El Dedo en la Llaga | El cónclave en el siglo XXI: tradición, expectativa y realidad
RAFAEL CANDELAS SALINAS
Como lo comentamos la semana anterior, con la muerte del Papa Francisco el pasado 21 de abril, la Iglesia Católica entra en uno de los momentos más solemnes y observados de su historia: la elección de su nuevo líder. El mundo estará atento en los próximos días al proceso de elección del nuevo Papa que comenzará el miércoles 7 de mayo en la Capilla Sixtina del Vaticano. Se espera la participación de 134 cardenales electores, quienes se reunirán en completo aislamiento para llevar a cabo las votaciones necesarias hasta elegir al nuevo Obispo de Roma.
Entre los participantes, se encuentran tres mexicanos con derecho a voto: Carlos Aguirre Retes, arzobispo primado de México y Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, Norberto Rivera Carrera, arzobispo emérito de la Ciudad de México, aunque es una figura destacada ya no participa en el cónclave, toda vez que el próximo 6 de junio cumplirá 83 años, sin embargo la presencia de dos arzobispos mexicanos refleja la poca influencia de México en el contexto de la Iglesia Católica y su limitada influencia en la elección del nuevo pontífice en este ritual inmutable, revestido de símbolos ancestrales que parece inalterable en su forma, pero que al llegar al primer cuarto del siglo XXI no puede desligarse de un contexto que exige algo más que fe, exige respuestas a los desafíos contemporáneos.
Desde el siglo XIII, el cónclave —del latín “cum clave”, que significa “con llave”— sigue el mismo principio, la misma forma, un ritual inamovible. Desde que el Camarlengo verifica oficialmente la muerte del Papa, sella el apartamento papal, asume la administración temporal del Vaticano y supervisa la organización del cónclave, hasta que este da inicio con la frase “extra omnes” (“todos fuera”) por parte del maestro de ceremonias y se cierran las puertas de la Capilla Sixtina, encerrando a los cardenales bajo llave para asegurar un proceso de elección libre de presiones externas en el cual solo los cardenales menores de 80 años pueden votar; el hecho de que para ser elegido Papa, se requiere una mayoría de dos tercios de los votos; cada cardenal escribe el nombre de su elegido en una papeleta; el humo negro que brota de la Capilla Sixtina cada vez que se celebra una votación y no se alcanza la mayoría requerida (el cónclave más largo duró dos años y medio entre 1268 y 1271) hasta que salga el humo blanco que indica que ya hubo mayoría; al cardenal elegido se le pregunta ¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?; y luego ¿Cómo quieres ser llamado? (así nace el nombre papal que usarà públicamente); luego el cardenal proto diácono sale al balcón de la Basílica de San Pedro y pronuncia el histórico “Habemus Papam” presentando al nuevo Papa al mundo; y finalmente el primer saludo del nuevo Pontífice; todo, todo sigue un guion que se repite como si el tiempo no pasara. Pero el tiempo pasa. Y el mundo que encontrará el próximo Papa será uno muy distinto, más escéptico, más polarizado, más exigente.
En teoría, el cónclave es un acto de fe. En la práctica, la elección del Papa también responde a corrientes internas, alianzas y equilibrios geopolíticos dentro del Colegio Cardenalicio.
Actualmente, aunque la Iglesia Católica crece más en América Latina, África y Asia, Europa sigue concentrando alrededor del 40% de los cardenales electores, un porcentaje desproporcionado si se compara con el número de fieles. América, que alberga al 48% de los católicos del mundo, apenas cuenta con el 30% de los cardenales con derecho a voto, mientras que Asia y África, con un creciente número de creyentes, representan juntos menos del 25% de los cardenales electores.
Sin embargo, más allá de los formalismos, la pregunta inevitable es si la Iglesia elegirá la un Papa que represente a la “vieja cristiandad” o a la “nueva Iglesia” que crece en los márgenes del mundo occidental.
Desde mi punto de vista, el nuevo Papa deberá ser un líder global, capaz de enfrentar el descrédito por los abusos, el descenso de vocaciones, el envejecimiento del clero en muchos países y la pérdida de influencia política que la Iglesia ha sufrido en el mundo contemporáneo. Un Pontífice que de seguimiento a lo que ya inició el Papa Francisco.
Pero ¿Puede un sistema de elección pensado para la Edad Media seguir produciendo respuestas efectivas en pleno siglo XXI?
¡Ya veremos!
No olvidemos que más allá de la duración, es la visión y la capacidad de adaptación a la realidad mundial lo que define a un pontífice.
Hoy, millones de católicos y no católicos esperan un Papa que continúe el impulso renovador iniciado apenas por Francisco, una Iglesia más humilde, menos burocrática, capaz de dialogar con la ciencia, la diversidad y las nuevas generaciones. Otros, en cambio, anhelan un regreso a la rigidez doctrinal y a las seguridades de antaño.
¿Será el próximo cónclave capaz de interpretar estos signos de los tiempos?
¿O veremos, una vez más, la repetición de un rito que, aunque solemne, se distancia cada vez más de las verdaderas preguntas que la humanidad hace?
El humo blanco no solo anunciará un nuevo nombre, sino una oportunidad de reconciliar la fe con el futuro.
Por lo pronto, el mundo estará atento al próximo cónclave,
Nos leemos el próximo miércoles, con más del dedo en la llaga.