¿Cómo deshacernos de una dictadura que deja huella cultural y una constitución manchada?

SARA LOVERA

El 7 de noviembre de 1988 la periodista Dolores Cordero escribió en el número 21 del suplemento Doble Jornada “…hoy agoniza a coletazos la represión en Chile…”, al fin terminaría la dictadura. Un mes antes Dolores Cordero y un grupo de periodistas habíamos participado en el Tercer Encuentro Continental de Mujeres en La Habana, Cuba –del 3 al 7 de octubre- y la casualidad nos hizo atestiguar el triunfo del No ¡que sería el comienzo del fin de la dictadura militar.

Habíamos presenciado el resultado del referéndum realizado en Chile el 5 de octubre y las chilenas que acudieron a la cita en La Habana, nos contagiaron de su regocijo. Todavía recuerdo esa tarde en el Centro de Convenciones de la Isla, el despliegue de sus banderas, sus cantos, su júbilo desbordante y cómo fue que nos dejaron la piel contaminada de lo que significa la sensación de libertad. Tanto como la inscripción feminista en nuestra mentes de esa vieja consigna que rezaba ¡democracia en el país y en la casa!, porque la democracia es con las mujeres o no es democracia.

Un mes antes, en el número 20 del mismo suplemento, que fue editado en su totalidad con materiales sobre la condición de las mujeres en la dictadura chilena , Ximena Bedregal – quien viajó para estar presente en el plebiscito-  escribió: …” en este Chile las mujeres deben ser madres, parir hijos para la patria, vivir su sexualidad sólo como reproductoras, bajo la  vigilancia social y no controlar el número de hijos que van a tener…-y recordó las palabras del dictador en 1982 ‘…el hombre y la mujer son totalmente diferentes, son físicamente diferentes, también psíquicamente y espiritualmente diferentes’ “, por lo que, concluía Bedregal, en la dictadura militar los campos simbólicos, propiciados por la dictadura,  son campos del dominio y el discurso militarista sobre la mujer..” .

Tras esa zaga histórica, en Chile se ha dado la vuelta y vuelta a las reglas impuestas en los 17 años de dictadura, inscritos en la memoria; duros fueron los 25 años de democracia. Las y los chilenos tuvieron que esperar más de 30 años, desde aquel comienzo que daría fin a 17 años de represión, de imposición ideológica y una cierta parálisis social, que aparecía de tiempo en tiempo, para conseguir derribar la Constitución que había hecho a modo el dictador.

Hoy la prensa de todo el mundo da cuenta de cómo en Chile, en medio de la movilización y la satisfacción, se enterró la Constitución de Pinochet, y será la primera vez en la historia mundial que una Constitución será redactada en forma paritaria entre hombres y mujeres, por 155 ciudadanos y ciudadanas, y no por Congresistas. Ello tras un año de las protestas sistemáticas de millones de personas.

El referéndum de este domingo decidió por un porcentaje de 77.9 por ciento de la votación reemplazar su actual Constitución, redactada durante la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), así se aprestan a escribir el nuevo texto. La Convención Constitucional, que se anuncia, estará integrada solo por ciudadanos electos para ese fin y será paritaria.

Pero pasaron esos 30, 40 años para renovar una Constitución intervenida, dañada, armada para justificar a un régimen. Ese es un alto costo social y económico para un pueblo, y una lección política profunda. Cambiar las reglas, con un Congreso a modo, es sencillo, se hace posible, cuando el poder no tiene contrapesos, no respeta la división de poderes, o ésta no existe, y cuando las fuerzas ciudadanas están paralizadas. Cuando no han sido suficientes sus experiencias organizativas parciales.

La respuesta, décadas después, de un pueblo politizado y educado, como el chileno, muestra las enormes dificultades para revertir los cambios que hace y dan al dictador todo el poder, máxime si esa dictadura está cimentada en el uso de la fuerza y cuando el grupo en el poder cuenta con los militares y sus armas para someter a toda la población.

