El PRI, la Maestra y EPN
SARA LOVERA *
Elba Esther Gordillo es un fenómeno completo y exitoso del sistema. Un portento político que un día puso de rodillas al Partido Revolucionario Institucional (PRI), el antiguo partido de Estado y el actual partido en el poder. Quien gobernó sin cartera y se encumbró en alianza y solidaridad entre poderosos.
Sacó del PRI al sindicato más grande de América Latina, con un millón 500 mil afiliados; creó su propio partido político, dejó correr su imagen de poderosa que le construyeron maestros disidentes y movilizados desde finales de los años setenta hasta la fecha y de la izquierda militante que se encargó día a día de construirle cuidadosamente esa imagen de fuerza e impunidad.
Por ejemplo, en 2006, Andrés Manuel López Obrador la definió como la principal actora en el triunfo legal de Felipe Calderón. La calificó como la máxima operadora política que consiguió doblegar a políticos, gobernadores, gremios, caciques locales y al magisterio que, según ese líder carismático y muy poderoso, consiguieron votos fraudulentos para evitar que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) llegara a la presidencia de la República.
Mito o realidad. Elba Esther Gordillo fue encumbrada por el sistema. Eso en la política mexicana tiene un valor inestimable. Quien ostenta tal poder, del presidente Álvaro Obregón a la fecha, es quien “maneja al país”, “manipula las masas”, “acumula dinero”, “hace negocios”, “logra impunidad “y lo más importante: se venera, se halaga, se le tiene miedo y por supuesto, en lenguaje tradicional, se le tiene respeto.
Elba Esther Gordillo tuvo algo más, reverenciado y reconocido en este sistema antidemocrático, se construyó a sí misma desde abajo. Una amiga me recordaba hace bien poco, ese dato que no está en ningún artículo periodístico ni en comentario de especialista alguno: comenzó en la sección 36 del SNTE, con apenas edad y creció lentamente, con mucho “sacrificio”. Con los hombres del poder, éste es un dato fundamental, lo justifica todo.
Luego le gustó. Se corrompió. Ni más ni menos que de la misma forma en que lo hicieron una inmensa lista de líderes sindicales, campesinos, caciques regionales, dirigentes sociales y políticos. El sistema social-patriarcal ha consentido y fomentado este perfil. Ha recreado las bondades del cacicazgo que reparte, que delega bienes materiales y simbólicos a sus seguidores. Que premia y que castiga, que tiene autoridad frente a sus “súbditos” ejerciendo cabalmente el autoritarismo.
Elba Esther Gordillo durante dos décadas consiguió muchos derechos y beneficios para el profesorado. Creó un sistema piramidal de salarios, un trabajador común, cuando deja de trabajar, no cobra salarios y es posible que no se le vuelva a contratar. Los maestros en México nunca se exponen a ello, no importa que dejen de dar clases semanas y semanas, que marchen y tomen las plazas, que cierren comercios y carreteras, que como muchos casos documentados violen a niñas o niños y jamás sean castigados. Son intocables, tienen dobles plazas, vacaciones envidiables, aguinaldo de 90 días, en fin, tienen lo que ningún trabajador de este país posee y todo gracias al poder de la maestra y claro, se me dirá, a sus propias luchas. Y es cierto, tanto como lo otro. Además, se niegan a ser evaluados y son responsables solidarios del desastre del Sistema Educativo Nacional.
Han entendido mal el valor de un sindicato que hoy, por supuesto, está todo en riesgo. Las plumas y las bocas flamígeras han mostrado ya su misoginia y su capacidad devastadora de las figuras de las que se sirven y que dejan de tener poder. Eso ya está en cuenta regresiva en contra del magisterio.
