganos autónomos y estancias infantiles. Se trata de un pensamiento atrasado, de hace cien años. Nada qué hacer. Morena tiene hoy un hombre acusado de violador en campaña. Una herida difícil de sanar.
*Periodista, directora del portal informativo SemMéxico.mx