Hartazgo e indignación por indiferencia e impunidad
SARA LOVERA
La espectacular llamarada que puso en el centro el hartazgo y la indignación, por la indiferencia y la impunidad, frente al tamaño del problema, la realidad de la violencia contra las mujeres no tuvo, como se hubiera esperado, una respuesta del gobierno de la República.
Lo primero que sucedió es que todos los reflectores se centraron en los hechos incendiarios y determinantes de las jóvenes movilizadas en la ciudad de México, diría acciones directas, gritos altisonantes en la ciudad de México, pero ojo, en medios tradicionales y en comentarios radiales quedaron sepultadas, ocultas, las manifestaciones en al menos 18 ciudades de toda la República.
La respuesta en la ciudad de México, desde la Jefatura de Gobierno y su gabinete tuvo una narrativa ondulante, absurda, selectiva. No obstante, la presión obligó no a rectificar, pero si a comprometerse. Habrá mesas de trabajo cada 15 días, se llamó a varias colectivas y mujeres, no a todas, y fueron a rendirle apoyo a Claudia Sheiman Pardo, jefa de gobierno, mujeres conocidas en el argot feminista, como las institucionales.
Pero la movilización nacional, de la que nadie habla en esos ambientes, no tuvo respuesta en el gobierno federal. Nada, absolutamente nada, ha dicho ni la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; callada y oculta la postura de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim), su responsable Candelaria Ochoa no apareció estos días por ningún lado y tampoco ha dicho una sola palabra el Instituto Nacional de las Mujeres.
Y por supuesto, tampoco el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien, con su narrativa bien conocida, llamó a las mujeres a protestar “responsablemente” y sin afectar los “monumentos nacionales”, esto es, hasta ahora, evidencia de la absoluta falta de visión global. Lo único cierto, no olvidarlo, es que no habrá persecución a las protestantes. Veremos.
Para estas autoridades, que conocen bien el tamaño del problema, lo que asoma es la desfachatez de las responsables de las instituciones para entrarle de fondo al problema. No se ven ni se oyen bien las protestas, ni se atiende el desastre nacional que deja sin vida a 10 mujeres todos los días, a miles de violadas y acosadas. A las madres del feminicidio tampoco.
Ahí están, como si nada los fiscales, como el de Oaxaca o el del Estado de México, quienes se embolsaron responsabilidades y dinero abundante recibido en los últimos 18 años. Para ellos no hay crítica, ni órdenes de trabajo. Es como si viviéramos en dos Méxicos.
Lo que es superlativo, aunque quieran ocultarlo, son las manifestaciones para denunciar la violencia contra las mujeres. Manifestaciones que han roto esta semana cualquier expectativa. Va a ser muy grave no escucharlas, y no hacer algo, organizado y planeado. Agresivo y sistemático, porque estoy segura los nuevos liderazgos personificados en las jovencitas hartas de tanta estulticia, no se van a sentar en sus laureles. Es como si presenciáramos un cambio de paradigma.
Es curioso el silencio de las comisiones de género en todos los congresos locales, incluido el de la Ciudad de México. Y las antiguas feministas de los años setenta, sentaditas –dicen que once- en el patio del viejo edificio Virreinal que alberga al gobierno de la ciudad.
Estos hechos me hacen recordar las viejas andanzas. Nunca hubo tanta prensa como ahora, bien y mal, como la queramos ver. Ha horadado el discurso, los estudios, los modelos de atención, los protocolos, que sustancian cómo enfrentar el asunto. También el discurso feminista. Pero las reacciones oficiales, como dijeron las jóvenes esta mañana en varios noticiarios televisivos, siempre han sido insuficientes, y como dijo la doctora Patricia Olamendi, luego de miles de “acciones” oficiales, persiste la impunidad como resultado de la falta de voluntad política, e inacción del poder judicial, del desaseo y corrupción en los ministerios públicos, la corrupción y la componenda patriarcal.
En todos estos años faltó, sí, faltó, hondura y estrategia para educar a los medios de comunicación que no entienden de manera cabal y profesional cómo reportar los hechos cotidianos. Sólo los cubre el color amarillo, cuando se hace imposible ocultar el tamaño del problema. Las cifras están ahí. Pero ningún opinador, de esos que menudean, entra al fondo del asunto. Se espantan de la decisión de las jóvenes que hoy mostraron el tamaño de su hartazgo y de su acumulada indignación, pero no explican cómo y de qué está compuesta la violencia contra las mujeres, consustancial al sistema capitalista/patriarcal.
Ahora veremos, en los próximos días, en mesas de trabajo hasta el infinito, si realmente puede y se quiere cambiar la estrategia. ¿Qué se hará en el sistema educativo nacional? ¿Cuánto tiempo mantendrá el gobierno federal su alianza con el magisterio disidente y machista? ¿Qué hará la fiscalía nacional con los miles y miles de casos archivados sin salida? ¿Y quién va a mantener a los jueces sin crítica? En todo ese marasmo imposible, es interesante la narrativa del presidente de la Corte, Arturo Záldivar. ¿Pero, podrá actuar?
