La Casa de los Perros | Jerez y el milagro de la dignidad

CLAUDIA G. VALDÉS DÍAZ

En Jerez ocurrió una insurrección festiva. No una de armas ni de discursos huecos, sino de organización, sentido común y respeto al pueblo.

La Feria de la Primavera 2025, en su bicentenario, se convirtió en una luminaria en medio del apagón turístico que consumió a Zacatecas durante la Semana Santa.

Jerez no esperó milagros ni se escudó en excusas burocráticas. Con un gobierno municipal emanado del PRD y liderado por Rodrigo Ureño Bañuelos, tejió una fiesta que no sólo superó expectativas, sino que, en términos simples y verificables, le dio una lección de decencia administrativa a quienes aún se confunden entre cargos y poder.

Más de 300 mil personas eligieron el corazón jerezano para celebrar. No fueron atraídas por una campaña millonaria ni por espectáculos internacionales de relumbrón, sino por el pulso auténtico de un pueblo que se sabe celebrar a sí mismo sin poner en riesgo a nadie.

Hubo 137 mil asistentes sólo en la explanada principal y 64 mil más en la zona comercial y de juegos. El Sábado de Gloria reunió a 54 mil almas. Y lo más notable: saldo blanco. Ni una tragedia, ni una mancha que lamentar.

Mientras tanto, Zacatecas capital —con su catedral muda y sus calles reverberando el eco de la ausencia— se extravió en el laberinto de su propia ineficacia. La comparación es dolorosa, sí, pero necesaria.

El turismo, esa industria que vive del encanto y muere por el desdén, exige planeación, respeto al visitante y una narrativa que convoque. Todo eso lo tuvo Jerez. Zacatecas, no.

Hay cifras que no mienten y hay fiestas que no se improvisan. La de Jerez fue una celebración del trabajo bien hecho, del compromiso con la seguridad, la cultura y la economía local. El agradecimiento público del comité organizador a artistas, comerciantes, migrantes y turistas no es mero protocolo: es la confirmación de que una comunidad viva todavía puede gobernarse a sí misma con dignidad.

En tiempos donde todo parece desmoronarse, donde la esperanza se vende por partes en licitaciones dudosas, Jerez hizo lo que siempre hacen los pueblos con alma: resistir celebrando. Y eso, en este México tan cansado, ya es una forma de revolución.

¿Quién, entonces, gobierna con más eficacia? ¿El que administra presupuestos millonarios y entrega fracasos, o el que, desde la periferia, con menos recursos y más voluntad, logra lo que otros sólo prometen? La respuesta, como la feria, está a la vista de todos.

La primera muerte

Fresnillo. Una bebé de dos meses muere por una neumonía asociada la bacteria Bordetella pertussis que provoca la tosferina. Las autoridades sanitarias dicen que no fue la causa directa, como si el cuerpo frágil de esa criatura entendiera de tecnicismos epidemiológicos.

Lo cierto es que está muerta. Y su madre, que no fue vacunada durante el embarazo, cargará ahora con el peso de una omisión que no es sólo suya. Es del sistema. Es de todos.

Zacatecas ya ha escrito su nombre en esta trágica estadística.

Mientras en Chihuahua arde un brote de sarampión y rubéola —más de 500 casos confirmados, la mayoría sin vacunas completas—, aquí la muerte llegó silenciosa, sin hacer alboroto. El virus no necesitó pedir permiso. Entró por la puerta que dejamos abierta con la desidia, la falta de información, el olvido institucional.

La Semana Nacional de Vacunación, ese ritual cívico de salud pública que debía ser motivo de orgullo, marcha con paso lento. Un 31% de avance y hoy se acaba abril. El país se propuso aplicar 1.8 millones de dosis. No llevamos ni 600 mil.

Las cifras no mienten, pero tampoco consuelan. Mientras las gráficas se mueven en las pantallas de la Sala de Monitoreo —ese altar moderno a la estadística—, los virus avanzan más rápido que las jeringas.

La presidenta Claudia Sheinbaum pidió urgencia. El secretario Kershenobich fue más claro: “No hay excusas: vacunarse salva vidas”.

Pero en Zacatecas, en sus cerros y comunidades diseminadas, ese mensaje no llega con la misma fuerza. Aquí no basta con repetir que las vacunas son gratuitas. Hay que llegar con ellas a donde están los cuerpos. A pie si es necesario. En burro si hace falta. Porque la salud pública no es una campaña, es una obligación.

Y, sin embargo, en este país que alguna vez fue ejemplo de campañas sanitarias exitosas, hoy la desconfianza y el abandono minan los logros de décadas.

Expertos hablan de cobertura insuficiente, de desinformación, de rezagos logísticos. Pero lo que importa es lo que ya sucedió: una niña murió. Y aunque su caso sigue bajo investigación, como repite el discurso oficial, hay algo que ya no necesita más peritaje: su madre no fue vacunada. Punto.

En Zacatecas no nos sobra la vida. Aquí cada muerte cuenta doble, porque se lleva también un poco de esperanza. La vacuna, esa herramienta simple y eficaz, tiene hoy más enemigos que nunca: la apatía, la pobreza, la burocracia. Y frente a todo eso, un frasco refrigerado no sirve de nada si no llega a tiempo al brazo correcto.

La confianza en la inmunización no se decreta desde Palacio Nacional. Se construye casa por casa, con brigadas que no solo piquen piel, sino también conciencia. El éxito de esta semana no se medirá por boletines, sino por las vidas que no se perderán en los próximos meses.

Porque si no vacunamos hoy, lloraremos mañana. Y ya empezamos. En Fresnillo. Con una niña que nunca sabrá qué era el sarampión, ni la tosferina, ni por qué su madre no fue vacunada.

Instagram, X y Threads: @lasnoticiasya @claudiag_valdes

[email protected]