La maestra cumplió cabalmente y como los hombres del sistema –hay una lista inmensa- procuró servir a cada presidente de la República, a su partido original: el PRI al que se afilió desde los años 70; a consentir y dialogar con la disidencia y a proporcionar recursos para marchas, protestas y demás. El profesorado de Oaxaca ha conseguido las mejores prestaciones de toda la República. Hace 22 años que no paran y toman en mayo y otros meses plazas, calles, carreteras y edificios.
Hoy a Elba Esther, a quien nadie la hubiera tocado si se hubiera disciplinado como lo hizo muchas veces pagará sus excesos. Y ello no obedece al debido proceso, a la investigación seria y responsable ni a una política de anticorrupción profunda. No, no se trata de eso: hoy el sistema ya no la necesita, ya no la quiere, porque sus acciones, otrora reconocidas como audaces, ya no les sirven.
Elba Esther Gordillo igual que todas las esposas de presidentes, como Martha Sahagún, compraba ropa y alhajas de marca a precios increíbles, accesible sólo a integrantes de la realeza o magnates, y también claro está a la clase política mexicana. Elba Esther, la maestra, disponía como los directores de empresas del Estado, de un avión particular y contaba con un séquito; compró propiedades en el extranjero, igual que muchos de sus correligionarios, algunos en el poder y en el círculo más cercano de la nueva administración. Su pecado es la indisciplina y haber creído que su poder le era suficiente y eso es pecado en este sistema. Hay que pertenecer a un grupo y responder al grupo. Digan si no es cierto.
Cuando se cumplieron 50 años del reconocimiento a los derechos políticos universales de las mexicanas, la profesora Gordillo formó parte de un grupo de 21 mujeres –todas con poder real-, a quienes se les atribuyó el perfil de una pequeña mafia que pretendía llevar a la presidencia de la República a una mujer. Se pensó que podría ser Martha Sahagún de Fox. Los opinadores y columnistas pegaron un grito al cielo. Como buenos machos.
Ese grupo levantó una tolvanera y un miedo tan grande que se convirtió en actos de persecución, violencia, desprestigio para cada una de ellas proveniente de amigos, compañeros de partido, caciques diversos y líderes de opinión; la campaña fue intensa. Tanto que un libro conmemorativo de esa celebración, desapareció de las librerías en menos de un mes; hubo libelos, trampas, campañas de desprestigio. Esa fue una andanada que resultó exitosa. Todas fueron derribadas por el poder masculino.
Hoy, casi 10 años después –cumpliremos 60 años del voto femenino en octubre próximo- ninguna de aquellas que fueron identificadas con deseos de llegar a la presidencia de la República, se salvó. Todas están en la banca o son sobrevivientes calladas, con poderes de segunda o tercera, algunas se fueron a sus casas a tejer para sus nietos; otras son embajadoras, lejos de México; algunas son consultoras.
¿Por qué habría de sobrevivir la maestra, cuyos excesos son inaceptables? No es por los millones que desvió, si ello se puede o no comprobar. No por lo que hizo para pacificar levantados o levantadas, a quienes defenestró o procuró su desaparición. No por sus crímenes políticos o sindicales sino por haber perdido el rumbo y haberse opuesto a la nueva y máxima autoridad.
Cómo mujer es la última de esas 21 –un poco menos- a quien la audacia de pedir, ejercer o pretender eternizar su poder no se le permitió. Hay otros casos locales que pueden ilustrar esta situación, de presidentas municipales o dirigentes políticas castigadas.
Por tanto yo no creo en la limpieza democrática, ni en los cambios de discurso. Ni en la reforma educativa. Pienso que como Elba Esther se había ganado muy bien esa estatura de políticos a la mexicana, demostrando el tamaño de la vulnerabilidad de al menos tres presidentes y porque dentro de poco llegará a los 70 años, había que castigarla, como ejemplo, mil veces repetido, de que aquí, en la política mexicana todo se puede, menos decirle que no al presidente de la República.
Eso. Ahora veremos lo que sigue. Ella tendrá que descansar en paz aunque sea en una celda.
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