Todo lo que está sucediendo me remonta a mis años juveniles, cuando surgió el movimiento feminista de los años setenta. Hubo casos emblemáticos que sorprendieron a la opinión pública: la maestra asesinada y violada en ciudad universitaria (1978); la violación tumultuaria a jóvenes de clase media, las 19 jóvenes del sur (1989); la trabajadora de un banco que mató a su atacante en defensa propia y fue a dar a la cárcel; las violaciones a dos indígenas Tzeltales en Altamirano, Chiapas (1994); la infinidad de tropelías contra la etnia Trique y sus mujeres; los soldados que en 2006 violaron a las mujeres prostituidas en Monclova, Coahuila; las asesinadas en Juárez, que corrió la cortina del feminicidio (1994), la consulta pública sobre violación en la Cámara de Diputados (1988); el descubrimiento documentado del acoso sexual en las fábricas de Yucatán; el encarcelamiento de mujeres por supuestos abortos provocados (hoy sin justicia) y un largo etcétera. Nadie podrá acusarnos de haber callado. Pero nunca logramos sacar a las calles a tantas mujeres como ahora.
La estulticia frente a los crímenes políticos de género (2018) y la falta de justicia a María del Sol Cruz Jarquín y la inacción del Fiscal de Oaxaca; el silencio mortal que rodeó a la primera investigación del feminicidio (2005); la hoguera de las vanidades respecto al sentido y profundidad de las Alertas de Género contra la Violencia contra las Mujeres AVGM, en18 entidades y apenas el 25 por ciento de los municipios del país. La ceguera institucional y la indiferencia. Ahí, en ese contexto la burda respuesta frente a la violación en Atzcapotzalco, que desató esta protesta nacional, del centro a la periferia. Las manifestaciones del día 16, eran, insólito, de solidaridad con las indignadas y furiosas, jóvenes de la ciudad de México.
Hoy, está en la mesa el juego de la baraja. Atajada por ahora, sólo por nuevas promesas y discursos oficiales. Veo sin creer a la secretaria de la Mujer en la Ciudad, Gabriela Rodríguez, repitiendo, una y otra vez, que hay mujeres médicas legistas en los ministerios públicos, centros de atención, etc. una política de 1989 cuando se abrieron en la ciudad de México, las primeras agencias de delitos sexuales, luego vino la fiscalía especializada, los cambios legislativos. Me da una pena en el alma eso de “redes de mujeres” en territorio, donde se quiere envolver a las protestantes.
Me vuelvo al recuerdo. En 1989 el descubrimiento de la escolta personal y familiar, del ahora multientrevistado Javier Coello Trejo, cómplice de los violadores. Con ese motivo nació el grupo de mujeres y hombres Pro Víctimas, pero no hubo nuevas agencias de delitos sexuales ni política pública. La mayoría de los perpetradores fueron juzgados y condenados a 50 años de cárcel. Pero, ojo, se frenó la política pública. Y las víctimas son a diario revictimizadas en ministerios públicos y juzgados.
Tras cada hecho estuvimos las feministas, de ese movimiento que no responde a la organización patriarcal, se nos inventan diferendos y tendencias como si fuera un pecado. Hoy las jóvenes, hartas de los intentos de secuestro en el Metro; las madres del feminicidio buscando justicia inútilmente, reparación de daños; a las buscadoras de sus hijas, de Chihuahua al Suchiate, del Pacífico al Golfo de México, sin justicia.
De eso habla la narrativa furibunda de las jóvenes que vimos en todas las imágenes, las que estos días ha recibido insultos y vejaciones en las redes sociales. Azuzadas por algunos, dizque, inteligentes colaboradores de la jefa de gobierno. Las atacadas en el metro de cuya investigación se guarda silencio.
Y qué decir de cómo en las universidades, sus autoridades, se hacen de la vista gorda por la violencia sexual infringida por sus catedráticos. Para no hablar del silencio que rodea a casos sin solución en la universidad que creó en el Valle de México el actual presidente de la República.
Y hay mesas; expertas; grupos de trabajo. No faltan las nuevas instituciones, planes y protocolos, no faltan las declaraciones y las buenas intenciones de más de una autoridad. Pero lo cierto, lo incuestionablemente cierto es que no para la violencia machista, de la ventanilla de un hospital al asesinato continuado, a la tortura sistemática. Ahora tendremos que tener cuidado de que aparezca una nueva cortina de humo.
Por todo eso me entusiasma la entereza de las manifestantes, su capacidad de respuesta, su enorme visión. Oí esta mañana decir a una de ellas, Oriana López, entrevistada por Ciro Gómez Leyva, que van a sentarse a las mesas de trabajo, pero que, si las engañan, seguirán tomando calles y protestando, no importa que se afecten vidrios, monumentos o todo lo que haya a su paso. Porque manifestarse no es vandalismo.
Veremos