En Chile este día las calles han sido tomadas por la gente, estudiantes, clases medias, pequeños empresarios, miles de mujeres quienes civilizadamente acudieron a las urnas, esta vez para decir sí. Las  personas que integrarán la convención ciudadana que redactará la nueva Constitución serán elegidas por votación popular el 11 de abril del año que viene y a partir de entonces tendrán un margen de nueves meses, prorrogables una sola vez por tres meses más, para elaborar el texto de la nueva Carta Magna.

El texto resultante será sometido a un nuevo referéndum, en 2022, que será de voto obligatorio y en el que la ciudadanía decidirá si lo aprueba o lo rechaza.

Muy importante que el plebiscito fue fruto de un acuerdo político entre el oficialismo y casi todas las fuerzas de oposición para descomprimir la grave ola de protestas desatadas el año pasado contra la desigualdad y en favor de mejores servicios básicos, que entre masivas manifestaciones pacíficas produjo también episodios de extrema violencia y represión policial, y causó al menos 30 muertos y miles de heridos.

Ayer desde el comienzo de la tarde, – mi amigo Álvaro me tenía informada- la céntrica Plaza Italia de Santiago de Chile se llenó de miles de personas para esperar el resultado del conteo de votos y celebrar desde muy pronto la tendencia que daba la victoria al cambio constitucional, festejos que continúan a estas horas y se reproducen en otras ciudades del país.

Pinochet pudo penetrar todas las entrañas de la vida cotidiana, hoy huellas del pasado, esas que  explican que Chile tuvo que  pasar por  una larguísima penuria democrática , con  un sistema económico que ignoró a sus  trabajadores, con una  agenda pública  fuertemente dominada por los temas que interesan a un grupo que ignoró  las necesidades e intereses de  amplias capas de la sociedad. Les persiguió por años la imagen del régimen autoritario de Estado, muy ligada a la persona del general Pinochet por la concentración de atribuciones sólo de él.

Los tiempos marcarán nuevamente la tremenda espera. Deshacer las reglas de convivencia, el contrato social, fue fácil para el dictador. Así, el desarrollo político de Chile ha estado marcado durante muchos años por las políticas del régimen autoritario del general Augusto Pinochet. Las consecuencias fueron profundas en la cultura, en la sociedad, en la economía y en la política. Ese impacto es más fuerte que la buena voluntad de querer prescindir del pasado. Ahora toca conocer lo ocurrido en ese pasado, todavía cercano, como una necesidad para construir una nueva identidad como país.

Esa dictadura, años después aún se imponía, transformó las bases institucionales del orden económico, estableció nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad, y tuvo un importante impacto en sectores de elite y en una considerable parte de la ciudadanía.

Pinochet fue la clase de dictador político que llegaba a decir «no se mueve una hoja en el país sin mi permiso». Cultivó un estilo político que acentuaba la imagen de un hombre todopoderoso, usando un discurso confrontacional contra sus adversarios y los gobernantes extranjeros, -«estamos en guerra, señores», repetía con frecuencia-, contribuyó a crear la figura de un dictador que tomaba en solitario las decisiones del sistema político. (Así dice el texto EN NOMBRE DEL PUEBLO: Debate sobre el cambio constitucional en Chile, de Claudio Fuentes, fundación Heinrich Boll 2018)

Termino con estas líneas prestadas, escritas hace algunos años, previsoras del triunfo de la tarde de este domingo : La memoria traumática del pasado quedó diluida y desdibujada, ciertamente sin desaparecer, pero desplazada, al fin,  gracias a las iniciativas y acciones de numerosas organizaciones sociales que han propuesto políticas públicas en materia de memoria y derechos humanos, así como a diversas esferas del arte y la cultura o del  ámbito privado, sin lograr revertir del todo la memoria hegemónica implantada por la dictadura. (Mujeres tras las rejas de Pinochet. Testimonio de tres ex presas políticas de la dictadura, un libro esencial para continuar armando el rompecabezas de historia y memoria que constituye el pasado reciente chileno Ceibo, 2015).